Un recorrido exhaustivo y lúcido a través de una tendencia que preocupa, y que dista de ser novedosa. Vacunarse no es una cuestión meramente personal, sino de salud pública

Por José Natanson / Le Monde Diplomatique

Aunque hay rastros de técnicas de variolización (la inoculación de pústulas de viruela de una persona infectada en la piel de otra para prevenirla de la enfermedad) en textos chinos del siglo XI, su desarrollo en el mundo occidental data de 1716, cuando la viajera y cronista de la aristocracia inglesa Lady Mary Wortley Montagu aprendió el procedimiento de los médicos musulmanes en un viaje a Constantinopla y lo aplicó a su propia hija, para horror del médico de la embajada. Casi al mismo tiempo, en la Boston puritana, el reverendo Cotton Mather estudió el mismo método de uno de sus esclavos, Onésimo, a quien se lo habían realizado en África de niño, y coordinó una campaña de inmunización ante un brote particularmente mortífero de viruela que se desató en 1721 (nótese que en ambos casos el Occidente “civilizado” se benefició del contacto con otras culturas). El resultado de la campaña de Mather fue espectacular: de los 280 bostonianos inoculados solo 6 murieron, notable mejora respecto del tercio de muertes que provocaba en promedio la enfermedad.

Aunque Mather era un personaje poderoso e influyente, que años antes había protagonizado los juicios contra las brujas de Salem, rápidamente comenzó a recibir críticas por sus intentos de variolización masiva y sufrió un ataque a su casa: el temprano nacimiento del movimiento antivacunas. Tiempo después, cuando el médico inglés Edward Jenner creó su famoso procedimiento de inmunización en base a fluido de viruela de vaca (origen, por otra parte, de la palabra vacuna), comenzó a circular el temor de que los pacientes desarrollaran partes de animales: los primeros panfletos anti-vacunas muestran a una vaca purulenta deglutiendo niños o a un recién vacunado convertido en un adefesio supurante, mitad-hombre mitad-vaca.

En un comienzo, la resistencia se fundaba en motivos religiosos –al fin y al cabo, vacunar implicaba entrometerse en designios divinos–, pero también en el hecho de que las primeras vacunas todavía eran bastante inseguras. Sin embargo las técnicas fueron mejorando desde las primeras inoculaciones caseras y aunque las vacunas son, junto al agua potable y las cloacas, la gran herramienta creada por el hombre para prevenir enfermedades y estirar la esperanza de vida (la viruela, por caso, está oficialmente erradicada desde 1977), lo cierto es que la oposición no sólo persiste sino que últimamente parece haber ganado fuerza, por los motivos tradicionales pero también por otros más modernos.

Veamos.

Quimiofobia

La primera razón que explica el ascenso reciente de las corrientes antivacunas es la más evidente y la más repugnante: operaciones destinadas a obtener algún beneficio. La más conocida es la que se originó a partir de una publicación en la prestigiosa revista The Lancet de una investigación, firmada por el médico inglés Andrew Wakefield, que vinculaba la triple viral (sarampión, paperas y rubeola) con comportamientos autistas y daños intestinales severos en niños. Rápidamente difundido, el estudio despertó una ola de pánico y produjo una baja sensible de los niveles de vacunación en Europa. Por más que una contra-investigación posterior demostrara que los datos habían sido manipulados (uno de los doce niños testeados no tenía sarampión, como afirmaba Wakefield), por más que al poco tiempo se destapara que el médico había patentado una vacuna alternativa a la que objetaba en su artículo, y por más que el Colegio de Medicina del Reino Unido lo declarara “no apto” para el ejercicio de la profesión y The Lancet se retractara de la publicación, el daño estaba hecho: alcanza con googlear “vacunas + autismo” para comprobarlo.

Pero no todo es mala intención. A veces la desconfianza surge de las dudas que van apareciendo conforme la ciencia avanza. En 1998, el gobierno de Francia anunció que suspendía provisoriamente la vacunación escolar contra la hepatitis B como consecuencia de dos estudios que la relacionaban con un aumento de casos de esclerosis múltiple en menores de edad. En esta ocasión, no se trataba de una operación sino de cuestionamientos científicos legítimos, planteados de manera precautoria por profesionales prestigiosos. Investigaciones posteriores confirmaron que las sospechas eran infundadas y las campañas de vacunación fueron retomadas, pero la duda quedó flotando. Del mismo modo, el hecho de que ciertas enfermedades no logren curarse a pesar de los tratamientos disponibles subraya la línea de falibilidad de la medicina y lleva a muchas personas a explorar caminos alternativos, por ejemplo por vía de opciones naturistas de efectos no comprobables.

