Por Alejandro J. Vila / UNR – CONICET

 

Sábado 09 de Enero de 2021

–¿Qué es esa marca que tenés en el brazo, mamá?

–Es la cicatriz de la vacuna contra la viruela.

–¿Y por qué no tengo esa cicatriz?

–Porque funcionó.

El texto de la viñeta de la canadiense Dawn Mockler refleja el éxito de la vacuna creada por Edward Jenner. La tasa de mortalidad de esta enfermedad era de un 30%, que asoló a la humanidad durante miles de años. Jenner alcanzó sus resultados en 1798, pero su descubrimiento causó más rechazos y burlas que apoyos. En 1802, la Sociedad Antivacunas publicó una viñeta satírica de James Gillray en la que se mostraba a los vacunados sufriendo distintos estados de transformación bovina, desde el desarrollo de pezuñas hasta la erupción de pequeñas cabezas de vaca en sus cuerpos.

A pesar de distintos esfuerzos de vacunación, la viruela causó 300 millones de muertes en el siglo XX. En la década del 60, la Organización Mundial de la Salud lanzó una campaña mundial de vacunación gracias a la cual la viruela fue erradicada definitivamente en 1980. La viruela fue la primera enfermedad combatida a escala global. Las campañas de vacunación se volvieron herramientas sanitarias tan importantes como el acceso a agua potable, la nutrición y la higiene.

A inicios del 2021, casi un año después del inicio de la diseminación global del virus SARS-CoV-2, hay varias vacunas aprobadas y existen más en fase de desarrollo avanzado. Por primera vez en la historia la humanidad enfrenta una pandemia que amenazó a todo el mundo en pocos meses. Los profesionales de la salud respondieron masivamente poniéndole el cuerpo y arriesgando sus vidas en cada lugar de atención.

La ciencia respondió con una velocidad inusitada. Varias vacunas incluyen una tecnología revolucionaria que desarrolló la bioquímica húngara Katalin Karikó hace 15 años y que permite pensar en nuevas aplicaciones futuras. Pero no alcanza.

No alcanza porque cuando debería haber esperanza y solidaridad hay desconfianza y egoísmo. Las redes sociales rezuman imágenes irónicas sobre las vacunas y comparan la vacunación con los experimentos del nazismo. La historia de Jenner se repite, pero los ataques son feroces y mucho más eficaces que la historieta burlona de Gillray.

Los argumentos científicos invocan tecnicismos desconocidos para la audiencia media y pierden la batalla frente a imágenes burlonas de impacto instantáneo y de difusión viral, como la pandemia misma.

La ciencia mejoró la calidad de vida en el siglo XX. Pero sus descubrimientos se manifiestan y distribuyen de manera desigual en el planeta. La inequidad en el mundo y dentro de los distintos países no permite el mismo acceso a la salud, a la tecnología ni a la cultura científica. Los estados deben actuar para garantizar el acceso universal a los beneficios de la ciencia que aseguren derechos básicos.

Tenemos muchos desafíos como sociedad que la pandemia sólo ha visibilizado. La cultura científica no debe quedar restringida a una elite académica.

Las campañas de vacunación no son artimañas de los Estados para dominar a una población y vulnerar sus derechos, sino un esfuerzo de la salud pública para garantizar derechos. La decisión de vacunarse no es un hecho individual, como puede ser la decisión personal de seguir o no un tratamiento de una enfermedad crónica no contagiosa. Vacunarse, como usar barbijo y mantener el distanciamiento social, es una actitud solidaria y de compromiso con los más vulnerables. Nadie se salva solo.

La batalla contra la pandemia sigue. Sin la ciencia no podemos. Pero con la ciencia sola, no alcanza.