9 de mayo de 2023
Por David Quammen
The New York Times
Quammen es escritor científico y autor de Breathless: The Scientific Race to Defeat a Deadly Virus.
Por ahora, la sirena que marca el fin de alerta sonó, aunque la guerra no ha terminado. El 5 de mayo, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció que la COVID-19 ya no es una “emergencia de salud pública de importancia internacional”: una ESPII.
Esa declaración señala la entrada en una fase diferente de la batalla colectiva de la humanidad contra el coronavirus SARS-CoV-2. ¿Significa esto que la pandemia ha terminado? No. ¿Es prematura la declaración? Las opiniones de los expertos difieren. ¿Cómo será esta siguiente fase de la COVID-19 en los próximos años y décadas? Solo podemos hacer conjeturas cuidadosamente documentadas, pero dos cosas son seguras: el SARS-CoV-2 permanecerá entre nosotros y el virus seguirá evolucionando.
“Lo que significa esta noticia es que es hora de que los países inicien la transición del estado de emergencia a la gestión de la COVID-19 junto con otras enfermedades infecciosas”, dijo Tedros.
Ningún país debe bajar la guardia, ni desmantelar los sistemas de protección creados para la pandemia. No se debe engañar a nadie haciéndole creer que la covid ya no es un motivo de preocupación. Las muertes han ido a la baja desde hace más de un año, pero, a fecha de la semana pasada, la enfermedad seguía matando a un mínimo de 480 personas al día, señaló Tedros. Si eso constituye una emergencia será ahora una cuestión personal, no mundial, que dependerá de si la siguiente víctima mortal eres tú o un ser querido o de si es un desconocido.
La designación ESPII (algunas fuentes nos dicen que el acrónimo en inglés, PHEIC, se pronuncia igual que fake, “falso”, una desafortunada coincidencia fonética, dada la realidad) solo se ha aplicado a otras seis ocurrencias de enfermedades desde su creación en 2005: la pandemia de gripe porcina en 2009; un resurgimiento de la polio en 2014; el brote de ébola en la África Occidental, que también empezó en 2014; la propagación del virus Zika en 2016; el ébola de nuevo, esta vez en 2019; en el noreste de la República Democrática del Congo; y el actual brote de mpox (antes llamada “viruela del mono”), con un número de casos y una tasa de mortalidad relativamente bajos, aunque con un alto grado de rareza desconcertante, ya que está relacionado con la viruela, entre otras razones.
Aun así, hay otras enfermedades infecciosas más antiguas y menos llamativas con tasas de mortalidad más altas que la COVID-19 en la actualidad. La malaria, según una estimación reciente de 2021, mata a unas 1700 personas cada día, la mayoría de ellas en África y menores de 5 años. El sida mató a unos 1800 seres humanos al día durante ese mismo año. El número de muertes por tuberculosis fue más alto, alrededor de 4000 al día. ¿Es la malaria una emergencia? Sí, si eres un padre o una madre en una aldea de Nigeria sin dinero para mosquiteras o medicamentos y tu hijo de cuatro años padece una fiebre potencialmente mortal. ¿Es la tuberculosis un motivo de preocupación internacional? Sería difícil saberlo por los titulares.
Ni soy experto en salud pública ni soy científico, de modo que aporto la opinión de un ciudadano: sí, ya es hora de dejar de considerar la COVID-19 una emergencia de salud pública de importancia internacional. Pero el coronavirus sigue con nosotros, en casi todos los lugares del planeta donde viven seres humanos, y circula también entre los venados cola blanca, los visones salvajes y probablemente algunos otros mamíferos salvajes. Seguirá siendo capaz de cambiar y adaptarse, con más rapidez que los protozoos de la malaria.
Por tanto, la COVID-19 sigue siendo sin duda un asunto de salud pública de preocupación internacional. Seguiremos viviendo con ella, y muriendo de ella, algunos de nosotros para siempre. Entretanto, probablemente deberíamos poner a descansar y recobrar fuerzas al término “emergencia”, y guardarlo para la siguiente, que podría ser la gripe aviar H5N1 u otra cosa, puede que desde mañana mismo.
Nuestros esfuerzos deberían dirigirse a las medidas necesarias para hacer frente a la COVID-19 como causa a largo plazo de enfermedades, sufrimiento y muerte, no como una catástrofe a corto plazo. Necesitaremos seguir mejorando las técnicas de laboratorio y la capacidad de fabricación de vacunas contra la COVID-19 que quizá precisen una revisión constante. Necesitaremos resolver las escandalosas desigualdades entre los países de renta alta y baja en cuanto a la disponibilidad de esas vacunas. Necesitaremos disipar las reticencias y el rechazo a las vacunas —de los privilegiados pero obstinados, y también de los que históricamente han estado peor atendidos por la medicina occidental— con una comunicación y una educación mejores. Necesitaremos mantener —en vez de reducir, como ha venido ocurriendo— nuestras pruebas para diagnosticar la COVID-19 y la secuenciación de los genomas a partir de muestras de pacientes, con el fin de detectar y rastrear variantes nuevas e inmunoevasivas.
Necesitaremos seguir apoyando la investigación de laboratorio sobre las peligrosas permutaciones de las que son capaces el SARS-CoV-2 y otros virus ARN. Y necesitaremos prepararnos, no solo para la próxima aparición del SARS-CoV-2 (cuando surja en una nueva y virulenta forma de algún humano contagiado, o de algún venado o visón), sino también para el próximo coronavirus o virus de la gripe u otro virus altamente adaptable transmitido por animales (hay toda una lista de posibilidades erráticas) que aparezca, como salido de la nada, en los humanos. Pero no vienen de la nada. Vienen de la naturaleza.
El epidemiólogo Michael Ryan, director ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS, habló de ello con pasión elocuente, en nombre de su organización, en la misma conferencia de prensa en la que Tedros anunció el fin del estado ESPII. “Estamos constantemente en modo de emergencia”, dijo Ryan, “pero necesitamos que el mundo entre en modo de preparación. No podemos seguir respondiendo y respondiendo y respondiendo. Tenemos que empezar a prepararnos mejor”.
El primer paso es ser conscientes: vivimos en un planeta de virus.