En la vida salvaje se pueden encontrar pistas que enriquecerán nuestra visión del entorno natural
POR ED YONG
Los programas sobre la naturaleza que veía en mi niñez eran más bien lecciones didácticas; en cambio, las versiones modernas tienen la grandilocuencia de los éxitos de taquilla del verano. En parte, se debe a los avances tecnológicos. Es difícil filmar a las criaturas salvajes y, cuando las grabaciones que se tienen en archivo son breves y escasas, la narración debe inyectar la intriga y gracia que le falta al elemento visual. Pero las nuevas generaciones de cámaras sofisticadas pueden seguir a los guepardos al nivel del suelo mientras corren, hacer acercamientos para observar a los osos retozar en laderas inaccesibles y capturar imágenes en primer plano de todo tipo de animales, desde avispas hasta ballenas. Los documentales sobre la naturaleza pueden ser cinematográficos.
Una desventaja es que, en el proceso, se han incluido las peculiaridades de la vida animal en el hueco circular de las narrativas humanas. Cuando se hace más fácil grabar a los animales, ya no basta con solo filmarlos; deben tener historias. Deben batallar y superar problemas. Deben tener misiones, conflictos e incluso arcos de personajes.
En los programas sobre la naturaleza siempre se aprecian los sucesos dramáticos: el mismísimo David Attenborough me dijo en una ocasión, después de grabar una serie sobre reptiles y anfibios, que las ranas “en realidad no hacen casi nada hasta que se reproducen, y las serpientes no hacen casi nada hasta que matan”. Esa manera de pensar se ha vuelto una obsesión, y los dramas de la naturaleza se han convertido en melodramas. En consecuencia, tenemos una forma sutil de antropomorfismo, en la que solo nos interesan los animales si satisfacen tropos humanos familiares de violencia, sexo, compañerismo, perseverancia. En vez de hacer esto, podríamos intentar observarlos a través de sus propios ojos.
En 1909, el biólogo Jakob von Uexküll señaló que cada animal existe en su propio mundo perceptual único. Estos estímulos definen lo que Uexküll designa
Umwelt, el pedacito de realidad hecho a la medida para ese animal. El Umwelt de una garrapata se limita a la sensación del aire, al olor que emana de la piel y al calor de la sangre caliente. El Umwelt humano es mucho más amplio, pero no incluye los campos eléctricos que conocen los tiburones y ornitorrincos, ni la radiación infrarroja que rastrean las serpientes de cascabel y los murciélagos vampiro.
El concepto de Umwelt es uno de los más profundos y bellos de la biología. Nos dice que la naturaleza universal de nuestra experiencia subjetiva es una ilusión, y que percibimos solo una fracción de lo que es posible sentir alrededor. Es casi lo opuesto a lo dramático: revela que los animales pueden estar haciendo cosas extraordinarias, aunque parezca que no hacen nada.
Cuando saco a pasear a mi perro, veo a un cenzontle posado en el alumbrado público. Con ojos a los lados de la cabeza, prácticamente tiene un campo visual de 360 grados. Sus ojos, además, tienen cuatro tipos de células capaces de percibir el color, en tanto que nosotros tenemos tres. El oído de un cenzontle también es distinto del nuestro: es tan rápido que, cuando imita el canto de otras aves, captura con precisión notas que pasan tan rápido por nuestros oídos que no alcanzamos a distinguirlas.
Contemplo al cenzontle más o menos un minuto y en ese tiempo canta un poco y levanta el vuelo. ¿Qué más necesita hacer? El estado básico de su existencia es mágico. Las funciones más sencillas de ver, oír y sentir son espectaculares sin necesidad de ningún espectáculo.
Es difícil, e incluso en algunos casos imposible, capturar estos mundos sensoriales. Nuestros propios sentidos nos limitan, crean una división permanente entre nuestro Umwelt y el de otros animales. La tecnología puede ayudar a superar ese abismo, pero siempre habrá una brecha. Para cruzarla, necesitamos lo que la psicóloga Alexandra Horowitz llama “un salto imaginativo informado”. Nadie me puede mostrar cómo es otro Umwelt; tengo que trabajar para imaginarlo.
Casi podría decir que ahora se ha vuelto demasiado fácil ver documental es sobre la naturaleza, es como dejarme arrastrar pasivamente por el torrente de un conjunto de imágenes vívidas, con los ojos abiertos, la quijada boquiabierta, pero el cerebro relajado. En contraste, cuando pienso en otros Umwelt, siento cómo se flexiona mi mente, y siento gozo por haber intentado, al menos, una tarea imposible. En estos pequeños actos de empatía, comprendo más a fondo a otros animales, no como prototipos emplumados o velludos de mi vida, sino como entes maravillosos y únicos por su propio derecho, y como claves para comprender la verdadera inmensidad del mundo.