Descubierta en Gran Bretaña en diciembre y con 23 mutaciones, desactiva con facilidad la primera línea de defensa inmunitaria del cuerpo

Carl Zimmer Traducción de Jaime Arrambide

NUEVA YORK.– En diciembre, los investigadores descubrieron que una nueva variante del coronavirus estaba arrasando el Reino Unido. Cuando llegó a otros países, esa variante, ahora conocida como “Alfa”, también se convirtió en la más extendida. Cuando llegó abril, ya se había convertido en la variante dominante en Estados Unidos, y lo sigue siendo desde entonces.

El veloz éxito de Alfa hizo que los científicos se preguntaran por qué esa variante había conquistado el mundo. Ahora, un nuevo estudio parece haber detectado un secreto de su éxito: Alfa desactiva la primera línea de defensa inmunitaria del cuerpo, y eso le da más tiempo al virus para multiplicarse.

“Es muy impresionante”, dice Maudry Laurent-rolle, viróloga de la Escuela de Medicina de Yale, que no participó de esos estudios. “Para cumplir su meta, todo virus tiene que atravesar ese primer sistema de defensa, y cuánto más fácilmente lo logre, más potente es”.

Alfa contiene 23 mutaciones que la colocan en un lugar aparte de otras variantes. Cuando fue detectada, los investigadores empezaron a estudiar esas modificaciones genéticas para tratar de explicar por qué era tan contagiosa y se propagaba más rápido que otras variantes.

Muchos investigadores concentraron su atención en las nueve mutaciones que alteran la “espícula viral” que recubre el coronavirus y le permite invadir las células del cuerpo. Una de las mutaciones que contiene Alfa le permite adherirse más firmemente a las células, aumentando a su vez las posibilidades de que la infección avance.

Pero otros científicos se enfocaron en el modo que Alfa afecta la respuesta inmunitaria del cuerpo. Gregory towers y sus colegas de la University College de Londres cultivaron coronavirus en células pulmonares humanas y compararon las células infectadas con Alfa con otras afectadas con variantes anteriores del coronavirus.

Esos científicos descubrieron que las células pulmonares con Alfa fabricaron muchísimo menos interferón, la proteína que induce la respuesta inmune del huésped. también encontraron que en las células con Alfa, los genes defensivos que se activan con el interferón reaccionaban menos que en las infectadas con otras variantes.

Por algún motivo, ante la presencia de Alfa, las alarmas inmunitarias más importantes del cuerpo prácticamente no sonaron. “El virus se está volviendo cada vez más invisible”, advierte towers.

Para averiguar cómo había logrado hacerse invisible Alfa, los investigadores analizaron la forma en que se replica el virus en el interior de la célula y descubrieron que las células infectadas con Alfa hacen muchas más copias –80 veces más que otras versiones del virus– de un gen llamado Orf9b. “Está fuera del radar”, dice Nevan Krogan, biólogo molecular de la Universidad de California, y coautor del estudio.

En un estudio anterior, Krogan y sus colegas descubrieron que el gen Orf9b fabrica una proteína viral que se adhiere a una proteína humana llamada tom70. Y resulta que justo la tom70 es esencial para que las células liberen interferón ante la presencia de un virus invasor.

Sobre la base de toda esa evidencia, Krogan sostiene que Alfa contiene una mutación que fuerza la producción de mayor cantidad de proteínas Arf9b. Esas proteínas aplastan a las proteínas tom70, disminuyendo la producción de interferón y la repuesta inmunitaria general del cuerpo. Así, protegido de un ataque, el virus tiene más chances de replicarse con éxito.

Sin embargo, una célula infectada puede eliminar gradualmente las proteínas Orf9b de sus moléculas tom70. Unas 12 horas después de producirse el contagio, el sistema de alarma vuelve a estar online, y es a causa de esa respuesta inmune posterior “que se desata el infierno”, dice towers.

towers especula que cuando finalmente se activa esa demorada respuesta inmunológica, los infectados con Alfa tienen una reacción mucho más fuerte que la que tendrían con otras variantes, tosiendo y expulsando mocos con virus, no solo por la boca, sino también por la nariz, que a su vez potencia la propagación de Alfa.

“Lo que muestran los resultados tiene sentido”, dice Laurent-rolle, aunque agrega que le gustaría ver más evidencia que confirme esas conclusiones. Le preocupa, por ejemplo, que no se haya elaborado una prueba estándar para medir la cantidad de proteínas Orf9b. Krogan dice que ya está abocado al desarrollo de esa prueba.

Cecile King, inmunóloga del Instituto de Investigación Médica Garvan, en Sídney, Australia, que no participó en el estudio, dice que entender cómo evoluciona el virus para desarrollar esas vías de escape ayudaría a diseñar mejores vacunas contra el Covid-19.

La camada actual de vacunas dirige al sistema inmunológico para que reconozca la espícula viral. Pero los estudios realizados a pacientes que se recuperan naturalmente del Covid-19 demostraron que sus sistemas inmunológicos aprendieron a reconocer otras proteínas virales, incluida la Orf9b.

Varios investigadores están incorporando a las nuevas vacunas una combinación de varias proteínas del coronavirus. Pero es un camino que debe recorrerse con cuidado, ya que algunas de las proteínas en realidad pueden debilitar la inmunidad del organismo.