Rita Golbart y su amiga Bruna Seijo ya comenzaron las clases el miércoles pasado
Rita Goldbart, de ocho años, estaba jugando con su amiga, Bruna Seijo, cuando su madre le dijo que este año iba a poder ir al colegio sin barbijo. “Se pusieron a saltar de alegría. Lo primero que me dijo mi hija era que ya no le iba a faltar el aire, que no se iban a ahogar más”, cuenta Lucía Magallanes, que tiene otra hija mayor, en segundo año del nivel secundario.
Sin burbujas, sin aislamiento para los contactos estrechos y sin barbijo para los chicos desde jardín de infantes hasta tercer grado. El gobierno porteño anunció hace poco más de diez días el nuevo protocolo para la vuelta a clases, que comienzan hoy, y para el medio, el 2 de marzo.
En ese momento, la ministra de Educación, Soledad Acuña, repitió una y otra vez el motivo que impulsó la flexibilización del tapabocas para los estudiantes del primer ciclo. “Sabemos que para aprender a leer, a escribir, los chicos necesitan poder entender los fonemas, las palabras. Sabemos también que el tapabocas no permite que los chicos puedan hablar ni leer en voz alta de forma correcta. Oculta la expresión, y la expresión facial es lo que permite la comprensión de los fonemas”, explicó la ministra. E insistió: “Hay evidencia que demuestra que es una barrera para la alfabetización”. Por eso, concluyó Acuña, no solo dejó de ser obligatorio, sino que desde el Ministerio de Educación desaconsejan fuertemente su uso. Con respecto al resto de los alumnos de los niveles superiores, “deberán esperar un tiempo más” para sacarse la mascarilla dentro del aula. Sin más precisiones.
Para Patricia Zinno, directora general del colegio Galileo Galilei, fundado en 1942, la vuelta a clases sin la obligatoriedad del uso del tapabocas plantea un nuevo desafío escolar. “Es indudable el beneficio para una mejor comunicación, sobre todo en los más pequeños. Pero también habrá que respetar a aquellas familias que siguen alentando su uso en pos de la prevención. También hay chicos que aún tienen miedo. Consideramos que, como todo en este último tiempo, será un proceso gradual de acompañamiento y contención, que les brinde seguridad y confianza. La idea nos entusiasma, porque será un beneficio importante para aquellos niños con mayores dificultades en el aprendizaje”, dice Zinno.
Algo de lo que anticipa la directora les sucedió a los Goldabrt el primer día de clases, porque la escuela a la que va Rita empezó el ciclo lectivo el miércoles pasado. “Cuando llegamos al colegio había algunos chicos con barbijo y otros sin. Ella no lo llevaba puesto, y al ver esa situación se desorientó. Se angustió –cuenta su madre–. Estos últimos dos años fueron una seguidilla de cambios constantes. Orden y contraorden, y ellos necesitan la rutina para estabilizarse. Rita empezó tercer grado y no sabía cómo formar, el acto, la bandera. La primaria como todos la conocemos para ella duró una semana en 2020. Pueden parecer cuestiones menores, pero a los chicos los organiza y les da seguridad”.
Desde la asociación Padres Organizados (PO) recordaron a la nacion que desde el año pasado empezaron a reclamar la eliminación de la obligatoriedad del barbijo en las escuelas. “En su momento, tuvimos una reunión con el Ministerio de Educación [de la Nación] y nos explicaron que es una decisión que no pueden tomar sin el aval del Ministerio de Salud –señaló María José Navajas, una de las fundadoras de PO–. Queremos saber cuál es la evidencia científica que justifica seguir sosteniendo esta medida sobre una población que no representa un riesgo frente al Covid. Esa información no está disponible para las familias, cuando es nuestro derecho como padres tomar las decisiones que consideremos más apropiadas para la salud y el bienestar de los chicos”. Y agrega: “Por estas razones, una vez conocido el nuevo protocolo y a partir de las declaraciones del ministro [de Salud] Fernán Quirós, presentamos un pedido de acceso a la información pública”. En esa solicitud, los referentes de PO cuestionan: “¿Cuál es la evidencia científica que sugiere que los beneficios son superiores a los daños conocidos para los estudiantes desde 4º grado en adelante?”.
Fuentes del Ministerio de Salud porteño justificaron la medida. “Lo que estuvimos analizando con Educación a la hora de hablar del protocolo es analizar los costos beneficios de cada decisión. Vimos que las dificultades en el desarrollo, sobre todo en la lectoescritura, eran superiores al beneficio del uso del barbijo”.
En el escenario actual, la propuesta de retirar las mascarillas de forma progresiva en las aulas divide a los infectólogos, y también a las distintas jurisdicciones educativas. Por ejemplo, la provincia adoptó los lineamientos del protocolo Aula Segura, presentado por el ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, en el que el uso del barbijo es obligatorio desde los seis años.
Mirada educativa
Como pediatra y médica infectóloga, Gabriela Tapponnier, secretaria del Comité de Infectología de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), afirma que existe evidencia que respalda el uso de la mascarilla, siempre colocada adecuadamente, como una de las principales medidas para evitar el contagio. “Desde la SAP coincidimos con su uso a partir de los seis años, y creemos que es un requerimiento importante que contribuye con la presencialidad”, sugiere y considera clave el monitoreo de la situación epidemiológica durante los primeros meses de clases para reconsiderar las decisiones tomadas. “Habrá que estar atentos principalmente durante el otoño e invierno, cuando se produce un aumento en la circulación de los virus respiratorios”, refuerza la especialista.
Barbijo sí, barbijo no. Desde una perspectiva académica, y como investigadora del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Guillermina Tiramonti considera que la educación en la Argentina tiene problemas muchos más graves, y que los barbijos en este contexto espinoso no son un tema importante. “Podrán ser más o menos molestos y traer ciertas dificultades, pero no tienen una influencia directa sobre la adquisición de conocimiento. El problema de la educación en nuestro país no es el tapabocas. Seguramente los chicos que hoy están en tercer grado, y que hicieron 1º y 2º durante 2020 y 2021, tengan serias dificultades para leer y escribir. Aunque el déficit en estas áreas es previo a la pandemia. Lo mismo sucede en matemática. Nos distraemos con discusiones estériles como los barbijos o las burbujas, cuando lo importante es discutir sobre los programas que se deben poner en práctica para sacarlos adelante”.
Soledad Domínguez, que es maestra de segundo grado en una escuela del partido de San Fernando, está en una encrucijada. “Entiendo que debemos cuidarnos entre todos y que es necesario mantener los cuidados, pero lo cierto es que, al menos en los primeros años, el barbijo dificulta muchísimo el proceso de alfabetización. Los niños están aprendiendo sobre la sonoridad de las letras, la correspondencia entre el grafema y el fonema, y para eso necesitan ver cómo la docente pronuncia los sonidos, así como ejercitarlos ellos mismos, ver a sus pares, corregirse”, opina.
Ella e también es testigo de cómo el tapabocas afecta el intercambio oral entre pares. “Su voz es más débil y deben esforzarse más para que sus compañeros los escuchen. Pienso que el aspecto emocional no debe ser dejado de lado. Los más chicos son muy perceptivos en lo que respecta a lo gestual, y esto forma parte de la construcción del vínculo y de la empatía, la percepción del otro. Se dificulta mucho teniendo la mitad de la cara tapada”, concluye Domínguez.