La destacada experta en biotecnología vegetal, conocida por el impulso a las semillas HB4 tolerantes a la sequía y defiende la importancia de la ciencia básica
“En el Conicet, existe el convencimiento de que vale la pena patentar desarrollos”, sostiene. “Para poder desarrollarse, hay que invertir en ciencia; no es un lujo. Lo demuestran las curvas de crecimiento de los países que hoy tienen un PBI y un ingreso per cápita mucho más alto”, compara. “La ciencia básica a veces no tiene un impacto inmediato. El impacto viene siglos, años, meses después. Por eso yo valoro toda la ciencia básica aunque no parezca útil”, plantea. “El desarrollo de la semillas HB4 tolerantes a la sequía partió de un foco en la ciencia básica, en plantearse preguntas ante el hecho de que una planta tolera mucho mejor la falta de agua que esta otra”, explica. “La ciencia es la fuente de desarrollo de mayores ingresos y de riqueza”, asegura. “Hoy en día, el diálogo entre el Conicet y el mundo empresario ha evolucionado realmente muchísimo”, detalla. “Hay una vacancia bastante grande en nuestro país, sobre todo en biotecnología en el tema patentes. Hay mucha escuela de patentes más ingenieriles pero muy poco en biotecnología”, reflexiona. ”Israel es un caso muy emblemático. No tiene riqueza natural de ningún tipo; es muy chiquito; no tiene agua y, sin embargo, tiene un desarrollo y un nivel de vida envidiable. Nosotros deberíamos aspirar a hacer más ciencia y a desarrollarla más”, analiza. “Cuando se habla del 4,9% de inversión en ciencia respecto del PBI en Israel, no significa que el Estado gasta el 5% de su PBI en ciencia. Mucho de esta inversión viene de los privados”, precisa. “La formación de personas es una de las tareas más importantes que encaramos los científicos, no para que todas se queden en el sector público sino para que haya empresas enriquecidas con gente que pueda resolver problemas”, sostiene.
La destacada experta en biotecnología vegetal, Raquel Chan, estuvo en La Repregunta. Chan es la investigadora que desarrolló el trigo y la soja HB4 tolerante a la sequía. Es doctora por la Universidad Nacional de Rosario y bioquímica por la Universidad Hebrea de Jerusalém, donde hizo sus estudios de grado. Desarrolló su trabajo postdoctoral en el Instituto de Biología Molecular de la Universidad Louis Pasteur, en Estrasburgo, Francia.
En el centro de la preocupación global y, también, en el centro de la preocupación Argentina y de la región está el tema de los commodities, de cómo, en el contexto de la guerra y de los cambios climáticos, los cultivos pueden aumentar o decrecer su producción. Sequías e inundaciones que atraviesan al planeta y condicionan, por ejemplo, la macroeconomía. En la Argentina, en 2018, vimos como esa sequía influyó en el agravamiento de la situación económica del país. Ahora el fenómeno de “la Niña” puede volver a condicionar las cosechas. ¿Cuál es el poder de la ciencia de transformar esas condiciones? ¿Qué poder tiene realmente hoy en la Argentina, puntualmente?
Chan es investigadora superior del Conicet, profesora titular de la Universidad Nacional del Litoral y directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral. Fue también directora del Centro Científico Tecnológico del CONICET Santa Fe.
Aquí, la entrevista completa
-Su investigación en torno a la soja y el trigo transgénicos resistentes a la sequía tiene un impacto clave en un área tan importante para la Argentina, como es el agro. ¿En qué punto está esa investigación? ¿Ha avanzado hacia otros cultivos esta posibilidad de volverlos resistentes a la sequía?
-En el caso de los cultivos, no podemos hablar de resistencia. La resistencia sería algo absoluto, como la que tienen algunas bacterias a los antibióticos, a las que no les hacen nada. Los cultivos son plantas, seres vivos y todos requieren agua. Por eso hablamos de tolerancia: estos cultivos tienen la posibilidad de tolerar períodos más largos de sequía sin merma en la producción. No quiere decir que podrían crecer en el desierto, sin agua, a lo que se llamaría resistencia. La tolerancia es una respuesta que depende del ambiente y de cada lugar, de cada cada año y cada campaña. Ahora se están haciendo otros desarrollos a partir del trigo y la soja HB4 para que se adapten a otras regiones. Lo está haciendo la empresa Bioceres. Nosotros ayudamos, exploramos y estudiamos lo que ellos hacen. No hay que menospreciar todo lo que ha hecho el breeding o mejoramiento tradicional. Para cada lugar, hay variedades adaptadas que mostraron, por cruces y selección, mejoras para cada región, incluso para otros países como Brasil, Paraguay y Bolivia. Ahora hay que cruzar la tecnología HB4 con esa variedad existente en una región para obtener una variedad aún más mejorada por región. Eso requiere un montón de trabajo. No sólo se está trabajando en soja y en trigo sino también en otros cultivos como alfalfa, algodón y caña de azúcar.
