Traducción de Jaime Arrambide

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WASHINGTON (The Washington Post).– En gran parte de Estados Unidos hay pocos contagios de coronavirus, pocas internaciones y el número de fallecimientos está bajando, después del desesperante pico de agosto, con más de 2000 muertos diarios. La mayoría de la gente está vacunada y la idea de las dosis de refuerzo cobra fuerza. En la Casa Blanca creen que lo peor de la pandemia ya pasó.

Pero en gran medida todo depende del virus, y el virus no es estático: muta. Actualmente, casi la totalidad de los casos nuevos responden a la variante delta, que es más del doble de contagiosa que el virus original surgido en Wuhan. La posibilidad de que se produzca una nueva mutación significativa del virus se cierne como un enorme signo de pregunta sobre cualquier discusión acerca del futuro de la pandemia.

Y los científicos que monitorean de cerca el virus ya avisaron que al SARS-CoV-2 le queda mucho margen para seguir evolucionando. “No veo nada que permita inferir que el virus se está aplacando”, dice Kristian Andersen, inmunólogo del Instituto de Investigaciones Scripps. “Creo que el virus no es tan contagioso como podría ser”.

Los científicos rastrean decenas de “sublinajes” en la misma línea de la delta, cada uno de ellos con mutaciones levemente diferentes. Recientemente, uno de esos sublinajes empezó a propagarse con velocidad en el Reino Unido y concita cada vez más atención de los investigadores. Hasta ahora, no hay evidencia convincente de que la delta tenga peligrosos descendientes nuevos. El sublinaje del Reino Unido que capta la atención de los científicos tardó varios meses en alcanzar el 8% de los nuevos contagios en ese país, así que aunque tenga alguna ventaja evolutiva, no se esparce con la explosiva velocidad que tuvo su ancestro, la delta, señala William Hanage, epidemiólogo de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard.

Muchos científicos sospechan que la próxima “variante de preocupación”, si aparece, muy probablemente descienda de la delta. Pero no hay que olvidar que la evolución de un virus es impredecible por definición. “El futuro no se puede predecir, porque la biología es algo demasiado complejo. De hecho, sería mejor no intentarlo”, dice Joel O. Wertheim, biólogo evolutivo de la Universidad de California en San Diego.

Sorpresa de los expertos

Al principio de la pandemia, la ortodoxia científica sostenía que el coronavirus no mutaba mucho, sobre todo no tan prolíficamente como el virus de la gripe. El virus tiene un mecanismo de corrección de pruebas que frena los errores genéticos a medida que se replica. Pero el SARSCoV-2 sorprendió a los expertos. El primer cambio significativo fue identificado por Bette Korber, bióloga teórica del Laboratorio Nacional de Los Alamos, Nuevo México. Korber examinaba los genomas de muestras de virus de todo el mundo y notó que una mutación, conocida como D614G, se había vuelto común en docenas de ubicaciones geográficas. Esta mutación alteró la posición de la proteína espicular del virus, su herramienta para adherirse a las células humanas.

En colaboración con investigadores de las universidades de Duke y de Sheffield, Inglaterra, Korber concluyó que la cepa que contenía esa mutación era más contagiosa que la primera que circuló en China. Los investigadores publicaron sus hallazgos y se estrellaron contra una pared de escepticismo científico. “No lo querían creer. Preferían creer que el virus se quedaba quiero”, dice Korber, al recordar “el momento difícil” que vivió en los días posteriores a la publicación de sus hallazgos.

Hoy, nadie duda de que puede evolucionar rápida y peligrosamente a medida que se propaga entre la población humana. Es un virus generalista, capaz de infectar una gran variedad de mamíferos. Ya sabemos, por ejemplo, que puede saltar de los humanos a los visones, y de vuelta a los humanos. Y el personal de los zoológicos lidia con casos de coronavirus en leones, tigres, gorilas y otros animales cautivos.

“Este virus tiene un vasto espacio para evolucionar”, señala Korber. El coronavirus puede experimentar dos tipos de cambios. Por una parte, puede volverse más contagioso al adherirse mejor a los receptores de la nariz, replicarse más rápidamente una vez que invade el cuerpo, o volverse más eficiente en la transmisión de partículas aerosoles.

En segundo lugar, puede evolucionar para eludir la inmunidad. Muchas mutaciones alteran la forma física de la proteína espicular de la superficie del virus, haciéndolo menos susceptible a los anticuerpos que son fruto de la vacuna o de infecciones previas. Esos anticuerpos buscan la versión anterior del virus, y algunos dan en el blanco, pero otros fallan y no logran neutralizar el virus. Hasta ahora, la evolución del virus ha ido por el primer camino, o sea que se volvió más contagioso.

La inmensa mayoría de las mutaciones no tienen ningún efecto, pero una fracción muy pequeña puede aportarle una ventaja y contribuir a la aparición de una variante. Por lo general, los cambios funcionales importantes involucran una serie de mutaciones, como ocurre con alfa y delta. Los científicos que estudian la evolución del coronavirus dicen que sus investigaciones reconfirman la necesidad de vacunar de manera amplia y rápida. Hay demasiado virus en circulación, y la mutación es un tema de números: cuantos más huéspedes contagiados, más posibilidades de mutar y, por lo tanto, de que aparezca una versión más potente.

El asesor científico del presidente Joe Biden, Eric Lander, dijo que reducir la carga viral ambiente es fundamental para reducir “la cantidad de tiros al arco que tiene el virus, o sea sus posibilidades de meter un gol”. Cuando le preguntaron qué curso tomará el virus a continuación, Lander respondió: “La naturaleza es muy creativa. La clave es estar preparados para lo que suceda”.