El escritor italiano analiza el vacío producido por el coronavirus y las consecuencias de un tiempo poco luminoso para la gran Europa que diseccionó en sus obras

24 de abril de 2021

Daniel Verdú

EL PAÍS

Claudio Magris (Trieste, Italia, 1939) ha pasado la pandemia recluido en su casa de Trieste (norte de Italia). No ha sido su mejor año. En ningún sentido. Un día se descubrió mirando por la ventana, sin ni siquiera ganas de leer. La vida nos encierra a veces: hace ahora tiempo que no pisa el famoso café de San Marco, donde disfrutó de cierto anonimato en infinitas tardes literarias. Pero se acaba de vacunar y ha vuelto a viajar. En el jardín de la residencia de la embajada española en el Gianicolo romano, el autor de El Danubio (1986), el legendario relato con el que atravesó la Cortina de Hierro y el muro de la vieja Europa tres años antes de que fuese derribado, está de buen humor. “No ha sido el mejor período. Pero no me he muerto”, bromea.

A sus 82 años, Magris es el último de una estirpe de grandes intelectuales y escritores italianos que descifraron Europa: sus raíces y sus horizontes. Cabeza germánica y alma italiana, ha sido traductor, crítico, lector empedernido, viajero e, incluso, senador. Recibió el Príncipe de Asturias de las Letras en 2004 y sigue siendo un faro de la cultura y el pensamiento en Italia, pese a que ha estado algo ausente en el último año y medio.

“Este periodo ha coincidido, por algunas combinaciones, con una etapa de mi vida de la que no voy a hablar aquí, pero que no ha sido fácil y lo ha hecho todo más complicado. Un tiempo en el que he corrido el riesgo de concentrarme demasiado en este aspecto que le digo”, dice el escritor, con alguna reticencia.

–¿Qué impacto ha tenido en usted la pandemia?

–El disgusto, el miedo, la crisis, la muerte, la casualidad… Impresiona ver este desastre y entender que nunca puedes estar seguro. He sufrido un gran malestar, como si me hubiera dado un puñetazo Cassius Clay… Bueno, él me habría matado del todo. Uno intenta sobrevivir, no dejarse vencer. Pero algo que me impresionó fue lo que le leía a un escritor italiano, no recuerdo su nombre, sobre cómo durante el primer período de la pandemia, cuando más encerrados estábamos, se le fueron las ganas de leer.

Magris cuenta que le sucedió lo mismo. A él, que ha sido siempre un lector voraz. “Viví un período en el que hacía lo que podía, atravesaba mis preocupaciones y mantenía la idea de vivir, claro –comenta–. Pero cuando no tenía nada que hacer, me sorprendí a mí mismo negativamente mirando por la ventana en un estado de latente depresión. La lectura u otras formas artísticas no pueden ser un divertimento para pasar el tiempo esperando el tren. El hecho de disponer por primera vez de tanto tiempo lo convirtió en un tiempo vacío. Y la lectura se transformó en una lectura falsa. Una lectura deprimida”.

Algo parecido le ocurrió con la escritura. ” Creo verdaderamente que en 2019, con el último libro que considero haber escrito, Tempo curvo a Krems… –piensa, hace un silencio–. Mire, antes de escribir un libro hay que tener experiencias, hacer un camino, crearse toda una mochila. Yo escribí El Danubio después de haber viajado. Y no solo materialmente. Lo hice en la cabeza, en el corazón, en el automóvil, con los barcos… Y ahora no creo, y lo digo honestamente aunque me haga mala publicidad, que esté en el momento de poder empezar con la idea de un libro de una cierta consistencia. El punto donde se terminó esa experiencia fue con aquella obra”.

Tempo curvo a Krems, que publicará Anagrama en septiembre, posiblemente no sea el último libro de Magris, quien afirma que no considera concluida su experiencia como escritor. “He sido muy feliz con algunas obras”, señala.

Sin duda, la pandemia, que arrasa mundos interiores y exteriores, cambiará los contornos de la realidad tal como la hemos conocido hasta aquí. ¿Cree Magris que viviremos en un mundo muy distinto? “Se pueden hacer muchas consideraciones políticas o culturales –afirma–. Pero lo que me impresiona es que cambiará el mundo más que la Segunda Guerra Mundial. Pertenezco a una generación para quienes el presente no es solo hoy, miércoles al mediodía, día de la Segunda República en España. Es un tiempo algo más largo. Mis hijos no vieron la Segunda Guerra Mundial, pero forma parte de sus vivencias, de lo que estaba presente en su casa. Y ahora hay una especie de fragmentación de ese tiempo”.

–¿Lo había vivido antes?

–Cuando enseñaba en Bard College, en Annandale-On-Hudson [Nueva York, donde también fue profesora Hannah Arendt] hace unos 15 años, solo 5 o 6 estudiantes en una clase de 36 sabían quién fue Stalin. Les dije que no podíamos seguir adelante. No era como nombrar a un importante soberano asiático de hacía siglos. Stalin forma parte de un mundo vivido, con todas sus traiciones, millones de muertos en nombre de ciertos ideales… Algo que te marca no solo en el tiempo breve de la jornada. Sería como hacer un curso sobre el amor en Flaubert y que algunos no supieran qué es el amor o el sexo. ¿Debo empezar hablando de los órganos del cuerpo humano? Y eso es algo que se ha acentuado en un modo increíble. Y me hace sentir, de alguna manera, cerca de la muerte. Porque la muerte es la cancelación. Y observar cómo todo lo que yo siento como un presente duradero va borrándose produce una herida.

