Lena H. Sun
La doctora Halene Gutierrez, especialista en gastroenterología pediátrica, mandó realizar análisis de sangre que de inmediato descartaron todas las causas comunes de hepatitis viral. Gutierrez sabía que era muy raro que un niño sin otros problemas de salud tuviera una hepatitis tan aguda y de causa desconocida.
En el transcurso de esa misma semana, al Hospital de Niños de Alabama ingresó otro niño con los mismos síntomas, y después un tercero. “En medicina, a veces los casos se presentan de a tres, así que pensamos que tal vez no habría más”.
Pero los casos seguían llegando. En un lapso de cuatro meses, los médicos atendieron a nueve chicos, todos menores de seis años, con inflamación hepática severa de origen desconocido. Dos debieron ser trasladados a un hospital de otro estado para un trasplante de hígado.
Pero lo que en octubre pasado parecía un brote de hepatitis local en Alabama creció hasta convertirse en una misteriosa erupción global con más de 450 casos en todo el mundo, 109 de ellos en Estados Unidos. Y 11 de esos chicos murieron, cinco en Estados Unidos. Además, varias decenas de casos han requerido un trasplante hepático.
“Es rarísimo, porque todos eran niños sanos, y en su mayoría menores de cinco años”, dice Elizabeth Whittaker, especialista en infectología pediátrica del Imperial College de Londres, que está colaborando con la investigación de ese fenómeno en Gran Bretaña, el país donde se registró el mayor número de casos: 176.
Whittaker señala que la hepatitis leve es bastante frecuente en niños, pero lo que están observando los médicos ahora es totalmente distinto y bastante alarmante: niños con daño hepático tan severo que deben ser trasplantados. En Gran Bretaña, el promedio anual suele ser de diez trasplantes de ese tipo, dice la pediatra, pero este año se realizaron 11 tan solo durante el primer trimestre.
La creciente constelación de casos ha impulsado una cacería global para encontrar al culpable, donde intervienen y comparten datos e hipótesis los “detectives de enfermedades” e investigadores de organismos internacionales de salud de Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel, Italia y Japón. La hepatitis es una inflamación del hígado generalmente causada por uno de varios virus, conocidos como hepatitis A, B, C, D o E. Pero en estos extraños casos, que también son inusualmente graves, todas esas causales han sido descartadas.
Después de siete meses de investigar y recopilar datos, “no hemos logrado ninguna revelación”, admite Whittaker. Pero la evidencia acumulada apunta a dos sospechosos principales: un par de virus, que funcionarían solos o quizás en tándem.
Uno es el adenovirus, una familia de virus comunes que provocan síntomas que van desde el resfrío común hasta la conjuntivitis. El segundo es el coronavirus responsable de la pandemia, el SARS-CoV-2, que según algunos médicos puede haber contribuido a la inflamación del hígado debido a una infección previa o una coinfección, desatando una reacción exagerada del sistema inmunitario.
Al lado de los médicos que trabajan sin descanso para resolver el misterio, hay decenas de madres y padres que vieron que sus hijos pasaban de aparentes episodios cotidianos de malestar estomacal, diarrea y vómitos a una inflamación e insuficiencia hepáticas críticas, de los cuales algunos necesitaron un trasplante. Ahora algunas de esas familias están compartiendo sus experiencias para ayudar a resolver el misterio.
Pistas y evidencias
La búsqueda ha sido un verdadero desafío, llena de pistas seductoras pero inconcluyentes, en parte porque en cada país los médicos hicieron estudios y análisis distintos, y aún no existen protocolos estandarizados. La evidencia más sólida que relaciona los casos de hepatitis con el adenovirus son los resultados de las pruebas que revelaron su presencia en la sangre de más de la mitad de los casos de Estados Unidos y casi las tres cuartas partes de los de Gran Bretaña. Algunos de los niños también dieron positivo para la misma cepa 41 de adenovirus asociada con trastorno estomacal grave.
Lo que desconcierta a los médicos es que no encuentran presencia del adenovirus en el tejido hepático, donde debería hallarse si fuese causa de la lesión. “Es un poco desconcertante que hasta el momento no lo hayamos detectado en el hígado”, dice Umesh Parashar, jefe de gastroenterología viral de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), que dirige al equipo de 40 funcionarios que investigan los casos en Estados Unidos. “Estamos perplejos”, dice Markus Buchfellner, pediatra especializado en enfermedades infecciosas de la Universidad de Alabama en Birmingham, que forma parte del equipo que investiga los casos de Alabama desde octubre.
Los médicos de Israel tienen la teoría de que la hepatitis está relacionada con la pandemia, porque la gran mayoría de los niños israelíes que sufrieron esta rara forma de hepatitis también mostraban evidencias de una infección previa de SARS-CoV-2. En Israel se registraron más de 40 casos de hepatitis grave en niños, incluidos dos bebés que recibieron trasplantes.
“¿Qué es lo único que cambió en el mundo en el último año y medio? Y la respuesta es clara: la pandemia”, dice Eyal Shteyer, que dirige la unidad de pediatría hepática del Centro Médico Shaare Zedek en Jerusalén, donde fueron tratados siete de esos chicos. “Creo que el Covid provocó cierta desregulación inmunológica que condujo a la hepatitis”.
También en Estados Unidos y Gran Bretaña los médicos notaron que muchos de los niños tratados por hepatitis tenían infecciones documentadas por coronavirus, pero lo cierto es que según las estadísticas el 75% de los chicos norteamericanos y más del 95% de los de Gran Bretaña tienen anticuerpos Covid-19, indicador de una infección previa.
Los investigadores también están explorando otras teorías, por ejemplo, si los pequeños que tuvieron menos interacciones sociales durante la pandemia son más susceptibles al adenovirus.
También analizan la posibilidad de que haya surgido un adenovirus más letal, o si una coinfección con el coronavirus “puede hacer que el adenovirus se manifieste de una forma nunca vista”, dice Jay Butler, subdirector de enfermedades infectocontagiosas de los CDC.
Una carta publicada la semana pasada en la revista científica The Lancet sugiere que parte de la espícula viral del coronavirus se asemeja a una toxina bacteriana y puede estar causando que el sistema inmunológico enloquezca ante una coinfección con la cepa 41 del adenovirus.