Los antivirales, la dexametasona y la cánula nasal están entre los destacados; malos resultados para el plasma y la ivermectina
Gabriela Origlia
CÓRDOBA.– A dos años y medio del inicio de la pandemia de Covid-19, desde los equipos de salud coinciden en que abordaron el virus “con lo mejor” que tenían y “de la mejor manera” que podían, tanto en términos de uso de drogas como de tratamientos. Hoy, con un escenario absolutamente diferente por la existencia de las vacunas, evalúan que –aun siendo temprano para sacar conclusiones científicas– los antivirales, la dexametasona (corticoide) y la cánula nasal (oxígeno por nariz) son las herramientas más efectivas aplicadas en las etapas correctas y en pacientes con determinadas características.
Las fuentes consultadas por la nacion coinciden en que hay tratamientos que no dieron los resultados esperados o carecen de la “evidencia científica” necesaria que los avale. En ese segmento están, por ejemplo, el uso del plasma de recuperados y el ibuprofeno inhalado.
En el caso de la ivermectina, una droga antiparasitaria que se usó en varias provincias en hospitales públicos como prevención o tratamiento del Covid-19 y cuya demanda se multiplicó en farmacias, los especialistas entienden que son más las recomendaciones en contra que a favor. La Anmat nunca la aprobó para tratar el virus.
El suero equino hiperinmune sí fue aprobado por el organismo regulador para el tratamiento de pacientes adultos con Covid-19 moderado a severo en diciembre de 2020, después de un estudio doble ciego realizado en la Argentina; sin embargo, dejó de usarse porque su efecto no fue comprobado a escala.
“Prudencia”, aconseja Elena Obieta, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI). Describe que la “velocidad de información y de tratamientos” no reconoce antecedente y que, aunque la percepción es que pasó mucho tiempo, en términos científicos no es así. “Es muy corto para obtener evidencias científicas. Incluso algunos estudios doble ciego que se realizaron deben tomarse con pinzas por el volumen de casos”, grafica.
El secretario de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), Fernando Ríos, coincide en que para “consolidarse” (demostrar seguridad, efectos positivos y colaterales, identificar efectos en subgrupos de pacientes) los tratamientos requieren de, al menos, cinco años. “La pandemia obligó a salir con medidas de emergencia para atender a un gran volumen de gente y sin tener alternativas”, resume.
La vacunación “cambió el escenario” para el abordaje del Covid-19. Es “otra película”, dice Obieta, y refiere que incluso los tiempos de evolución hacia el “alto riesgo” del paciente con el virus se alargaron. “La mejor evidencia que tenemos para mostrar es la vida real”, insiste.
El infectólogo Juan Pablo Caeiro aporta que hay drogas que se usan con el Covid-19 que ya se venían usando en otras enfermedades. Por caso, se consideró la experiencia con algunas drogas usadas en los SARS anteriores y los corticoides de uso frecuente en pacientes con problemas respiratorios. Para el plasma de recuperados, se basó en que había funcionado bien con la fiebre hemorrágica argentina. “Hacia adelante, en otras enfermedades, habrá que buscar evidencias aunque se presuma que podrían funcionar”, reflexiona.
Qué y para quién
Los tres especialistas coinciden en la utilidad de los antivirales y drogas de anticuerpos monoclonales, como el remdesivir, el nirmatrelvir ritonavir y el bebtelovimab para evitar que el virus se multiplique en el organismo y genere cuadros de gravedad. Son para las instancias iniciales de la enfermedad.
“La irrupción de la pandemia no dio tiempo al desarrollo de medicación específica, por lo que se toma lo que ya teníamos con racionalidad científica –explica Ríos–. Se hizo con el tocilizumab, una medicina utilizada para la artritis reumatoide y el lupus. Su aplicación abrió puertas, dejó un camino a desarrollar para identificar qué enfermedad se beneficia con su uso; a veces es en una etapa, con determinadas dosis”.
Obieta afirma que la dexametasona les “cambió mucho el escenario”; añade que su utilización para Covid-19 se probó en un estudio inglés con un volumen grande de pacientes y se verificaron resultados para pacientes con caída en la saturación de oxígeno. “Para el resto está desaconsejada fuertemente”, detalla.
Sobre el ibuprofeno inhalado (se aplicó en un programa de uso compasivo en el país), los consultados enfatizan que no hay fase 3. En agosto pasado, la Anmat dio el visto bueno al laboratorio cordobés que lo fabrica para realizar el ensayo clínico a doble ciego, aleatorizado y controlado que corresponde a la fase 2. La formulación tiene antecedentes de uso en pacientes con fibrosis quística. “Tenía un background teórico de sustento, pero la ciencia es evidencia, así que en este caso tendrán que construir la evidencia”, apunta Ríos.
Sobre el plasma de recuperados, las fuentes advierten que las expectativas estaban dadas por el tratamiento de la fiebre hemorrágica argentina, pero el beneficio esperado no apareció, por lo que no hay indicaciones de uso masivo.
Al respecto, Obieta señala que un inconveniente es que no todos los recuperados fabrican la misma cantidad de anticuerpos y que, en caso de aplicarse el plasma, debería garantizarse que tenga un alto título de anticuerpos; además, opina, solamente tendría indicación para quienes tienen una inmunodeficiencia primaria y, siempre, con uso precoz.
Caeiro rescata los beneficios de la generalización del uso de la cánula nasal de alto flujo: “Estaba generalizada en pediatría y con la pandemia llegó a pacientes con insuficiencia respiratoria aguda baja y permitió que no llegaran a terapia intensiva o al respirador”.ß
Algunas terapias carecen de la evidencia científica necesaria como aval