Jorge Sabato, un pionero del desarrollo tecnológico en la región

A cien años del nacimiento del recordado científico, sus ideas para promover el desarrollo vinculando la ciencia con el sector productivo siguen vigentes

El 4 de junio de 1924 nacía en Rojas, provincia de Buenos Aires, Jorge Alberto Sabato, uno de los pioneros del desarrollo tecnológico en América Latina. Era un hombre amable, de múltiples facetas, gran conversador, dueño de un gran sentido del humor y buen amante del tango. Fue también un activo demócrata.

Formó parte de Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), donde creó el Departamento de Metalurgia. A su instancia se creó en 1962 el Servicio de Asistencia Técnica a la Industria (SATI), que constituyó una experiencia pionera en el difícil terreno de transferir conocimiento científico y tecnológico a la industria local. El SATI puede ser considerado como una primera experiencia coherente y sistemática de vinculación entre una institución científica y el sector productivo.

Carlos Martínez Vidal, compañero de Jorge en estos emprendimientos, señalaba que fueron posibles por el nivel de excelencia de la Comisión. Años más tarde, Martínez Vidal decía, en un encuentro sobre transferencia de tecnología: “En ese momento estaban en la Comisión de Energía Atómica los investigadores que no habían podido entrar a la Universidad o que habían sido expulsados de ella: los físicos, los matemáticos, los químicos; es decir, la élite intelectual de las ciencias básicas. Había un ambiente científico creativo muy serio cuando empezó el trabajo de nuestro grupo, destinado a crear en la Argentina algo que no existía: la tradición académica en metalurgia”.

Jorge fue director de ese Departamento hasta 1968, cuando pasó a desempeñarse como Gerente de Tecnología de la CNEA. En aquel año creó en la OEA el Curso Panamericano de Metalurgia, donde científicos de toda América comparecían para instruirse en los últimos avances en la materia.

En 1971 fue nombrado presidente de Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (Segba). Desde ese lugar creó la Empresa Nacional de Investigación y Desarrollo Eléctrico (Enide), que según palabras de Sabato tenía dos objetivos: “Producir y comercializar tecnología eléctrica” y “servir de modelo de demostración que permita organizar otras fábricas de tecnología en otros sectores”.

De todo el conglomerado de ideas y experiencias que bullían en los años del desarrollismo, la síntesis más acabada y también más difundida la formuló él, en colaboración con Natalio Botana. Hoy ya es famoso su triángulo, cuyos vértices correspondían al Estado, la infraestructura científico tecnológica y la estructura productiva.

La representación gráfica del modelo era la de un triángulo equilátero. En ausencia de uno de sus vértices no se produciría el “milagro del desarrollo”. Sin instituciones científicas de excelencia o sin empresas dinámicas sería imposible imaginar un futuro de prosperidad. Pero uno de los tres vértices tenía una importancia predominante: el del gobierno, por su capacidad de regular y promover las actividades y los vínculos entre los otros vértices, así como las relaciones de ambos con el exterior.

El mensaje central del esquema del triángulo y sus interacciones era la naturaleza política del problema y la afirmación de que la capacidad de crear tecnología resultaba indispensable para el desarrollo. Eso requería un sistema de relaciones virtuosas entre los principales actores del proceso tecnológico: el conocimiento debe ayudar a generar riqueza, aunque para tal propósito no basta con la creatividad de los científicos, sino que se requiere una trama de relaciones que incluyan a las empresas y al gobierno.

Hoy aquel mensaje sigue vigente, a pesar del problema que representa el hecho de que el sector productivo que se desplegaba a los ojos de Sabato estaba compuesto mayormente por grandes empresas, muchas de ellas públicas, lo que respondía al modo tradicional de manufactura. Hay lugares comunes en casi todos los diagnósticos sobre la ciencia y la tecnología en América Latina: aumentar la inversión (pública y privada) en investigación y desarrollo, aumentar el número de investigadores dotados de equipamiento adecuado, modernizar las universidades, crear un sistema eficiente de reconocimiento de títulos universitarios y fortalecer los sectores productivos más dinámicos, entre otros aspectos. Sin embargo, no basta con eso si la innovación no es un valor apreciado en la sociedad. Modificar esta condición solo será posible si el vértice gobierno también se actualiza y encuentra respuestas innovadoras, lo que a su vez requiere políticas públicas más inteligentes, coordinadas y transversales. Sobre el particular, un elemento que para Sabato tenía un valor fundamental era la creatividad. “Quinientos mediocres no van a dar una sola idea brillante; un solo individuo brillante puede dar quinientas ideas brillantes”, decía.

En 1983 lo entrevisté en España, pocos meses antes de su fallecimiento. Jorge había ido a Madrid, donde yo por entonces vivía, a un Encuentro por la Democracia, invitado por el gobierno español. Tras escuchar sus ideas sobre el desarrollo tecnológico le pregunté si eso era posible en un sistema de libre mercado. “En un mercado que supuestamente se autorregula, no. Pero sí en un sistema mixto, donde el Estado actúa como regulador”, respondió. A mi pregunta acerca de si el término “paquete tecnológico” que usábamos con frecuencia provenía del mundo anglosajón, dijo con humor: “Todo lo contrario. El término paquete nació en Latinoamérica. Viene del tango de Discépolo ‘Araca Victoria’. Recuerdo que en la Junta del Acuerdo de Cartagena hablábamos de ‘caja negra’, pero nos parecía un concepto estático. Yo me acordé entonces del tango: ‘Cuando el gil abra el paquete y vea que se ensartó’… Después los ingleses lo tradujeron como package. Ahora se cree que abrir el paquete es la traducción. Se ve que más importante que innovar es disponer del dominio del mercado”.

Aquel era Jorge, alguien que por pocas semanas no llegó a ver el regreso de la democracia en el país, por el que se había esforzado. Alguien que nos dejó prematuramente, pero de quien nos quedaron ideas firmes y recuerdos muy gratos.

 

Profesor de Filosofía; experto en política científica, tecnológica y de educación superior

Mario Albornoz