En Estados Unidos, la científica argentina Romina Hofele, de 39 años, participó del desarrollo de un tratamiento preventivo para personas que no generan anticuerpos

Fabiola Czubaj

WASHINGTON.– Con su equipo, la científica argentina Romina Hofele trabajócontrarelojdurantelapandemia. “Fue extenuante”, recuerda a la nacion, en una pausa entre el trabajo y las tareas familiares. Ella reside en Estados Unidos desde hace siete años y, en tiempo récord, con un centenar de colegas de uno de los laboratorios que produjeron vacunas para la pandemia, participó del desarrollo de unaterapiaparaprevenirCovid-19en personas que no pueden desarrollar unarespuestainmunológicaadecuada con la vacunación.

Con esta experiencia, afirma que la ciencia es “transformar la imaginación en realidad, mover algo sistemáticamente desde el pensamiento a algo concreto”.

El trabajo sin horarios mientras un virus paralizaba al mundo a partir de 2020 fue, para ella, “un mecanismo para sentirse útil y poder contribuir en medio de la ansiedad generalizada y la preocupación”.

Y agrega: “Siempre fui muy consciente de que nuestro trabajo, si bien fue intensísimo, no se puede comparar con el de médicos, enfermeros, maestros y otras personas que tuvieron que lidiar con la enfermedad en términos concretos”.

Uno de los desafíos, según plantea, es que el Covid-19 “no da tregua en la vida cotidiana ni en el trabajo y hay que aprender a incorporar otras distracciones para mantener el equilibrio entre la vida laboral y personal”.

Con 39 años, es directora asociada del Departamento de Ciencias Analíticas del área de Desarrollo Biofarmacéutico en la planta de AstraZeneca en Gaithersburg, Maryland, media hora en auto hacia el norte de esta ciudad. Junto con otros equipos de la compañía, obtuvieron en nueve meses un producto para prevenir el Covid-19 sintomático o grave en una población de alto riesgo. En condiciones habituales, ese proceso demandaría mucho más que un año, aun con el conocimiento disponible sobre los anticuerpos reproducidos en un laboratorio.

La terapia en la que trabajó Hofele combina dos anticuerpos monoclonales (artificiales) de acción prolongada: tixagevimab y cilgavimab. Las autoridades regulatorias de Estados Unidos y Europa aprobaron su uso como profilaxis previa a la exposición al virus a finales del año pasado. Está indicado para mayores de 12 en los que, por alguna causa, el sistema inmunológico no desarrolla defensas o no pueden ser vacunados. En la Argentina, el producto no está autorizado.

“Desarrollamos métodos y estudios analíticos para caracterizar los anticuerpos, entender su estabilidad, identificar posibles modificaciones fisicoquímicas y qué impacto podrían tener en la eficacia o la seguridad de la droga a lo largo de su vida útil”, precisa a la nacion la científica sobre la tarea que tuvo a cargo con su grupo en la empresa que se asoció con la Universidad de Oxford para producir una de las vacunas para Covid disponibles.

Estudió Química en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y siguió su formación de doctorado en Biología y un posdoctorado en el Instituto Max Planck, en Alemania. Luego, con Sebastián, su esposo, que también es investigador, decidieron ir a vivir a Estados Unidos. Desde septiembre de 2015, ella trabaja en uno de los laboratorios de la planta de Gaithersburg, donde también es mentora de investigadores jóvenes. Tiene dos hijos: un varón de 6 y una nena de 3 años.

El resto de su familia y amigos están más lejos, en la Argentina.

Muchos de ellos, en la pandemia, recibían dosis de la vacuna para Covid-19 de AstraZeneca/Oxford y le enviaban fotos del carnet de vacunación, que ella, a la vez, les reenviaba a colegas para que conocieran el alcance que estaba teniendo su trabajo.

Desde lejos, también le llegaban las dudas sobre las vacunas y la enfermedad. “En muchos casos, se trata de apaciguar los miedos y dar seguridad”, agrega al repasar esos momentos. “Recuerdo la incertidumbre y la angustia en 2020, cuando no existía la posibilidad de viajar y para todos los que tenemos familia lejos, las distancias se hicieron más presentes”.

El trabajo del equipo a cargo de Romina es comprender y analizar, desde las ciencias analíticas, el comportamiento de las terapias para distintas enfermedades que saldrán al mercado antes y durante las distintas etapas de los ensayos clínicos.

Los anticuerpos monoclonales que monitoreó el grupo, en este caso para Covid, son proteínas artificiales (producidas en un laboratorio) que imitan la capacidad del sistema inmunológico de combatir agentes infecciosos. La terapia desarrollada combina dos anticuerpos que se unen, cada uno, a un sitio distinto de la proteína spike en la superficie del virus SARS-CoV-2. Eso le impide ingresar a las células del cuerpo para infectarlas. Se administra con dos inyecciones consecutivas, una por cada uno de las proteínas que combina.

“Los anticuerpos fueron seleccionados a partir de células B [del sistema inmunológico] de pacientes convalecientes [de Covid] descubiertas en el centro médico de la Universidad de Vanderbilt –explica Romina–. Con la licencia otorgada a AstraZeneca en 2020, se optimizaron para que tuvieran una circulación prolongada [en el organismo] y, así, proveer protección duradera”. En los ensayos clínicos publicados, esa protección lograda es de por lo menos seis meses con una aplicación.

Hacia adelante, Romina espera orientar su carrera a la inteligencia artificial. “Su futuro en nuestro campo es muy prometedor –afirma ante la consulta–. En los últimos años, me involucré en algunas iniciativas al tratar de integrar, interpretar y catalogar la información que se genera, de manera de poder explicar y predecir el comportamiento de las moléculas [farmacéuticas] con la esperanza de que se pueda hacer el desarrollo de forma más rápida, eficiente y sustentable. Esto servirá para que la medicina sea accesible a más pacientes y antes”.