–¿El impacto cultural que provocará y los nuevos elementos que formarán el próximo presente de esa generación serán comparables al de las grandes guerras?

–Hay que intentar no ser un integrado o un apocalíptico, como decía Umberto Eco en su libro. Yo no tengo ninguna voluntad de morir, aunque no esté muy lejano ese día. Pero mi muerte no puede ser vivida como la muerte del mundo. Así que no lo sé. Pero esta relación a distancia que mantenemos ahora todos modificará el equilibrio político y social. Cuando 40.000 obreros se juntaban en la Fiat, la fuerza que surgía era automática. El mercado ya no se percibe como un sistema eficiente, sino como la medida de la vida. Y eso es algo que turba, porque las distancias sociales y laborales aumentan. Piense en los muchachos que hacen delivery y nos traen la comida y ganan un euro por pedido. Se creará un nuevo tipo de clases que, sin embargo, no están en conflicto. No tengo instrumentos para juzgar este cambio. Pero como le decía, sobre todo, me impresiona esa memoria corta.

–El tiempo cronológico ha seguido transcurriendo durante la pandemia, pero el biográfico de muchas personas ha quedado congelado. ¿Qué tipo de relación tendremos con esta memoria y qué identidad se creará?

–No sé qué será la memoria de estos días, pero piense en todo el lenguaje de las redes sociales concentrado en una instantaneidad. Cuando la memoria se convierte en algo tan corto que parece que lo que ha sucedido esta mañana pertenece a los tiempos de la Reconquista, se altera la relación que mantenemos con la identidad. También con la literatura.

Cuando se le pregunta si la pandemia cambiará también nuestra relación con la muerte, el autor de El infinito viajar duda. “Es difícil decirlo, pero se puede comparar con lo que recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos –dice–. Hay algo de ello en esta pesadilla de la pandemia. Pero en la guerra había cierto sentido oculto en algo parecido al destino. En este caso se trata de algo más misterioso, que le resta algo de impulso. Estoy algo desconcertado”.

El escritor también mira con cierto estupor la turbulencia populista que ha vivido Italia en los últimos tiempos. “Confieso que esta transformación radical de la política me ha tomado muy desprevenido. La veía venir, claro que sí. Pero admito un desconcierto y espero entenderlo antes de morir. Porque no es solo el populismo. Hubo un posicionamiento de mucha gente que cree ser de izquierdas y se comporta como si fuera de derechas”.

–¿Por ejemplo?

–Una distorsión cultural: la poeta negra que rechazó que sus versos fueran traducidos por un blanco. Muchos lo tomaron como una postura progresista, cuando es solo racista. Así como lo sería decir que un escritor inglés o español no puede ser traducido al inglés por un afroamericano. Pienso en qué habría dicho mi amigo Édouard Glissant, gran escritor de las Antillas, que combatió por la liberación de su gente y por todas las diversidades culturales de sus islas: “Las raíces no deben profundizar la oscuridad atávica de los orígenes, sino extenderse en la superficie como brazos, como ramas de un árbol. No para cancelar la propia diversidad, sino para convertirla en algo que permita encontrarnos”. Y la diversidad es recíproca. Por eso las palabras de esa poeta no pueden interpretarse como progresistas.

En El Danubio, Magris sondeó en el espíritu europeo en un desplazamiento tanto geográfico como histórico. Si hoy tuviera que embarcarse en un proyecto similar, ¿cómo contaría esta Europa? “Es difícil decirlo –responde– porque cuando empecé a escribir El Danubio no sabía qué haría. Un libro nace haciendo camino. No se puede decir qué libro harías, es como hablar así de un hijo que no has engendrado. Pero algo que me hiere mucho es que hoy las esperanzas de muchos países y del mundo danubiano parecen negarse a sí mismas. Nunca pensé que vería en la plaza central de Varsovia, la que fue destruida por los nazis, gente que desfilaba con cruces gamadas y esvásticas. Así que no puede preguntarme esto… porque seguramente hoy no escribiría El Danubio. Pero, ¿sabe qué? A veces tengo la sensación de que si existo en el mundo es gracias a España. Si no hubiera existido El Danubio en español, quizá no se hubiera traducido a las otras 30 lenguas. Hubo una extraña conexión que nunca antes me había sucedido. Grandes discusiones y debates, pero nunca un solo malentendido. Siento que hablamos una lengua común.

–Usted siempre ha reivindicado esa otra idea compartida: el patriotismo europeo. ¿Todavía es posible ese sentimiento con todo lo que estamos viendo?

–Mire, yo siempre he soñado una Europa como un Estado. Un Estado con una Constitución en la que, naturalmente, cada parte del Estado tiene su diversidad. Como sucede en Italia con las regiones, pero sobre la base de una Constitución común. Y desde ese punto de vista, soy un patriota europeo. Somos matrioshkas. Pero se necesita una base común para que haya un patriotismo europeo que cada vez escasea más.

En su libro Instantáneas, publicado el año pasado por Anagrama, hay un capítulo llamado “Selfie” en el que Magris se observa con disgusto. ¿Qué retrato de sí mismo haría en este momento? “Esencialmente sería un retrato autocrítico –responde–. No soy peor que los demás, pero es como si tuviese la sensación de ordenar algunas cosas de mi vida, también del pasado, pero resulta ya imposible. El tiempo es relativo. Pero mire, usted ha llegado aquí a las doce y ahora es ya la una”.

Daniel Verdú

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