Martina Chidak, economista argentina especialista en desarrollo económico y economía del medio ambiente.
Es licenciada en Economía por la UBA y doctora en Economía Industrial por la Ecole Nationale Supérieure des Mines de Paris (Francia); tiene una Maestría en Economía Ambiental por la University College de Londres; es profesora de grado en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA) e investigadora del IIEP-UBA
1 de agosto de 2021 La Nacion
“No se puede mirar la cuestión del desarrollo económico y el desarrollo ambiental como un tema binario”, dice Martina Chidiak, economista argentina especializada en analizar cómo el crecimiento económico debe compatibilizarse con la sustentabilidad social y ambiental. En diálogo con la nacion, advirtió sobre la falta de políticas que combinen ambas dimensiones de la realidad y planteó que no tener en cuenta la transición energética y productiva y todas sus implicancias puede dejar a la Argentina fuera del mercado global.
–¿Por qué sostiene que no hay una dicotomía entre ambos temas?
–No hay que elegir entre uno y otro, porque están muy relacionados. Por efecto del cambio climático, si no actuamos rápido, vamos a tener enormes costos económicos y el desarrollo va a ser muy limitado. Algunos estudios ya hablan de caídas anuales del producto bruto mundial del 5% al 20% en el horizonte promedio; otras, proyectando los efectos que se han visto en el PBI por el aumento de la temperatura estiman una pérdida del 53% del PBI en la Argentina y del 73% en Brasil en 2100; esto es porque la agricultura es muy importante en ambos países. Hay una correlación, y no podemos mirar una cosa o la otra.
–¿Quién tiene el rol del cambio?
–Hoy se le pide tanto a los gobiernos como a las empresas que se comprometan a reducir las emisiones. Eso aquí no se ve, pero globalmente hay una mirada más general. Porque no se puede seguir planteando, como hace 15 o 20 años, que necesitamos desarrollo económico a cualquier costo. Antes se creía que era aceptable descuidar lo social o lo ambiental en pos de generar más empleo o crecimiento. Hoy es difícil, porque todos somos más conscientes de que los trade offs o las pérdidas que se generan para la población más vulnerable o para las generaciones futuras son enormes. Ese planteo fue permeando en todos los ambientes, y hay una cuestión generacional también. Entre los de mi generación, esa mirada de que es inaceptable pedir desarrollo productivo a cualquier costo es mayoritaria, y entre los más jóvenes también. Pero hacia arriba, sigue habiendo otro enfoque.
–¿Cómo se pueden conciliar las miradas de las generaciones?
–Hace falta un contrato tácito entre esta generación y la futura, acerca del legado de riqueza que les vamos a dejar para sostener un nivel de bienestar que no sea diminuto. Hoy, con los reclamos de jóvenes que hay sobre el clima y demás, lo que era más implícito se vuelve más explícito. Eso me parece importante. No podemos pensar el desarrollo productivo a cualquier costo, y tampoco la protección ambiental en abstracto, como un imperativo moral absoluto y superior a todo, sin que se pueda debatir. Porque la protección ambiental a cualquier costo significa prohibir toda actividad económica, toda forma de consumo, lo cual es socialmente inaceptable. Hay que empezar un diálogo que balancee los objetivos sociales y económicos.
La mineria es una de las actividades más apuntadas por el impacto ambiental.Archivo
–¿Y cómo se puede medir o definir ese balance?
–Hay temas ya instalados y no se pueden negar. Decir que este conflicto no existe no lo hace desaparecer. La economía ambiental propone enfoques para facilitar los debates y la evaluación de cuál es el balance adecuado. Y permite poner a todos en un lenguaje o en una medida común, para llegar a ese balance entre objetivos, que es posible y deseable para potenciar un proceso de desarrollo que sea sostenible desde el punto de vista social y ambiental. No se puede degradar el capital natural sin límite. Y hoy las evaluaciones del desarrollo y la sustentabilidad apuntan a esa cuestión. Si se mide únicamente el PBI y crece, quizás uno puede ver que mejoraron las condiciones de vida de la población, pero si se miran otros indicadores de sostenibilidad del desarrollo como el de riqueza inclusiva, más de la mitad de los países que tenían desempeño positivo en el PBI, ahí tienen un registro negativo.
Hay muchos papers que plantean que si quiero sostener o mantener una evolución no decreciente de alguna variable que socialmente elegimos, como el bienestar de la población en esta generación y las futuras, lo que hay que hacer es garantizar un stock de riqueza total no decreciente, y eso incluye al capital natural, a los recursos naturales que se venden, como la madera, el petróleo o la fauna marina, recursos que se explota y se puede evaluar su stock. Y también debería incluirse, aunque todavía es complicado de medir, todos los ecosistemas y los servicios ecosistémicos, como un bosque que genera caudal de agua en los ríos. Y si pierdo un bosque, voy a tener un problema de sequía. Incluir este tipo de capital y las relaciones que van avanzando es fundamental. Y por otro lado, hay que considerar el capital producido, que es la infraestructura, los bienes de capital y el capital humano, que tiene que ver con la educación y la salud. El crecimiento económico es un flujo, y esta medida del capital es un stock. Si genero crecimiento a partir de la explotación de recursos naturales, estoy perdiendo stock. Entonces, parte de lo que permitiría sostener este bienestar implica que debería invertir parte de la renta que se origina en esta actividad en otras formas de capital y rebalancear. Es casi un enfoque de cartera, pero lo que se ve es que en el mundo no está ocurriendo, porque perdemos capital natural y no estamos reinvirtiendo.
