Con los decesos registrados ayer, se alcanzó la cifra global de 5.002.016; la Argentina ocupa el puesto 13 entre los países con más fallecidos; para los expertos, la cifra total no superará las de otras pandemias de la humanidad
Gabriela Navarra
“Los cinco millones de muertos son una cifra provisoria: la pandemia de Covid-19 no terminó. No sabemos cuánto va a seguir, si va a aumentar o si habrá secuelas, o si ocurrirá un pico que afectará a los más jóvenes –dice Miguel de Asúa, médico e historiador, integrante de la Academia Argentina de la Historia–. La pandemia paradigmática de la historia de la humanidad sigue siendo la peste negra, que en pocos años terminó con la mitad o la tercera parte de la población europea y asiática. El número de muertos por Covid-19 es mucho menor”.
Efectivamente, en apenas cuatro años, desde 1347 a 1351, esa pandemia mató de 100 a 200 millones de personas, indican distintas fuentes sobre un tema muy estudiado de la historia, pero en una época en la que no existían registros confiables.
Las 5.002.016 de muertes en el mundo por el nuevo coronavirus que se alcanzó ayer, ¿son pocas o muchas? “Es una pregunta muy difícil de responder –reflexiona Adriana Álvarez, del Centro de Estudios Históricos de la Universidad Nacional de Mar del Plata–. En la Argentina, no hay dudas de que esta es la pandemia que más muertes provocó en menor tiempo”.
De hecho, si se mira el ranking que elabora el sitio WorldOMeters, que hace un relevamiento de las infecciones en el mundo, el país se encuentra en la posición 13 en cantidad de fallecimientos, con 115.935. El listado lo encabezan Estados Unidos (764.536), Brasil (607.125) y la India (457.772). Ahora, si se toma la variable de muertes por millón de habitantes, la Argentina asciende a la posición 11 (con 2605,2 cada millón). Lideran la tabla: Perú (6257,7), Bosnia y Herzegovina (3458,3) y Macedonia (3406,9).
Álvarez completa para contextualizar los números: “Desde 1950 en nuestro país hubo tres pandemias, las tres de gripe: asiática en 1956/7; de Hong Kong, en 1968, y H1N1, en 2009. En el mundo hubo dos millones, un millón y 19.000 casos mortales respectivamente por estas enfermedades. Pero durante las primeras dos pandemias no existían los sistemas de registro de los que se dispone hoy. Por eso es difícil comparar”.
“La realidad es que todavía no sabemos qué va a pasar –agrega de Asúa–. Lo que sí sabemos es que esta pandemia generó una movilización global hasta ahora inusitada. Si se la compara con la gripe española de 1918 (que dejó hasta 100 millones de muertos en dos años), la primera diferencia es el estado del mundo y de las comunicaciones. El planeta está totalmente globalizado. Ese fue uno de los motivos que moduló fuertemente las reacciones a la pandemia porque desde el momento cero todo el mundo estuvo en alerta. Fue causa y es consecuencia de una mayor conciencia global y conectividad del planeta”.
Hasta cuándo
Bruce Aylward, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), declaró hace una semana que una fecha posible de finalización de la pandemia es marzo del año próximo. Jorge Geffner, profesor titular de Inmunología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Conicet, expresa que eso es impredecible. “Seguramente no tengamos ni el número de fallecimientos ni las olas que tuvimos –afirma–, pero es un error decir que es un asunto del pasado”.
“En este momento tenemos una tendencia baja en el país. Estados Unidos o Alemania tienen más casos por millón que la Argentina, con niveles de vacunación similares, sobre todo Alemania donde hay más porcentaje de población con dos dosis –explica Ariel Bardach, director del Centro de Investigaciones en Epidemiología y Salud Pública del Conicet e investigador del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria (IECS)–. El virus no se comporta de un modo predecible. Uno podría decir que tiene más predilección por los meses fríos, pero no se puede estipular una fecha de finalización: es probable que se transforme en una enfermedad endémica, que circule a bajos niveles, parecida a la gripe, en la que hay ondas de epidemias en algún momento del año”.
Geffner coincide: “Como endemia golpeará menos duro, pero no quiere decir que podamos erradicarla. La única infección que se pudo erradicar en la historia de la humanidad fue la viruela. La OMS planteó hacerlo con la polio o la tuberculosis. Pero no se logró, básicamente por las inequidades que hay en el mundo. Además, es una mala estrategia porque si mañana hay nuevas olas en África pueden surgir nuevas variantes”.
Preocupa, eso sí, el relajamiento de las medidas de cuidado. “Si comparamos ahora a Inglaterra y España, donde está vacunado el 85% de la población y no hay un movimiento fuerte antivacunas, Inglaterra tiene 45.000 casos por día y España, 3000. ¿Por qué? Porque el Reino Unido levantó todas las restricciones en julio –reflexiona el especialista–. Los cuidados,
que son fundamentales, han sido descuidados. Y acá también. En el país tenemos circulación comunitaria baja, pero nos hemos pasado de rosca. En las últimas tres semanas había predominio de la variante Manaos; ahora, de la delta. Y es mucho más contagiosa”.
Las vacunas muestran una alta efectividad, afirma Geffner, aun en el escenario de nuevas variables: “El problema es que lleguen a todas partes, algo que no se está cumpliendo. África y el conjunto de países de bajos ingresos está con 5,8% en toda la población con una única dosis. El fondo solidario que administró la OMS, el Covax, cumplió un rol muchísimo menor al pactado”.
“Es un problema mundial, la vacuna no es suntuario, este escenario está mal porque no hay equidad en la salud, la vacuna es un derecho a seguir viviendo”, señala y advierte que esta no es la última pandemia y que se esperan nuevas en los próximos años.
Cambio de ánimo
De Asúa dice que hay un ánimo pospandemia, una reacción “casi maníaca”, ironiza. “Es una tendencia a buscar actividades que ofrezcan gratificación inmediata, a consumir, a ir a fiestas –reflexiona–. Esto ya se había registrado en la historia justamente después de la peste negra. Fue una explosión del consumo que dio origen en Europa a las leyes suntuarias, que buscaban regular el consumo y evitar extravagancias en el vestir, por ejemplo, en sectores de bajos recursos. Algo parecido ocurrió en la posguerra. Hay una reacción opuesta a la inminencia de la muerte”.
Álvarez afirma que en los últimos 50 años cambió el concepto de la muerte y, por la extensión de la expectativa de vida y la mejora de los tratamientos médicos, existe una sensación de triunfalismo que hace más inconcebible e inaceptable morir.
“Cuesta aceptarlo entre los jóvenes, pero también, y esto lo hemos visto en la pandemia, entre las personas que llegan a los 70, 80 o aun 90 años activas y sanas, que cada vez son más”, sostiene.
La historiadora marplatense, coordinadora del e-book de descarga gratuita de la Universidad Nacional de Mar del Plata sobre los efectos de la pandemia, dice que el Covid-19 es la primera enfermedad de nuestro mundo contemporáneo que trastoca las cuestiones del duelo: “Por eso, el surgimiento de memoriales para recordar a los fallecidos, porque en muchos casos no se los pudo despedir”.
“Para procesar esos duelos han sido las piedras en Plaza de Mayo, un fenómeno que se ha politizado, o la cantidad de banderas por cantidad de muertos en las playas de Mar del Plata. La muerte no es solo un número, una cantidad de personas fallecidas por una enfermedad. También genera otras manifestaciones en el nivel sociocultural que nos afecta en forma personal y colectiva. Estas manifestaciones expresan una necesidad de procesar los duelos y están ocurriendo en muchos países del mundo”, concluye.