El gobierno de Trump logró obtener las vacunas con la Operación Warp Speed, y luego la administración de Biden amplió las reservas de dosis y aceleró la distribución
10 de abril de 2021
WASHINGTON.- La vacunación contra el coronavirus en Estados Unidos comenzó con una apuesta arriesgada: el gobierno de Donald Trump invirtió miles de millones de dólares en media docena de vacunas sin tener certezas de que funcionarían. Casi un año después, esa apuesta –bautizada Operación Warp Speed, un tributo a Star Trek– dio sus frutos: Estados Unidos acaparó un arsenal de vacunas, ya logró inmunizar a más de la mitad de la población que enfrenta un mayor riesgo al virus y se encamina a vivir su primer verano “normal” desde el inicio de la pandemia.
Todo se hizo a una velocidad nunca vista: el desarrollo de las vacunas, las pruebas clínicas, la aprobación por parte del gobierno federal, y, finalmente, la distribución –que empezó lento, y luego aceleró– y la inyección en millones de brazos. Un proceso que suele demorar varios años se hizo en uno gracias a una inversión pública hercúlea, una asociación inédita entre multinacionales y el Estado, y un salto científico que comenzó a forjarse hace más de una década.
Mientras Europa y América Latina –la Argentina incluida– avanzan más lento de lo deseado con su vacunación, y los países más pobres apenas tienen dosis, Estados Unidos ya ha vacunado con al menos una dosis a casi 115 millones de personas, o uno de cada tres habitantes, y avanza a un ritmo promedio de tres millones de dosis diarias. Casi el 60% de los mayores de 65 años ya está totalmente inmunizado. Se vacuna en hospitales, cadenas de farmacias, estadios, centros de convenciones, vacunatorios móviles, gimnasios o supermercados. Las fotos de jóvenes que muestran su tarjeta de vacunación, el momento en el que reciben la inyección o una curita en un hombro se multiplican en las redes sociales. Apareció el “turismo de vacunas”. Y a fines de este mes se espera que todos los estados y el Distrito de Columbia abran la vacunación a todos los adultos. Una preocupación comienza a despuntar, sobre todo en el sur del país: cómo convencer a las personas que no quieren vacunarse de que lo hagan.
Jon Andrus, epidemiólogo y especialista en inmunizaciones, profesor de la Universidad George Washington, quien además fue subdirector de la Organización Panamericana de la Salud, explicó que detrás de ese giro hay varios factores. La producción del grueso de las vacunas mundiales está en manos de un puñado de multinacionales, estadounidenses o europeas, una ventaja que Washington aprovechó.
Estados Unidos ya venía desarrollando además la tecnología ARN mensajero, que se empleó en dos de las vacunas aprobadas, la de Pfizer y la alemana BioNTech, y la de Moderna, que trabajó en su elaboración con el Instituto Nacional de la Salud (NIH, según sus siglas en inglés) del gobierno federal.
“Cuando el virus apareció, ya había una ciencia elocuente que ayudó a acelerar el desarrollo de la vacuna”, explica Andrus. “Lo que históricamente lleva 15 años, se comprimió en uno”, resume.
Montaña de dinero
El dinero nunca fue un obstáculo. Hasta fines de 2020, el gobierno federal ya había comprometido unos 13.000 millones de dólares para seis vacunas, según un informe de la oficina gubernamental que monitorea el gasto público. A diferencia de Europa y la mayoría de los países, que compraron vacunas, Estados Unidos se asoció con las empresas, y pagó su desarrollo o la producción o ambas, aun antes de aprobarlas. La biotecnológica Moderna recibió 2500 millones de dólares, más que cualquier otra compañía. Johnson & Johnson y su subsidiaria belga, Janssen, tuvieron 1000 millones de dólares para su candidata. Pfizer optó por avanzar sin financiamiento público, pero firmó un contrato de casi 2000 millones de dólares para entregar hasta 600 millones de dosis.
A la inversión inicial del gobierno de Trump –quien vio en Warp Speed un salvavidas político que llegó demasiado tarde–, la administración de Biden le sumó este año otros 7500 millones de dólares para mejorar la distribución, según la Fundación Kaiser. A fines de 2020, Washington ya había logrado conseguir las vacunas con contratos multimillonarios, y una decisión política compartida por Trump y Biden: vacunar al país primero, y ceder vacunas a otros, después. Una estrategia “Estados Unidos, primero” que se derramó de un gobierno a otro. Pero las primeras vacunas se repartieron con frustrante lentitud. El gobierno de Biden aceleró la distribución nacional, y dejó el último tramo en manos de los estados, que recibieron financiamiento federal.
Rachael Piltch-Loeb, investigadora en la escuela de salud pública de la Universidad de Harvard, dijo que la Operación Warp Speed fue solo uno de los factores del éxito. Estados Unidos logró acaparar vacunas, indicó, pero luego aplicó una “estrategia diversa” para aplicar las dosis en millones de brazos que funcionó. Los canales tradicionales se ampliaron. El gobierno federal hizo el reparto con la ayuda del Ejército y FEMA, la agencia que se encarga de atender desastres naturales. Los gobiernos estatales y locales vacunaron. Nueva York usó centros de convenciones como el Javits Center, en Manhattan, o el estadio de los Yankees en el Bronx, mientras que Virginia Occidental, más rural y despoblada, creó una red de farmacias que sumó a unos 200 centros de salud.
“Con el Covid-19 estamos viendo un enfoque mucho más grande que en otras vacunaciones, del estilo ‘todos a cubierta’, todos involucrados”, señaló.
A las tres vacunas que ya se aplican, Estados Unidos prevé sumar tres más: las de AstraZeneca y la Universidad de Oxford; Novavax, y Sanofi y GSK. El doctor Anthony Fauci -principal asesor de Biden en la pandemia- ya dijo que es probable incluso que el país no necesite la vacuna de AstraZeneca, la más avanzada para su aprobación, y el gobierno federal ya despachó cuatro millones de dosis a México y Canadá.
A veces, las vacunas sobran. Días atrás, en un supermercado Giant en Washington, unas 20 personas montaron una fila entre las góndolas de frutas y verduras, un ritual diario. Al final, en una de las esquinas del supermercado, una médica y un grupo de enfermeras cerraban los turnos de ese día entre biombos de tela. La médica se acercó a la fila para hacer el anuncio esperado: “Solo me quedan tres dosis”, dijo. La doctora comenzó a llamar en voz alta los grupos prioritarios, por su orden: personal de salud, paramédicos, bomberos, mayores de 65 años, policías, indigentes “sin techo”, adultos con condiciones clínicas según rangos de edad, y así hasta que tres personas que esperaron obtuvieron su dosis.
“Es frustrante”, dijo Doug, 32 años, antes de irse. Era la segunda vez que probaba suerte en ese supermercado. “Todos mis amigos en otros estados ya recibieron la vacuna bastante rápido. Voy a ser el último que la reciba”, se lamentó. Pero confía en que la recibirá en las próximas semanas. En muchos otros países, nadie espera tener esa suerte al menos hasta el año próximo.