–¿Y cómo se trabaja en este punto con los recursos no renovables?
–Lo que plantean los ecologistas es que esta sostenibilidad no implica un rebalanceo entre formas de capital, sino un sostenimiento del capital natural, no tanto en lo que tiene que ver con petróleo y minería, sino con la biodiversidad o los servicios ecológicos, que tienen que mantenerse en un cierto nivel crítico para que el bienestar humano no sea decreciente a futuro. Eso implica mirar los niveles de contaminación, que en algunos centros urbanos le restan de 5 a 10 años de vida a la población.
–¿Qué desafíos presenta el cambio climático?
–Este 2021 marca un quiebre enorme, primero porque la cumbre climática de fines de este año pide desesperadamente mayores compromisos a las empresas y a los países, porque con lo comprometido voluntariamente no logramos limitar el aumento de la temperatura según lo estableció el Acuerdo de París, que es limitar el incremento por debajo de 2 grados y si se pudiera, de 1,5 grados, para evitar el impacto en sequías, en la suba del nivel del mar, entre otros efectos. Y uno de los planteos que se empezaron a hacer para intentar lograr esos objetivos vino de organismos globales, como la Agencia Internacional de la Energía, que dijo que si queremos lograr emisiones de carbono netas cero para 2050 hay que empezar a tomar medidas ya. Y eso incluye, por ejemplo, dejar de aprobar proyectos de explotación de combustibles fósiles.
–¿Cómo está la Argentina en ese contexto?
–Entre 1990 y 2010 hubo un crecimiento promedio del PBI de 3,3% anual, pero tenés una pérdida de la riqueza per cápita, sin considerar los efectos sobre la biodiversidad, de 1,9%. Un indicador podría decirte que estamos bien, pero desde otro enfoque estamos pésimo. Por eso, hay que considerar la sostenibilidad del desarrollo y definir qué indicadores miramos.
–Mencionaba el caso de la explotación de hidrocarburos. ¿Cuál es el escenario con Vaca Muerta, que aparece como potencial fuente de exportaciones del país, cuando el mundo se aleja de los combustibles fósiles?
–Es una situación muy difícil y no solo para la Argentina. Canadá, Estados Unidos o Brasil están apurando proyectos de explotación petrolera porque creen que después no van a poder hacerlos, y es ahora cuando pueden aprovechar esa riqueza. Se puede generar un juego estratégico entre países y picos de emisiones, pero la transición es inevitable. Estamos en una pulseada entre si entramos de lleno o no en la transición energética, y muchos países no quieren que pase, porque es fuerte que de repente todo su capital en recursos petroleros valga cero. Pero en algún momento habrá que aceptarlo. Si vamos a hacer algo contra el cambio climático, los combustibles fósiles van a ser reemplazados, aunque a corto plazo haya tirones y pataleos. Por eso Vaca Muerta sin dudas es un tema conflictivo.
–¿Y dónde está la Argentina hoy en ese proceso?
–Hay potencial, y en las energías renovables como el tema de la radiación o el viento estamos muy bien. Es muy importante para avanzar en casos de energía eléctrica que no entra en la red. Hay lugares donde llegar con la red es complicado y la energía distribuida tiene un potencial enorme, pero hay que ver cómo se manejan señales e incentivos para el desarrollo de sectores, o el cambio de carbono a gas natural, y después, ver la continuidad. La Argentina no usa carbón, sino petróleo, pero hay muchas plantas de generación térmica que usan fueloil y pasar a gas sería bueno. No quemar diésel y pasar a gas en la logística sería una solución intermedia, porque aún no hay opción de vehículos eléctricos disponibles para el salto a gran escala. El gran punto de la transición es aceptar que se viene, para abrir el diálogo y buscar opciones, ver qué sectores tienen más potencial, quién puede avanzar más rápido y cómo hacer para que tengan menores costos. Cuando se puso el impuesto al carbono en 2017, el gas, que tenía el impuesto más bajo, pasó a tener impuesto cero y eso es preocupante, porque pareciera que es tan limpio como las renovables. También los subsidios energéticos son un problema.
–Europa avanzó recientemente con medidas estrictas contra el cambio climático, como el fin de la venta de motores a combustión para 2035. ¿Qué efectos tiene eso para la Argentina?
–En Europa impulsan una nueva política de economía circular, con objetivos muy ambiciosos. Hicieron ajustes, con mandatos de reciclado de plásticos y materiales, impuestos a los plásticos de un solo uso. También propone la identificación de sectores con mayor potencial y aumentar la idea de la economía circular, que implica ver cómo tomar los materiales residuales y sumarlos en el proceso productivo, o cómo alargar la vida útil de bienes durables. Entienden que quieren ser líderes en tecnologías verdes, y hay una carrera porque después se vende esa tecnología, que tiene un potencial de altísimo valor agregado. También está la meta de prohibir la venta de autos con motor a combustión en 2035, y para eso los eléctricos o con hidrógeno tienen que estar listos a escala masiva. Estamos en un mundo cambiante, y la Argentina plantea en principio que se quiere sumar a los objetivos y lograr la carbono neutralidad en 2050, pero no estamos tomando medidas concretas para permitir que nuestras actividades avancen en esa discusión. También el impuesto al carbono va a llegar para quedarse. Existe riesgo de que esta medida termine siendo capturada por el lobby proteccionista, pero se tiene que negociar sin negar la cuestión. Hay que reconocer que estas medidas pueden afectar la competitividad y entrar en un diálogo. Hoy la competitividad depende de la política y si no hay medidas exigentes con el tema, quedás afuera del mercado.