Por Florencia O’Keeffe 

20 de marzo 2022 · La Capital

Los médicos admiten que después de la pandemia “son otros”.

Morir en el campo de batalla. Aunque la metáfora bélica no es la más adecuada para ejemplificar lo que pasó durante la pandemia, lo cierto es que los colegas de los médicos que fallecieron a causa del Covid lo dicen así: “Estaban en la primera línea de fuego”. A dos años del inicio de la pandemia, fueron 73 las muertes de esos profesionales.

Relatos de enfermedad y dolor. De valentía y vocación. La incertidumbre, el agotamiento y las despedidas atraviesan las historias personales que también son colectivas.

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De los 73 médicos fallecidos que ejercían sus tareas en Santa Fe, el 70% vivía en el sur provincial y 40 eran rosarinos.

Nunca antes una enfermedad había afectado de tanto al personal de salud.

Aquel virus detectado en China, a 19 mil kilómetros cruzando el océano, irrumpió en la Argentina hace dos años (el 20 de marzo del 2020 se decretó el aislamiento obligatorio) y lo cambió todo, o casi todo.

Los primeros casos se dieron en viajeros que llegaban desde distintas partes del mundo.

El personal de salud, más esencial que nunca, los recibió, los atendió con las herramientas que disponía en ese momento, entre la necesidad de dar respuestas y el temor lógico ante una enfermedad desconocida y transmisible.

Los contagios se multiplicaban y las vacunas no eran ni siquiera un sueño. Contar con medicamentos que frenaran la replicación del Sars Cov 2, una utopía. Así, los médicos también empezaron a enfermarse.

La primera ola provocó internaciones de estos profesionales en sala general y en terapia. Más de la mitad de los fallecimientos se produjeron antes de que llegaran las vacunas.

La segunda ola, allá por abril y mayo del 2021, volvió a complicar el escenario sanitario y puso a todos al borde del colapso. Muchos de los médicos de la provincia murieron en esos meses.

Algunos tenían una dosis de la vacuna colocada cuando se contagiaron, otro pequeño grupo ya había recibido las dos dosis y al menos tres de los casos fatales corresponden a profesionales que habían optado por no vacunarse.

Por entonces, la mayoría de la población seguía desprotegida. El barbijo, la distancia o el aislamiento eran las únicas defensas. En ese contexto, pacientes con alta carga viral llegaban a cada rato a los hospitales y sanatorios de la ciudad y el personal los recibían.

Si bien las vacunas evitan en gran medida la enfermedad grave y la muerte, la protección no es del 100%. El virus, que provocaba cientos y cientos de contagios por día, logró saltear en algunas personas la respuesta inmunitaria. Fue más cruento en aquellos con comorbilidades, pero también se llevó a muchos que siendo jóvenes y sin factores de riesgo se enfermaron gravemente y murieron en pocas semanas sin que sus colegas pudieran evitarlo.

Heridas abiertas

La presidenta de la Asociación de Medicina Interna de Rosario, Giselle Shocron fue contundente cuando se refirió al Covid y sus efectos, físicos y anímicos en los equipos de trabajo: “A nosotros la pandemia nos cambió para siempre”. Un antes y un después indiscutido.

Cuando se habla con cualquier médico, de cualquier especialidad, pero especialmente con aquellos que estuvieron meses y meses cara a cara con la muerte, cada día, la reflexión es unánime: “No somos más los mismos”.

Ángela Prigione, presidenta del Colegio de Médicos de Rosario, la entidad que relevó el número de muertes de médicos en los dos años de pandemia, se emociona hasta las lágrimas recordando los peores momentos de esta crisis inesperada, que aún es parte del presente.

“La mayoría de los médicos que murieron estaban en plena pandemia en su lugar de trabajo. Se contagiaron trabajando, en una guardia, en una ambulancia”.

Días eternos rodeados de dudas y preocupación. El final de la pandemia, que de hecho no llegó, no se veía ni en los mejores escenarios.

“El miedo a contagiarnos, a transmitir el virus a nuestros seres queridos especialmente a los más vulnerables. Llegar al laburo y enterarte que tal compañero estaba internado por neumonía bilateral y que había que intubarlo. Parecía una pesadilla”, recuerda Prigione.

En una charla de hace unos meses, Carlos Lovesio, jefe de terapia del Sanatorio Parque, uno de los centros referentes en la atención a pacientes Covid, dijo: “Era ingresar a la sala y ver 45 personas dadas vuelta (en posición de prono), intubadas, algo jamás pensado. Y entre ellos también observar dos, tres o cuatro colegas y amigos. Nunca imaginé algo semejante”.

Respaldo

El compañerismo, el trabajo en equipo, la solidaridad, el registro minucioso de la labor que ejercían todos y cada uno de los trabajadores de la salud fue la cara amable de esta pesada y trágica realidad que dejó sus huellas.

Prigione comenta que a los pocos meses de la pandemia el Colegio de Médicos estableció un subsidio para los profesionales que se contagiaban. Un total de 3.036 médicos lo solicitaron.

“Era una ayuda económica que quizá no resultaba tan importante en lo monetario, aunque todo suma porque nuestros salarios no son buenos, pero sirvió como reconocimiento de lo que estaban atravesando nuestros colegas”, señala.

“Nos tocó ser actores principales de una tragedia. Sin saber nada o casi nada de lo que se venía. Adaptándonos a cada etapa, a cada cambio, cada novedad. Fueron dos años de gestionar la incertidumbre misma”, agrega.

Prigione menciona: “Veíamos ingresar a terapia a un padre, una madre, un abuelo, un hijo, lo acompañábamos en su proceso de enfermedad, lo intubábamos sabiendo que quizá no se salvara. A veces esa persona era un compañero de trabajo de años. Nadie está listo para eso. Nadie”.

De esa experiencia que no duda en calificar como “terrible” quedan muchas cosas: recuerdos, aprendizajes y mucho dolor.

“Ahora nos toca rearmarnos, detectar los casos de estrés postraumático que son muchos entre los profesionales. Estamos viendo cómo salimos de esto”, reflexiona la médica, quien adelantó que el Colegio está desarrollando una estrategia de contención con charlas, encuentros y otros espacios para ayudar a sus integrantes a volver a sus tareas, lo más alejados que se pueda del espanto.