Pensamiento — Las reflexiones de Von Uexküll sobre la existencia animal y de Pasteur sobre el mundo bacteriológico permiten volver a pensar la relación humana con el entorno
Nicolás Mavrakis
En los últimos doscientos años, nadie hizo una mejor pregunta sobre la vida que el biólogo y filósofo alemán Jakob von Uexküll (18641944), y nadie como el químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur (1822-1895) alteró lo que esa pregunta acerca de la vida debía alcanzar.
Esta es la razón por la que, mientras las alertas ecológicas y las crisis sanitarias crecen, Uexküll y Pasteur son nombres fundamentales para entender dónde empieza, por qué se transforma y cómo termina lo que consideramos viviente en el mundo. Dos libros recientes Mundología. Jakob von Uexküll, aventuras inactuales de un personaje conceptual, del investigador argentino Juan Manuel Heredia, y Pasteur: guerra y paz de los microbios, del antropólogo francés Bruno Latour, conforman una excelente guía de sus ideas.
Cercanas en el tiempo y el espacio, las reflexiones de Uexküll y Pasteur tienen un primer punto de encuentro en el modo en que cambiaron el concepto moderno de vida. Si a partir del descubrimiento de la eliminación de los gérmenes mediante la pasteurización se construyó “el prestigio que la biología tiene hasta nuestros días”, como escribe Latour a propósito de los efectos inmediatos que Pasteur tuvo sobre las expectativas de vida de los seres humanos y la investigación de nuevas formas de vida microscópica, Uexküll renovó el horizonte biológico al insistir en el carácter “intuitivo” de esta disciplina para entender a los “seres orgánicos”.
Entre lo intuido y la intuición, Uexküll intentó un reordenamiento de la naturaleza a partir de una pregunta: ¿y si los animales no fueran simples “máquinas vivas”, como los entendía la ciencia del siglo XIX, sino sujetos con formas de sensibilidad específicas? ¿Y si estas sensibilidades fueran capaces de crear sus propios “mundos circundantes”?
Este planteo tendría “un enorme impacto en el pensamiento de la época y ensancharía los márgenes de lo imaginable hasta nuevos límites”, escribe Heredia, ya que con él cambiaría también la noción de medio ambiente, clave para el pensamiento ecológico, al dejar atrás la idea de un espacio objetivo de estímulos homogéneos para todos los animales por otra donde los mundos animales se multiplican con cada especie, escapando incluso de la percepción y la experiencia humanas.
Sin embargo, los primeros pasos de esta revolución intelectual no tuvieron el eco de aceptación instantánea del que sí gozó Pasteur. Que los animales vivan en mundos sensibles propios tan fundamentales como el nuestro, no es una idea simple: ¿de qué manera las especies fundan mundos a partir de la interacción entre sus cuerpos y el medio ambiente?
La garrapata, “ese bandido sordo y ciego”, explicaba Uexküll a modo de ejemplo, rige su vida a partir del olfato: es el único sentido mediante el cual percibe la cercanía de los mamíferos cuya sangre le sirve de alimento. Activado el estímulo olfativo, la garrapata salta y sólo reconoce si acertó en el blanco a través de la percepción del calor del cuerpo de su anfitrión. Es así como su mundo circundante empieza y termina dentro de un arco sensible que define lo que una garrapata es, cómo vive y para qué existe (mientras que los mundos circundantes humanos, aclaraba Uexküll, son mundos de conceptos antes que de sentidos).
En este punto, si la pasteurización estableció un límite entre ciertas formas de vida microscópicas que debían eliminarse para que otras formas macroscópicas proliferaran, es importante considerar que esto recompuso al tejido de la sociedad. En cuanto la vida de los microbios entró en la escena científica, hubo que agregar su acción a la del resto de la sociedad, por lo que “para ir a la Meca, sobrevivir al Congo, parir bellos niños y obtener regimientos viriles, hubo que hacer lugar a los microbios”, explica Latour.
La reciente pandemia provocada de Covid-19 demuestra muy bien qué significa delimitar lo viviente y convivir o actuar contra lo que se considera indeseable. Y ahí se reúnen Uexküll y Pasteur, ya que no pocos movimientos científicos interpretaron el origen del virus como una consecuencia directa de un problema ecológico, es decir, como el signo de una colisión irresponsable de mundos capaz de reescribir de un momento a otro, ahora bajo la forma de una enfermedad infecciosa, la jerarquía de lo viviente.
Entre los movimientos ecologistas más radicalizados fueron los antiespecistas, que en nombre de la convivencia con la naturaleza rechazan la diferencia entre la especie humana y el resto de los seres, los que llevaron esta fórmula al extremo al sostener que “el virus es el especismo”.
En tal caso, quienes estén dispuestos a pensar el criterio a partir del que hoy se dirime qué es la vida humana, la vida animal e incluso la vida bacteriológica y viral, y de qué maneras debería resolverse su coexistencia en un mundo cada vez más crispado por las amenazas ecológicas y sanitarias, encontrarán entre von Uexküll y Pasteur un sendero todavía abierto.