Un experimento puede desembocar en un gran hallazgo, en un fenómeno conocido como serendipia
4 de junio de 2022
Cada vez más empresas inculcan en sus empleados el valor de esas oportunidades nacidas de lo inesperado comúnmente llamadas suerte inteligente o serendipidad.
En la Universidad de Hertfordshire (Gran Bretaña), Richard Wiseman investigó, durante una década, por qué algunos son afortunadas y otros no tanto. Este catedrático, quien formó parte del Magic Circle de Londres, llegó a una conclusión simple: nadie nace con suerte. Es más, el 90% de la existencia de cualquier persona se define por la forma de pensar. El 10% restante es aleatorio.
Estos resultados explican “la magia” de la serendipia, la puerta al aprovechamiento de las experiencias aleatorias. “Los viejos modelos de compañías se diseñaban para el mediano y largo plazo. Ahora, ante la agilidad de los cambios tecnológicos, sino no se está atento se puede perder terreno. Por ello se debe estar atento a los cambios del entorno que se dan minuto a minuto”, indicó Florencia Nicolet, CEO de SeniorITty, un programa de reconversión laboral hacia los empleos IT.
Todo depende entonces de que la mente preste atención al entorno. Esto es crucial en un mundo como el actual donde todo se modifica con rapidez. Incluso, a menudo no se sabe qué tipo de solución se necesitará mañana.
“En el presente, la suerte inteligente (la capacidad de experimentación) es clave para una organización debido a la alta competencia de los mercados. Una firma puede ser sostenible en el tiempo si crea productos y servicios innovadores”, marcó Virginia Borrajo, profesora de Psicología del Comportamiento de la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Horace Walpole acuñó en 1854 el término serendipia. Se basó en el cuento tradicional persa “Los tres príncipes de Serendi”. La fábula trata de tres nobles del reino de Serendip (hoy Sri Lanka) quienes solían encontrar, de modo accidental, la respuesta a cualquier problema.
En 1955, la revista Scientific America lo recuperó para referirse a grandes hallazgos casuales, en una lista que va desde el principio de Arquímedes (200 a.C.) hasta la ley de la gravedad de Isaac Newton, pasando por la vulcanización del caucho o descubrimientos como la anilina (1856), la sacarina (1884), los rayos X (1895) o la dinamita (1886)
Transformar lo negativo
“La versión final de algo no existe. Siempre es un prototipo. Por eso se debe estar muy atento y leer que sucede en nuestro entorno. En este contexto, pesa la agilidad, flexibilidad y adaptabilidad de las organizaciones, el aprender del error”, señaló Borrajo, quien también es docente de Psicología para la Transformación de la Universidad de Nebrija, en España.
Asimismo, la aparente trivialidad de muchos descubrimientos no es tal. Como habría dicho Louis Pasteur, “en el campo de la observación, el azar favorece solamente a la mente preparada”.
Es un pensamiento abierto y sagaz la que capta un suceso fortuito. Sin conocimiento, la inspiración e intuición son insuficientes. Así, se pueden ver puentes donde otros ven abismos. “No obstante las empresas no utilizan todavía mucho la serendipia. Detrás de ella debe estar una cultura de innovación por medio del experimento. Las compañías no son muy proclives a la experimentación frecuente”, comentó Luis Dambra, decano de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral (UA).
Fuera de control
Cultivar la suerte inteligente es admitir que no podemos planificar o saberlo todo. Se subestima lo inesperado. La serendipidad convierte lo amenazante de lo imprevisto en algo con potencial. Esto sucede simplemente con aprobar la imperfección como parte de la vida misma.
“Capaz es un momento único. Pero si uno está atento, conectado con el entorno, la problemática internacional y social, aprendiendo de manera continua, esas circunstancias extraordinarias es posible que se den en forma casi incesante”, recalcó Nicolet quien también es cofundadora de Puentes hacia el Mundo Digital.
