Moises Velasquez-Maoff  – 27 de enero d 20121

NUEVA YORK (The New York Times).- En mayo pasado, los médicos del recién inaugurado Centro Post-Covid del Hospital Mount Sinaí suponían que les tocaría tratar a pacientes que habían estado en terapia intensiva, o al menos gravemente enfermos. Habían pasado tres meses desde el inicio de la pandemia, y el Centro Post-Covid era la primera institución dedicada al tratamiento de las secuelas de la enfermedad, no solo de Nueva York, sino en todo Estados Unidos.

A esa altura, los médicos sabían que el coronavirus podía causar daños en varias partes del cuerpo, más allá de las vías respiratorias, donde suelen comenzar las infecciones. También sabían que los tratamientos médicos destinados a salvar la vida del paciente también se cobraban su precio, sobre todo el largo proceso de recuperación después de haber estado entubado en un respirador. El objetivo del Centro era brindar apoyo a los sobrevivientes de casos graves con un equipo multidisciplinario que incluía neumonólogos, cardiólogos, nefrólogos, especialistas en rehabilitación, y psiquiatras, para las consecuencias mentales del sufrimiento padecido.

Cientos de pacientes, en su mayoría mujeres, empezaron a presentarse espontáneamente cuando el centro abrió sus puertas. Sin embargo, para sorpresa de los médicos, muchos de ellos habían sido casos leves de Covid, no habían estado internados, y eran relativamente jóvenes y de buena salud, sin comorbilidades como la obesidad o la diabetes. Pero meses después de haber derrotado aparentemente el virus, se seguían sintiendo muy enfermos.

“Sabíamos de enfermedades virales que tienen una larga fase postviral, pero esa fase no suele durar los meses y meses que estamos observando ahora”, dice Zijian Chen, director del Centro Post-Covid del Hospital Mount Sinaí.

“Sigue siendo mucho lo que ignoramos de esta enfermedad”. El centro atiendo actualmente a más de 1600 pacientes.

Los propios pacientes lo llaman “Covid largo” y relatan un extraño abanico de síntomas: fatiga, dolor corporal generalizado, calambres, falta de aire, fotofobia, insomnio, aceleración inexplicable del ritmo cardíaco, diarrea, retorcijones, problemas de memoria y una incapacitante “niebla mental” que los hace funcionar a media marcha y por momentos no los deja armar una frase coherente. En muchos casos, esos síntomas se perpetuan con la misma intensidad que tuvieron en la fase aguda de la enfermedad, como si la infección hasta cierto punto siguiera en curso. Y en un subgrupo de pacientes ciertos síntomas aparecieron mucho más tarde, como si en sus cuerpos se hubiese instalado una enfermedad diferente.

Es lo que le pasó a Lasa Beara Lasic, una médica nefróloga que contrajo el virus a principios de abril y más tarde buscó ayuda en el Centro Post-Covid del Mount Sinaí. Después de tres semanas iniciales de enfermedad con una leve falta de aire, creyó estar mayormente recuperada. Hasta volvió a trabajar, pero duró apenas un día, porque de inmediato empezó con dolores en el cuerpo. En mayo, intentó trabajar desde su casa, pero tenía síntomas fluctuantes que fueron empeorando hasta que en junio, decidió tomarse licencia para ocuparse de su recuperación.

Lasic tiene 54 años y desde septiembre pudo volver a cumplir un par de horas diarias de teletrabajo desde su casa, pero teme las consecuencias de lo que a su entender es un sistema inmunológico que logra calmarse. “Sabemos que los procesos inflamatorios son nocivos para el cuerpo, y pueden dejar cicatrices que impliquen cambios irreversibles”, dice Lasic. “Cuánto más tiempo me dure esta enfermedad y la inflamación, peor para mi salud en el futuro”.

¿Qué está funcionando mal?

A pesar de que los síntomas pueden ser realmente incapacitantes, suele ser difícil precisar qué funciona mal en pacientes como Lacis. Sus análisis de sangre, por ejemplo, muestran signos de inflamación y elevados niveles de enzimas hepáticas, pero poco más. “A muchos de estos pacientes se les han hecho millones de dólares en estudios, y todo sale normal”, dice Dayna McCarthy, especialista en rehabilitación del Mount Sinaí.

Corazón, pulmones y cerebro: todo parece funcionar normalmente. Y lo único que tienen en común todos esos pacientes es haber sido Covid positivo recientemente.

McCarthy dice que la mayoría de los pacientes mejora con el tiempo. Pero esa mejora también puede ser enloquecedoramente lenta. Y no son todos. Hay una pequeña minoría que no mejora desde hace meses, cuando la primera ola de contagios arrasó Nueva York. Algunos pacientes, incluidos algunos médicos y personal de enfermería, ya no pueden trabajar, porque quedan con fatiga crónica y les cuesta concentrarse. Otros perdieron el trabajo, pero no pueden acceder a los beneficios por invalidez porque los médicos no saben lo que les pasa y no pueden justificar un diagnóstico. “Al principio, nos vendieron que era una infección viral que solo atacaba a los ancianos, y eso no para nada así”, dice McCarthy. “No hay nada peor que el tipo de sintomatología que tienen estas personas tan jóvenes.”

Zijian Chen, director del Centro, estima que alrededor del 10% de los pacientes Covid-19 terminan desarrollando síntomas que perduran durante meses y meses, una cifra que equivale a unos 100.000 enfermos crónicos tal solo en el estado de Nueva York. Algunas encuestan sugieren que el número podría ser incluso mayor.

Un estudio hecho en Irlanda reveló que más de la mitad de los pacientes de Covid, hayan estado internados o no, sufrieron fatiga 10 semanas después de haber negativizado la enfermedad, y casi una tercera parte no volvió a trabajar. En un segundo estudio, hecho en las Islas Faroe, la mitad de los pacientes con Covid leve seguían con al menos un síntoma 18 semanas después. Y un tercer estudio, mucho más grande, hecho en China, reveló que tres cuartas partes de los pacientes que habían sido hospitalizados con Covid seguían experimentando al menos un síntoma seis meses después de ser dados de alta.

La disparidad de resultados deja al descubierto lo poco que se sabe de este síndrome post-Covid, y también permite entrever que la cantidad de “recuperados” que se siguen sintiendo mal es muy grande.

Los síntomas post-Covid que relatan son desconcertantes: hipersensibilidad a olores y sabores, atroces dolores en el pecho, migrañas “que te parten la cabeza”, en palabras de una de las pacientes. Pero para la mayoría de ellos lo más inquietante es esa fatiga crónica, y problemas cognitivos que se asemejan a la demencia.

Ahora, mientras enfrentamos la que ojalá sea la última ola de Covid-19, muchas personas -científicos, médicos, y los propios pacientes-, temen por las consecuencias a largo plazo en decenas de millones de personas infectadas con un virus que, al parecer, puede seguir infligiendo daño al cuerpo durante mucho tiempo. Y el miedo más palpable es que dentro de muchos años, cuando los fallecidos estén sepultados y se declare la victoria sobre el coronavirus, algunos “recuperados” seguirán padeciendo las secuelas de la enfermedad. Será el legado más oscuro de esta espantosa pandemia.

(Traducción de Jaime Arrambide)