Tres emprendedores argentinos aplicaron una herramienta propia y lograron cultivar en laboratorio tejido vegetal sin el componente psicoactivo; lo hacen pocos centros en el mundo
Fabiola Czubaj
Con técnica genética, tres emprendedores locales aplicaron una herramienta propia para cultivar en laboratorio tejido vegetal sin el componente psicoactivo.
Tres emprendedores dieron con la herramienta para eliminar del cannabis su principal componente psicoactivo, el tetrahidrocannabinol (THC), y lograron ubicar su startup entre los primeros laboratorios en el mundo capaces de aplicar esta tecnología en ese cultivo para obtener variantes editadas genéticamente que pueden evitar pérdidas millonarias en una industria que va más allá del uso farmacéutico.
Dos biotecnólogos y un economista lograron diseñar herramientas de ingeniería genética que funcionan como “tijeras biológicas” inspiradas en una bacteria antártica, que modifican el genoma del cannabis y permiten obtener plantas mejoradas para aplicaciones medicinales e industriales.
“Somos el primer laboratorio argentino que logró editar eficientemente el genoma del cannabis a nivel experimental, con proteínas reporteras que nos permiten monitorear la eficiencia del proceso”, relata Ramiro Olivera, especialista en biotecnología animal y director general de Cálice Biotech, la empresa creada e incubada por científicos de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
Lo acompañan Esteban Hernando, especialista en biotecnología vegetal, y Alejandro Germe, director de finanzas y estrategia del proyecto. Ubicada en el Campus Miguelete del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Unsam, la startup tiene desde el año pasado autorización del Conicet y el Ministerio de Salud de la Nación para sus proyectos de investigación y desarrollo con la planta de cannabis.
En la Argentina, según agrega Olivera, no se habían empezado a aplicar herramientas biotecnológicas para mejorar esta planta. “La revolución del cannabis en el mundo será a través de la biotecnología. Es una industria que crece exponencialmente y el prohibicionismo hizo que este cultivo no fuera estudiado científicamente en el mundo: tarde o temprano, va a ser como otro cultivo de valor agronómico –señala el investigador–. Entendimos esto y decidimos ser pioneros en el desarrollo de herramientas sofisticadas que permitan resolver problemas que ya son representativos en la industria. Por ejemplo, los altos niveles de THC que causan grandes pérdidas a los productores de cáñamo industrial”.
Por regulación, el nivel de THC de una planta de Cannabis sativa no puede superar el 0,3% para la formulación de productos de uso medicinal o farmacéutico. Por encima de ese valor, se tiene por cultivo con propiedades psicoactivas. La planta expresa naturalmente un porcentaje de THC por encima del que está permitido y habría que someterla a procesos extractivos complejos para eliminar ese cannabinoide, con elevados costos.
“Estos cultivos editados genéticamente serán una solución a este problema que genera pérdidas millonarias a la industria y nos posicionarían como referentes en biotecnologías aplicadas a este cultivo”, indica Olivera.
Herramienta propia
Con experiencia previa en proyectos biotecnológicos de alta complejidad, como clonar caballos y mejorar con ingeniería genética de cultivos como la soja, el trigo y la alfalfa, el equipo se concentró desde el año pasado en su nuevo emprendimiento, con su principal objetivo: desarrollar herramientas de edición de genes basadas en la tecnología conocida como CrisprCas9 para adaptar las propiedades de la planta. Con esas “tijeras biológicas”, los investigadores afirman que pueden editar el ADN de forma precisa y eficiente.
El primer paso fue identificar el gen sobre el que había que trabajar. En este caso, es el que está asociado con la presencia de THC en la planta. Luego, diseñó las “tijeras biológicas” a introducir en la planta: una enzima que “corta” ADN con una guía de ácido ribonucleico (ARN) para orientarla con precisión hasta la región del genoma a modificar.
“Aplicamos una estrategia de edición en la que no se utiliza material genético ajeno a la planta. Para eso, aislamos células de la planta y les sacamos su pared celular. Esas células (protoplastos) son coincubadas con la enzima y la guía [de ARN] para que ocurra la edición, cuya finalidad es interrumpir y hacer que pierda su función de gen responsable de la síntesis de THC. Esto permite generar plantas mejoradas, sin ser consideradas transgénicas –detalla Olivera a la nacion–. Una vez obtenidas esas células editadas, se seleccionan y se regeneran en una planta nueva mediante el cultivo in vitro [en pequeños recipientes con agar rico en hormonas y nutrientes]. En invernadero, luego son evaluadas molecularmente para comprobar el éxito del desarrollo”.
Las pruebas de laboratorio revelaron que pudieron poner a punto ese proceso al lograr modificar efectivamente el genoma de la planta de cannabis. “Esto valida que nuestra tecnología funciona y es un gran paso en ciencia y tecnología para la Argentina. Es un gran avance en el país y en la región que nos permitirá pensar en otros desarrollos de mejoramiento de interés productivo para este cultivo”, destaca.
El equipo plantea que la herramienta no tiene límites, ya que también permite potenciar los niveles de otros cannabinoides de la planta que se expresan en bajas concentraciones, pero que tengan alto potencial médico y todavía no fueron estudiados por las dificultades para purificarlos en cantidad. También permitiría regular las proporciones de los distintos cannabinoides para su uso en medicina o cosmética, a medida que la investigación médica avance en la definición de umbrales para dosificación.
Otra aplicación que ve el equipo apunta al desarrollo del cáñamo industrial. “Está pronosticado que la fibra de cáñamo compita en un par de años con la de algodón –anticipan los emprendedores, que miran la demanda potencial de otras industrias en el mundo–. En ese caso, la industria de cáñamo va a demandar plantas mejoradas que puedan ser aplicadas a manejos extensivos. Las herramientas que desarrollamos sirven para generar plantas que sean más resistentes a las inclemencias climáticas y a patógenos. Con esas tecnologías, vamos a poder desarrollar plantas no transgénicas, más productivas, eficientes en la utilización de recursos y con menos costos de producción”.
El mes pasado, ante una presentación que hizo el equipo, la Comisión Nacional de Tecnología Agropecuaria (Conabia) les comunicó que el desarrollo de variedades de la planta libres de THC con tecnología Crispr-Cas9 no son consideradas transgénicas. “Esto implica que estas plantas podrían estar en el mercado rápidamente, en dos o tres años. Esto no solo garantiza la seguridad de este tipo de cultivos, sino que le ahorra a la empresa entre 50 y 100 millones de dólares, que se necesitarían en caso de querer regular y poner el mercado un cultivo considerado transgénico”, finaliza el equipo.
Para este proyecto, el equipo recibió apoyo económico del Ministerio de Desarrollo Productivo y la Subsecretaría de Economía del Conocimiento.