Pero el principal motivo que explica el ascenso del movimiento antivacunas es –paradójicamente– el éxito de las vacunas, que al alejar enfermedades con las que en el pasado convivíamos de manera cotidiana, como el sarampión o la polio, fueron creando una falsa sensación de ausencia de riesgo.

Esto se verifica sobre todo en el mundo desarrollado, donde estas enfermedades fueron prácticamente erradicas, y se articula a su vez con tendencias recientes, que le dan al fenómeno un tono sorprendentemente contemporáneo: la primera es el retraso en la edad de maternidad de las mujeres de alto nivel educativo de los países más ricos, que rechazan la vacunación por considerarse “expertas en sus propios hijos” (1). En una nota publicada en el Dipló, Pablo Semán y Ariel Wilkis identifican entre los motivos que explican la desobediencia a la cuarentena uno que se aplica también a la resistencia a las vacunas: la creencia en la superioridad individual respecto de la lógica comunitaria del Estado. “Así como se obedece al Estado por tradición, porque el Estado sabe lo que hace y yo no, existe la posición inversa: yo sé otra cosa, yo tengo una información especial que el Estado no conoce, y entonces lo desobedezco” (2).

La segunda tendencia reciente, a menudo asociada a la anterior, es la creencia de que una alimentación saludable, la práctica regular de ejercicio físico y el resto de los preceptos de una vida considerada sana (hacer yoga, comer lechuga, evitar las grasas trans) son suficientes para evitar las enfermedades: la quimiofobia, tan de moda en estos días, opone lo natural (bueno) a lo químico (malo), como si la oposición veneno de yarará (natural) contra alcohol en gel (químico) tuviera algún sentido.

Todo esto le da al movimiento antivacunas una asombrosa actualidad, que se verifica especialmente en el Primer Mundo y en las clases sociales privilegiadas de los países en vías de desarrollo: los especialistas coinciden en que se trata de un fenómeno de elites occidentales, y de hecho la rica y educada Europa es la región donde la resistencia a las vacunas ha ganado más espacio (3).

El problema es claro: las flores de Bach se limitan a mejorar o dejar igual la vida de quienes las consumen y el parto en domicilio solo compete a la madre que prefiere dar a luz lejos de un quirófano. En cambio, la decisión de no vacunarse perjudica al conjunto de la sociedad: la vacunación no es una cuestión médica relativa a la esfera individual sino un tema de salud pública, un asunto colectivo.

 

Política

El contexto mediático y la entronización de las redes sociales como arena principal del debate público alienta el escepticismo: el sesgo de confirmación y la consolidación de burbujas de sentido (el mundo del hombre que piensa que todos piensa como él) es la pradera seca por la que se propagan ardiendo las teorías conspirativas más delirantes. Si hay gente que piensa que la Tierra es plana, que Donald Trump ganó las elecciones o que Fernando Iglesias tiene razón, ¿por qué alguien no habría de pensar que el coronavirus es un invento de Bill Gates para vendernos una vacuna? Una investigación reciente de la revista Nature muestra que se trata de grupos cuantitativamente pequeños pero hiperactivos, cuya prédica evangelizante está enfocada en blancos bien elegidos, aquellos en los que sus teorías pueden prosperar: grupos de padres, comunidades escolares, círculos de meditación y vida sana (4).

