En el reciente Pandora’s Toolbox, el profesor Wake Smith defiende intervenciones a gran escala que nunca se hicieron: enviar gases refrigerantes a la atmósfera y “oscurecer” el sol
Wake Smith: “si tenemos un mundo con 3°C más de promedio respecto de la era preindustrial (hoy ese número es 1,2°C) será imprescindible reducir la luz solar que ingresa a la atmósfera”
A veces cuesta defender una idea porque se sabe que es mala, que puede tener consecuencias horribles, pero se está convencido de que es una opción a la que habrá que apelar sí o sí. Entonces, se la defiende con salvedades, excepciones, notas al pie y algún resquemor. Pero se la defiende. Eso es lo que le pasa a Wake Smith –profesor en la Universidad de Yale, exejecutivo de Boeing– a la hora de patrocinar las diversas alternativas de geoingeniería –arrojar gases refrigerantes a la atmósfera, detener el ingreso de los rayos del sol– que se proponen para combatir el cambio climático. No como “plan B” si fallan las actuales opciones de mitigación de los gases contaminantes y adaptación a los nuevos escenarios climáticos, sino porque está seguro de que nada alcanzará para apaciguar la crisis climática en las próximas décadas. En este diálogo virtual con La Nación, Smith señaló que los manejos que podrían hacerse de la radiación solar y el “hackeo” de la atmósfera pueden traer consecuencias que hay que investigar. En su libro Pandora’s Toolbox. The hopes and hazards of climate intervention (editado por Cambridge University Press este año, aún sin traducción) también plantea otros dilemas del asunto, como quién se haría cargo de esas intervenciones, así como la necesidad de tener bien claro una vía de escape y detención de la nueva maquinaria si todo sale mal.
–Desde el mismo título del libro, parecería que la geoingeniería es una especie de demonio, pero a su vez también la define como una herramienta valedera contra el cambio climático. Todo el libro está organizado bajo este paraguas. ¿Realmente cree que es tan peligroso como en ocasiones también explicita o se trata de un artilugio retórico, digamos, para evitar las críticas que ya hay contra la geoingeniería?
–Un poco y un poco. Supongo que la gente del futuro no usará ninguna de las dos intervenciones posibles (la captura directa de CO2 de aire y la geoingeniería solar) si no están seguros de que los beneficios superan a los costos, por lo que no serán en ese caso tan demonizadas. Pero ambas opciones tienen sus problemas, principalmente el costo de la captura de aire y los potenciales efectos colaterales físicos y políticos de la otra opción. Por eso me esforcé para que los lectores comprendan que no presento esto como una panacea libre de riesgos sino como medidas extremas que igualmente pueden resultar cruciales en circunstancias de climas extremos.
“En el mundo en el que implementaríamos la geoingeniería, las enormes consecuencias sociológicas no se derivarán de ella sino del propio calentamiento que precipitó la necesidad de usarla”
–Alguna vez un experto me dijo que la geoingeniería era su peor pesadilla porque significaba rendirse ante el cambio climático, además de que es extremadamente riesgosa, por ejemplo respecto del ciclo del agua. ¿Cree que podría convencerlo de que no?
–Son pesadillas irreflexivas. La geoingeniería no es una opción a dejar de contaminar, igual hay que dejar de emitir gases de efecto invernadero. Pero si eso no alcanza, como el del futuro será un mundo muy caliente, lo que propongo será una de las opciones que tendrá el mundo para protegerse. Ahora bien, es cierto que no sabemos qué puede pasar con el ciclo hidrológico. Por eso la urgencia por investigar. Y si tenemos un mundo con 3°C más de promedio respecto de la era preindustrial (hoy ese número es 1,2°C) será imprescindible reducir la luz solar que ingresa a la atmósfera.
–Uno de los riesgos que se marca es que se añadiría otro experimento más a la atmósfera.
–No hay riesgos que yo conozca por hacer experimentos a pequeña escala como los que se podrían hacer de acá a una o dos décadas. Los riesgos físicos son posibles con experimentos grandes y duraderos como para producir una respuesta climática medible, y estamos a décadas de eso.
–Otro problema es: ¿quién se encargaría de esto en nombre de la humanidad?
–No serían empresas, sino gobiernos y universidades. Las empresas crearían y operarían la maquinaria. Los experimentos los harían países medianos y grandes, pero la implementación sería de estos últimos. Y respecto de costos, es de muchos órdenes de magnitud más barato que la descarbonización, la adaptación. Es relativamente barato aunque se hable de varios miles de millones de dólares.
–¿Cuál es el principal obstáculo que encara la iniciativa?
–Que falle la perspectiva y la imaginación, y que la gente no se dé cuenta de cuán necesario esto puede ser. Siguen soñando que se puede mantener el mundo debajo de los 2°de aumento de temperatura.
–Otro asunto sorprendente es la línea de tiempo tan larga que propone en el libro, con un uso recién a fines de siglo. ¿Por qué tanto si hay a la vez tanta urgencia?
–Quizá a mediados de este siglo, no antes. Para la captura de carbón se necesita escala y tiempo. Para la geoingeniería solar todavía no se hizo ningún experimento al aire libre ni se construyó la infraestructura [el libro desmenuza la idea de una flota de aviones especialmente diseñados]. Hay mucha ciencia para hacer antes de estar seguro de que esta cura es mejor que la enfermedad, y mucho de la llamada gobernanza global para asegurar la legitimidad de la intervención. No es algo que esté a la vuelta de la esquina.
–Remarca en el libro la necesidad de mecanismos de detención rápida si la tecnología se desboca.
–También tiene que ver con decisiones a tomar. Si el mundo quisiera detener la geoingeniería solar, simplemente podría interrumpir el despliegue de la tecnología, que tienen que ser más o menos continuo para seguir siendo efectivo. En tal caso, los aerosoles se sedimentarían en aproximadamente un año y el clima volvería al estado en el que habría estado si no hubiéramos hecho nada. No es el tipo de experimento que podría salirse de nuestro control en ningún sentido físico o biológico.
–Después están las posibles consecuencias sociales de todo esto, ¿se ha pensado al respecto?
–En el mundo en el que implementaríamos la geoingeniería, las enormes consecuencias sociológicas no se derivarán de ella sino del propio calentamiento que precipitó la necesidad de usarla. Es la enfermedad (el cambio climático) lo que causaría la mayoría de los cambios y tensiones sociales, no la cura para la enfermedad (captura directa de CO2 del aire) ni la morfina planetaria (geosolar) que el mundo podría desplegar para aliviar su dolor. Sin embargo, debo admitir que esa afirmación, por supuesto, no es del todo cierta: los medicamentos traerían sus propias consecuencias sociológicas, pero (al menos si funcionan como se espera), sus principales impactos serían disminuir los efectos causados por el calentamiento.