En las últimas dos semanas, una secuencia de afirmaciones y confesiones nos ofrecen pistas sobre presente, pasado y futuro de lo que llamamos Internet. Las hicieron Bill Gates, Mark Zuckerberg y Vitalik Buterin, referentes a su vez de la popularización de la PC y los software (Microsoft), las redes sociales o la Web 2.0 (Facebook, Instagram) y la más reciente avanzada crypto y la llamada web3: a través de profundas entrevistas en medios digitales masivos y especializados (como el podcast de Joe Rogan, el más popular del mundo), coincidieron en dar detalles sobre sus vidas personales y se refirieron al impacto de su tarea profesional en la humanidad, mientras abordaban temas que van desde los vínculos profundos hasta la democracia y el dinero.
Las declaraciones más recientes fueron las de Gates, quien este martes actualizó un ambicioso informe (Goalkeepers Report) con el que desde hace una década busca monitorear avances en grandes temas sociales. Llevado por el entrevistado, Gates defendió su optimismo racional en el largo plazo, entre males como las hambrunas de Africa y buenas noticias como los avances en genética y las vacunas MRNA. Muerte (la guerra de Ucrania, el coronavirus y la pandemia, las especies, las sequías y la Tierra ante el calentamiento global) y progreso (informática, mejoras científicas, avances sociales) forman parte de su diagnóstico.
Zuckerberg también defendió su rol, aunque con un mea culpa sobre las dificultades para controlar efectos nocivos de la circulación de información en las redes sociales. Habló de sus pasatiempos (el jujitsu y otras artes marciales) pero también de sus proyecciones optimistas dentro del metaverso, su gran apuesta. Buterin, el menos conocido, describió aspectos más técnicos del alto impacto de la revolución crypto: en estos días, el creador de la red Ethereum atraviesa un momento clave que podría restablecer el optimismo sobre los alcances de las tecnologías blockchain: da detalles de un cambio profundo bautizado “merge”; sus efectos, y la mirada de Buterin, abarcan el consumo de energía y la valuación de las criptomonedas, pero también la gobernanza de grandes organizaciones, la descentralización y hasta las llamadas “sociedades start-up”. Con mirada matemática, se pone al margen de visiones extremas (¿futuro de la humanidad?, ¿proyectos financieros inútiles?) y defiende el trabajo de las comunidades de desarrolladores en la infraestructura.
La coincidencia en cuestión de días hace que las tres miradas se vean más complementarias que contradictorias. O más que eso: funcionan como una señalética para aproximarnos, desde sus protagonistas, a la revolución informática que protagonizamos en el comienzo del siglo XXI.
También se percibe esa simultaneidad desde la reflexión y el campo académico.
El filósofo best-seller Byungchul Han viene ofreciendo artículos en los que pone esos cambios en el centro de su análisis. Cada vez más lejos de su impronta oriental, y en línea con su reciente Infocracia (donde postula los efectos del “dataísmo” y del “régimen de la información” sobre la democracia), se publica en estos días una nueva compilación suya en español bajo el títuto Capitalismo y pulsión de muerte (Herder, septiembre 2022). En el ensayo principal, Han mezcla, con evidente influencia de Freud, la agresividad, la violencia, la acumulación de capital y, en definitiva, el dilema entre progreso y muerte desde una perspectiva colectiva de la especie humana: ¿de dónde viene ese impulso?; ¿se trata finalmente de una contradicción?
La mirada, con un abordaje diferente, tiene puntos de contacto con la obra de la australiana Mckenzie Wark, interesante figura política y cultural que llegará a Buenos Aires en los próximos días para el FILBA (ya acredita ensayos pioneros como el manifiesto hacker, 2008, hasta una reciente novela, Vaquera invertida, editada por Caja Negra).
En El capitalismo ha muerto, el ensayo recientemente publicado por la interesante colección española Holobionte (julio, 2022) Mckenzie Wark se pregunta ya desde el título si esto que vivimos hoy no es aún peor. Desde una mirada activista y explícitamente post marxista, desarrolla también, a lo largo de varios artículos, un postulado que tiene a la informática como eje: la nueva lucha de clases se da entre hackers y vectorialistas, creadores y apropiadores de valor en esta era. Se trata de una visión en la que el acceso, control y explotación justamente del “plusvalor” informativo es, para ella, el centro de la actual disputa.
De todos modos, su tesis es que si no se pueden dar por muertos los hechos en los que se basaba la idea de capitalismo a mediados del siglo XIX, seguro están agotados nuestros modos de comprenderlo. Al igual que Byung Chul-han, considera que la informatización de comienzos de siglo nos confronta, además, con una gran dificultad para comprender nuestros roles en ese proceso, así como las paradojas y los dilemas entre progreso y destrucción, entre vida y muerte.