Por último, el cuestionamiento al Estado y la creciente desafección política minan los esfuerzos de vacunación. Esto es particularmente cierto en sociedades que arrastran una larga historia de desconfianza y revueltas contra la autoridad pública: Francia, por ejemplo, muestra niveles de rechazo a las vacunas superiores a los de Gran Bretaña o Alemania, donde la relación con el Estado está históricamente menos atravesada por recelos y suspicacias (5). En los países que pertenecieron a la órbita soviética, la tendencia se explica por la identificación Estado-Partido macerada en décadas de represión comunista. La desconfianza aumenta también en aquellos lugares en los que no hay una esfera social autónoma, en los que el poder político atraviesa todos los órdenes de la vida. Es el caso de Rusia, que a pesar de contar con un sistema científico-tecnológico dinámico, que le permitió disputar mano a mano con las potencias occidentales con su Sputnik V, hoy enfrenta la resistencia de una parte importante de la sociedad a inmunizarse con la vacuna nacional.

El hecho de que el propio Vladimir Putin haya encabezado los anuncios seguramente alimentó la tradicional desconfianza rusa. Tampoco ayuda que los cortes parciales de los resultados de la Fase 3 de la Sputnik V aún no se hayan publicado, cosa que sería inminente. En general, la necesidad de muchos políticos de mostrar resultados los llevó a concentrar noticias y explicaciones con discursos epopéyicos, politizando un tema al que un abordaje más técnico hubiera permitido presentar de otra manera. En Argentina, las denuncias de Elisa Carrió, la asociación Putin-kirchnerismo y los serpenteos en la comunicación oficial generan dudas en la sociedad (6). La vacuna, penúltima víctima de la grieta.

Consenso

Volvamos al comienzo. Tan antigua como la misma vacuna, la prédica anti-vacunas lleva tres siglos socavando los esfuerzos sanitarios de la humanidad. En su declinación contemporánea, viene consiguiendo un descenso de la cobertura a zonas de peligro, como demuestra, entre otros tantos ejemplos posibles, el caso del sarampión en España: vigente en el calendario oficial desde los años 80, la vacuna había logrado una cobertura superior al 95 por ciento, considerado el nivel necesario para evitar rebrotes. Pero en los últimos años el porcentaje de adhesión a la segunda dosis cayó al 92,3, lo que produjo la reaparición de una enfermedad que hasta ese momento había sido prácticamente suprimida (7). El mismo fenómeno se observa en otros países europeos y en algunas regiones de Estados Unidos, en particular en las “ciudades progresistas” de la Costa Oeste.

La historia de la medicina sugiere que hay dos formas de terminar con una pandemia: cuando se logra contener la enfermedad o cuando la sociedad se acostumbra a convivir con ella (el “final social” de la pandemia). La ola de gripe que asoló al planeta en los tiempos de la Primera Guerra Mundial concluyó por el desarrollo de nuevos procedimientos médicos y el fin de los contagios en las trincheras pero también por el sencillo hecho de que el mundo quería pasar de página, comenzar de cero. A casi un año del inicio de la pesadilla del coronavirus, el riesgo es que nuestras sociedades, fatigadas por la cuarentena y la crisis económica, simplemente acepten el plus de muertes que agrega el Covid-19. En momentos en que las primeras vacunas comienzan a distribuirse, disponer de dosis suficientes es tan importante como construir consenso: una campaña no puede ser puramente coercitiva. Por eso el esfuerzo de vacunación debe ser rápido, eficaz y persuasivo, de modo de desarticular las estrategias militantes de los grupos más radicales y convencer a los que, intoxicados de desinformación, todavía dudan.

  1. Gavin Francis, “Resistirse a la inmunidad”, en Review, N° 20, disponible en www.eldiplo.org/notas-web/resistirse-a-la-inmunidad/
  2. “¿Por qué no obedecemos?”, www.eldiplo.org/notas-web/por-que-no-obedecemos/
  3. https://hipertextual.com/2016/09/antivacunas-por-paises
  4. Philip Ball, “Anti-vaccine movement could undermine efforts to end coronavirus pandemic, researchers warn”, disponible en www.nature.com/articles/d41586-020-01423-4?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_content=organic&utm_campaign=NGMT_USG_JC01_GL_Nature
  5. https://hipertextual.com/2016/09/antivacunas-por-paises
  6. www.lanacion.com.ar/sociedad/coronavirus-que-porcentaje-argentinos-esta-dispuesto-recibir-nid2505737
  7. Bermejo Cáceres, “Un momento de reflexión acerca de las vacunas”, en Revista Sanidad Militar, Vol. 68, N° 2, 2012 http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1887-85712012000200009