La ciencia de los commodities
-Es decir que esa semilla transgénica se transforma a medida de las regiones donde se va a sembrar finalmente.
-Se produce por cruzamiento sexual. Una semilla que está muy mejorada para crecer en determinada región, es cruzada con la soja o con el trigo HB4 y de esa forma se obtienen semillas hijas con las dos características, la de la mejorada más la característica que le da el gen HB4, que originalmente es un gen de girasol.
-¿Qué pasa en relación a los otros desafíos que presenta el cambio climático, las inundaciones? ¿Hay trabajos de intervención génica que apunten a una mayor tolerancia a las inundaciones?
-Absolutamente. Las inundaciones son los desastres más grandes que han ocurrido en las últimas décadas en el mundo. Sin embargo, las mayores pérdidas se producen por sequía y no por inundación. La sequía es mucho más constante a lo largo de las décadas. Hay lugares que son secos y con muy baja producción. De todas formas, como las inundaciones se han vuelto realmente un drama, con otros genes del girasol, el HHB11, hemos desarrollado mucha tolerancia a inundaciones sobre todo en el período de siembra y de emergencia de las plantas. Ya lo hemos puesto en maíz y en soja. El arroz es un cultivo que crece inundado. Los científicos lo usamos mucho para hacer ensayos porque es más fácil de manejar y de transformar. De todas formas, la idea no es desarrollar HB11 en arroz, que ya lo hicimos. Da una planta ideal, como dicen los agrónomos, o sea, con todas las características de mayor producción y tolerancia. Sí queremos desarrollar esa tolerancia en maíz y en soja, donde ya pusimos el gen HHB11. Muestra muchas características benéficas, como tolerancia a la inundación y también a lo que llamamos “tormentas”. No es que la tormenta en sí afecte los cultivos sino que causa defoliación: las plantas pierden las hojas. En realidad, el efecto ante una tormenta fue un descubrimiento absolutamente accidental: tuvimos una tormenta terrible, tipo tornado, en uno de los ensayos que hicimos en 2019-2020 y se llevó puesta a todas las plantas. Fue un desastre. Después de que pasó la tormenta, las plantas HHB11 de maíz resurgieron y rindieron casi como si no les hubiese pasado nada. Aparentemente, y lo estamos estudiando con más detalle, hay una tolerancia a la defoliación, pérdida de hojas, que estaría dada porque las plantas con HHB11 fijan antes sus granos. Entonces, si logran recuperarse de la tormenta o de la inundación, siguen su vida: o las mata o las fortalece, como dice el refrán.
Entre el laboratorio y los agronegocios
-Es muy interesante ver a la ciencia interviniendo en el mundo productivo real con un alcance enorme: la aprobación de la soja HB4 por parte de distintos países como China, Estados Unidos, Brasil, Paraguay, Canadá, además de la Argentina, implica que el 85% del territorio sojero del mundo podría recibir este tipo de semillas. De ahí surge una cuestión: cómo razona un científico a la hora de plantarse ante la posibilidad de un campo de investigación. En el caso del gen del trigo tolerante a la sequía, usted ha comentado que le prestó atención por su “utilidad biotecnológica”. ¿Cuánto del mundo real productivo entra en la cabeza de un científico de laboratorio como es su caso a la hora de decidir un campo y una línea de investigación?
-Últimamente, cada vez más. El científico ve algo y dice por qué pasa esto y qué pasó. Con esas preguntas, requerimos una hipótesis, requerimos hacer experimentos. Después, las hipótesis se nos caen al piso porque no fueron correctas, pero está bien, es parte de la ciencia, o sí se corroboran. Y últimamente está muy promovido, desde las instituciones y desde la sociedad toda, que uno les mire algún viso de utilidad a los experimentos. Toda la ciencia es útil, aún la que a veces le puede parecerle inútil a la gente. Cuando a Newton se le cayó la manzana y dijo porqué se cae la manzana y no queda colgada en el aire cuando se desprende, elaboró la teoría de la gravedad: está atraída por el centro de la tierra. Ni Newton ni nadie que lo escuchó sabía que es la base por la cual funciona un avión o un ascensor o todo lo que tiene que pelear contra esa fuerza gravitatoria que hoy usamos continuamente. Ésa es la ciencia básica que a veces no tiene un impacto inmediato. El impacto viene siglos, años, meses después. Por eso yo valoro toda la ciencia básica aunque no parezca útil.