De ahí en más se puede sacar provecho de los equívocos imprevisibles. Además de interpretar las señales del contexto. En síntesis: estar alerta para descubrir situaciones imprevistas para transformarlas luego en resultados positivos. Así no es cuestión de buena fortuna sino de hacer uno mismo su propio destino.
La organización Reconstructed Living Lab creó una sistema pedagógico para gente de bajos ingresos. La idea era desarrollar sus habilidades, las empresas y los sistemas existentes. De acuerdo a este método jamás se le pregunta a la comunidad ¿cómo podemos ayudar?, bajo la premisa de que este simple planteamiento pone a las personas en posición de beneficiarios o “víctimas”. Incluso, conlleva una actitud pasiva.
Más bien, es preciso buscar complementar los activos existentes entre los individuos. Esto permite que un individuo que se autoconsideraba “no calificado” se convierta en un contribuyente. Este enfoque es utilizado tanto por organizaciones como por gobiernos.
La suerte inteligente es un músculo a entrenar. Aunque muchos lo desarrollan en forma subconsciente. “A alguna gente le será más fácil lograrlo que a otras. Es lo mismo que la creación. Es vital entrenarse. Las empresas deben impulsar la cultura de la experimentación para desplegar estas destrezas”, afirmó el decano de la facultad de Ciencias Empresariales de la Austral.
Al ejercitar esa habilidad, estas coincidencias positivas podrían llegar con más frecuencia y con mejores resultados.
“Qué la suerte te encuentre trabajando”, dice un dicho popular que se puede aplicar a este caso. “Cuanto más se ejercite la experimentación, mayor es la probabilidad de estos descubrimientos fortuitos. Desde el punto de vista de las firmas, se debe permitir a sus empleados desarrollar la curiosidad por medio de los experimentos”, puntualizó Dambra.
Mirada alentadora
Una persona entrenada para detectar serendipidad puede considerar como tal las limitaciones de recursos. Sucede lo mismo con los conflictos. “La pandemia fue un gran despertador de la resiliencia. Pero lo fue también de la antifragilidad para evolucionar hacia algo mejor que es también suerte inteligente”, detalló Nicolet.
El ensayista e investigador libanés Nassen Taleb definió la antifragilidad como esas cosas que se benefician de los sobresaltos, prosperan y crecen cuando se exponen a la volatilidad, la aleatoriedad, el desorden y los factores estresantes; y a la vez, aman la aventura, el riesgo y la incertidumbre.
“A algunas compañías, sobre todo las pymes, el Covid las agarró desprotegidas en sus capacidades digitales (venta, trabajo y entrevistas online, etc) Esa crisis fue el disparador para experimentar. Habían perdido estas oportunidades que se le presentaron en la prepandemia”, observó Virginia Borraja quien es también socia del Estudio Loch.
La serendipia no es celebrar el fracaso sino alabar el aprendizaje. Es una idea que no funcionó en un contexto, aunque podía servir para otro.
“La experimentación frecuente lleva a ‘la prueba y el error’, a la capacidad de aceptar los equívocos. En general, las firmas hacen al revés: realizan ensayos tratando de no fallar. Cuando experimentamos poco no nos permitimos frustrárnos. Destruimos así parte de la cultura de la innovación. Cuando de hecho se debe experimentar más para innovar más”, aseveró Dambra.
Multinacionales como Google y Pixar son ejemplos de la invención constante. En el primer caso, el 80% de los proyectos que encara la compañía terminan resultando fracasos. No obstante, estas cifras no encienden ninguna alarma en la empresa.
“Siempre les decimos ‘equivocate chiquito y rápido’. Es mejor ensayar algo en una muestra reducida, ajustar y después implementarlo en escala”, aconsejó Borrajo.
Por otra parte, la interacción entre grupos heterodoxos estimula esta destreza. Funciona tanto como autoconocimiento como conocimiento social. “Ayuda entrenar esa habilidad tan propia de los millennials y centennials del espíritu de comunidad, de buscar soluciones grupales”, finalizó Nicolet.