-Cuando arrancó con este mundo de la genética de las plantas, ¿tenía ya ese foco puesto en la producción del agro o era una curiosidad casi intelectual y científica de torre de marfil?
-Uno siempre tiene la idea de ver si lo que uno hace sirve para algo en forma inmediata. El foco fue la ciencia básica, es decir, plantearse preguntas ante el hecho de que una planta tolera mucho mejor la falta de agua que otra. Es algo que se puede haber preguntado cualquier ama o amo de casa. Se olvida de regar las plantas; una se le muere y la otra, no. Le ha pasado a todo el mundo cuando se va de vacaciones, no vino la vecina y no le dio el agua. Nosotros nos preguntamos por qué ésta se muere y ésta, no. ¿Qué tienen de distinto?
De la ciencia a las patentes
-¿En qué momento esa curiosidad científica e intelectual, que dispara una investigación de laboratorio, se conecta con el interés productivo de una empresa de biotecnología como Bioceres?
-En eso fuimos bastante pioneros. Vimos que HHB4, este gen de girasol, daba mucha tolerancia a la sequía. Uno dejaba de regar la planta 20 días, parecían todas muertas y después, le daba agua de nuevo y revivían como si nada. El que fue mi director de tesis me dijo si no lo iba a patentar. Le dije, no, no tengo plata para pagar patentes, porque eso cuesta mucho dinero. Además, yo desconocía el campo de las patentes. Era el año 2003. Mi director de tesis, que yo había terminado en 1988, fue el Dr. Rubén Vallejos. Ya estaba jubilado. Él me sugirió hablar con una empresa, me mencionó a la gente de Bioceres que recién empezaba. Logré contactarme con ellos, me recibieron muy bien. No tenía ni sede. Nos reunimos en Rosario, en AAPRESID porque Bioceres era una empresa formada por productores que estaban en esa organización. Apostaban a desarrollar algo de biotecnología y cada uno ponía un poco de plata, lo cual hacía muy facilitaba la inversión porque nadie jugaba toda su fortuna y todos sus bienes. Les conté lo que tenía y les mostré fotos de estas plantas y cómo habían sido hecho los experimentos. En un diálogo muy naif de parte de ellos y de parte mía, dijimos esto es bárbaro porque proyectamos que eso podía darse en cultivos. En ese momento, eso era un delirio pero resultó porque tuvimos mucha suerte porque hay muchos genes, otros de otras plantas, que confieren esa tolerancia a sequía pero en general tiene mucha merma en la productividad. Hasta ese momento, nosotros ni siquiera habíamos medido productividad. Fue un delirio, pero se jugaron, nos jugamos nosotros y nos fue muy bien.
Para poder desarrollarse, hay que invertir en ciencia; no es un lujo. Lo demuestran las curvas de crecimiento de todos esos países que hoy tienen un PBI y un ingreso per cápita mucho más alto. En Argentina, siempre estamos resolviendo lo urgente y no lo importante
-Hubo un encuentro muy virtuoso entre la ciencia básica y el interés productivo de innovadores del agro. Lo que llama mucho la atención de su currículum es que, además de mencionar la cantidad de publicaciones y los libros que ha escrito, también se mencionan la cantidad de patentes que ha desarrollado: nueve patentes.
-Nueve más todas las repeticiones en todos los países. Son nueve originales.
-¿Cuán desarrollado y aceitado está en el Conicet y en la ciencia que se hace en una universidad esa cosmosmovisión que considera que la ciencia básica puede influir en el desarrollo productivo y es un conocimiento que puede ser patentado y ser rentable? ¿Cuánta resistencia hay en el mundo científico o cuán desarrollada está esa perspectiva?
-Existían protocolos de relación con el mundo privado pero estaban en pañales; no había mucho ejercicio y eran difíciles. Era difícil encontrar un lenguaje común entre empresarios y Conicet. Los investigadores de Conicet creemos que lo que tenemos es maravilloso y los empresarios no están tan seguros. Es un diálogo complicado. Hoy en día eso ha evolucionado realmente muchísimo. Sí existen en Conicet el convencimiento de que vale la pena patentar, aunque no cualquier cosa, ése es el tema. Las patentes cuestan dinero, no tanto la presentación sino los honorarios de los abogados que saben hacer patentes. Eso es una vacancia bastante grande en nuestro país, sobre todo en biotecnología. Hay mucha escuela de patentes más ingenieriles pero muy poco en biotecnología.
En eso fuimos bastante pioneros. Vimos que HHB4, este gen de girasol, daba mucha tolerancia a la sequía. Uno dejaba de regar la planta 20 días, parecían todas muertas y después, le daba agua de nuevo y revivían como si nada
-La rentabilidad que genera la patente, ¿va para el Conicet, para el Ministerio de Ciencia o para los investigadores? ¿Para quién va? ¿Para la parte privada que hizo la inversión económica?
-Depende de cada patente. Puedo mencionar nuestro caso, y en general es más o menos así. Se hizo un convenio, se renovó, se arregló 80 veces porque siempre tenía fallas. La patente está licenciada a Bioceres, que es quien ejecuta toda la parte comercial y de negocios. La patente es por el gen o por la construcción genética que tiene la planta. Al mismo tiempo, la planta también tiene su semilla original: la planta no es sólo la patente. Entonces, un porcentaje de los ingresos brutos sobre la venta de semillas de soja o trigo HB4, va al Conicet y a la Universidad Nacional del Litoral. Y cada una de las instituciones reparte esos ingresos entre los investigadores.
-¿De cuánta plata estamos hablando? ¿Cuánto ingresó en 2021 a ser repartido de esa manera?
-Es simbólico porque todavía no estaba la aprobación. Una vez que sale la aprobación, hay que sembrar, cosechar y vender. Lo único que se vendió fue lo que estaba en estado experimental. Serán 10 millones de pesos. No me acuerdo exactamente. Esto va a llevar años de evolución. El trigo particularmente tiene normas muy estrictas de segregación del otro trigo, lo que requiere una logística de cosecha y almacenamiento en molinos separados. Las aprobaciones en Australia y en Nigeria vinieron después. Año a año, va a ir creciendo la superficie sembrada. Nos va a dar números mucho más importantes, si tiene éxito.
Los sesgos ideológicos antiagro
-Por algún sesgo ideológico que influye en parte del mundo científico argentino, hay una mirada que estigmatiza al sector del agro. ¿Cuánto pesa en la posibilidad de avanzar con este tipo de investigaciones, que pueden generar patentes muy rentables hacia adelante?
-No es todo el mundo científico. Hay una parte del mundo científico, y yo diría reducida, que tiene esa resistencia a la gente del agro. Actualmente muchos de mis colegas están haciendo este tipo de desarrollos con foco en otras características, por ejemplo, tomates resistentes a enfermedades, plantas con más nivel de azúcares. Esa resistencia es muy minoritaria.
-¿Qué resistencias hay del lado política? El Consejo Deliberante de la ciudad de Gualeguaychú, en Entre Ríos, la cuna del actual secretario de Agricultura Juan José Bahillo, donde fue intendente, estaba por prohibir el uso de semillas de transgénicos HB4. Usted hizo una exposición para explicar el tema. Hay un cuestionamiento en términos medioambientales y también sanitarios. ¿Cómo percibe la mirada que la política tiene sobre este tipo de desarrollos?
-El propio secretario de Agricultura apoya el trigo transgénico. Yo di la charla, invertí un montón de tiempo, di todas las entrevistas periodísticas que me pidieron y no creo que haya convencido a los que no están convencidos. Esto es una posición política de alguna gente. Mucha gente asocia todo lo que es transgénico al aumento del uso de herbicidas, algo que no es así y no tienen porqué serlo. La tolerancia está más allá. Si quieren prohibir los herbicidas, prohíbanlos. Lo de prohibir el glufosinato de amonio sería absolutamente simbólico como prohibir el trigo en Gualeguaychú: en la ciudad no se siembra trigo ni se usa glufosinato. Tampoco tienen posibilidad de control, que es otra cosa que le he dicho a la gente. Todo ese rechazo es simbólico y declamativo. Por supuesto que no acuerdo porque, aunque sea simbólico, no tiene fundamentos ni científicos ni tecnológicos ni ambientales.
-¿Ni sanitarios? ¿Desmiente la idea de que consumir productos hechos con trigo transgénico puede tener un efecto en la salud de la población?
-No es una desmentida en términos personales. Están hechos todos los ensayos y estudios de alimentación animal lo demuestran. Para que un evento transgénico sea aprobado, se exige una cantidad de estudios enormes. Todos esos estudios están publicados en un paper. Está establecido que el trigo es equivalente al otro trigo porque el gen no se expresa en semillas, o sea, que la harina es indiferenciable de la harina sin transformar. Eso no es opinable; son datos científicos. Este trigo es igual de malo para un celíaco que el otro trigo. Con respecto al herbicida en particular, en esa reunión con el Consejo Deliberante de Gualeguaychú, estaba presente la presidenta de todos los Colegios de Ingenieros Agrónomos de la provincia de Entre Ríos. Ella explicó que tiene todos los datos de uso de herbicida porque hay trazabilidad de quién compra, cómo compra, cuánto se compra. Y el glufosinato de amonio no lo usa nadie ni lo va a usar nadie porque no es el herbicida más adecuado. Nosotros lo pusimos para poder hacer la transformación pero no hay que usarlo. Si quieren, lo pueden prohibir porque no tiene nada que ver con el trigo HB4 que es para sequía, no para herbicidas.
La inversión en ciencia: ¿menos Estado y más privados?
-Usted hizo su carrera de grado en la Universidad Hebrea de Jerusalém. Israel se ha convertido en un polo científico y tecnológico muy interesante. Hay datos de la Unesco de 2014-2018. Israel invertía en ciencia 4,95% respecto del PBI. Argentina, en 2018, 0,54. Brasil, 1,26. Esa diferencia de inversión en ciencia que se da entre Israel y la Argentina, ¿cómo impacta en la posibilidad de avanzar con estos desarrollos tan clave para el mundo productivo y para la economía argentina en general?
-Obviamente que impacta. Corea, Noruega, hay un montón de países que tienen esos porcentajes. Tienen que ver con empresas que están invirtiendo en ciencia y tecnología. En la Argentina, no tenemos muchas empresas que inviertan en ciencia y tecnología. ¿Y cómo impacta? Fue el aniversario del fallecimiento de Bernardo Houssay, nuestro primer Nobel en biología o en ciencia biológica, en medicina en realidad. Él lo dijo: somos demasiado pobres para darnos el lujo de no invertir en ciencia. Es una de sus frases más conocidas. Para poder desarrollarse, hay que invertir en ciencia; no es un lujo. Lo demuestran las curvas de crecimiento de todos esos países que hoy tienen un PBI y un ingreso per cápita mucho más alto. En Argentina, siempre estamos resolviendo lo urgente y no lo importante. Desde que nací, me parece que vivo en crisis. Ahora hay un plan de ciencia y tecnología para poder llegar al 1% de inversión en ciencia en 2030. Fue aprobado por todos los sectores. Es un plan para hacer de la ciencia una política de Estado que no dependa del poder político de turno. La ciencia, en mi opinión y en opinión de mucha otra gente, no debería depender de quién está a cargo de la gestión. Esto lo demuestran los países desarrollados donde los gobiernos han cambiado también 8 mil veces, izquierda derecha, centro y sin embargo siguen invirtiendo en ciencia. Es la fuente de desarrollo de mayores ingresos y de riqueza. Israel es un caso muy emblemático. Un país que no tiene riqueza natural de ningún tipo, es muy chiquito, no tiene agua y, sin embargo, tiene un desarrollo y un nivel de vida envidiable. Nosotros deberíamos aspirar a hacer más ciencia y a desarrollarla más. No cualquier ciencia. Hay que pensar, hay que hacer planes, hay que elegir temas. Esos modelos son buenos obviamente aunque no son trasladables en forma inmediata porque nosotros tenemos otra tradición, otra idiosincrasia, otra población, otros problemas. Hay que adaptar esos modelos que no es lo mismo que copiar.
-Entonces, certidumbre política y participación también del sector privado en el desarrollo de la ciencia.
-Sobre todo lo segundo. Cuando hablan de 4,9 de inversión en ciencia respecto del PBI, no significa que el Estado gasta el 5% de su PBI en ciencia. Hay que desglosar esos datos. Mucho de esta inversión viene de los privados. Esa participación se podría promover con leyes de biotecnología y nanotecnología. Incentivos a las empresas para que hagan inversión, para que tengan ciencia, porque en general adquieren la ciencia. A nosotros nos vendría muy bien como país sustituir importaciones y desarrollar cosas acá. Pero eso quiere requiere desarrollo y formación de personas, una de las tareas más importantes que encaramos los científicos, formar personas, no para que todas se queden en el sector público sino para que, justamente, haya empresas enriquecidas con gente formada para poder resolver problemas.
A favor del conocimiento
▪ Formación. Doctora por la Universidad Nacional de Rosario y bioquímica por la Universidad Hebrea de Jerusalén.
▪ Vida académica. Investigadora del Conicet, profesora de la UNL y directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral.
▪ Innovación. Junto con el doctor Daniel González, lideró el equipo que, en colaboración con Bioceres, el Conicet y la UNL, desarrolló el trigo y la soja HB4