Para un grupo de los especialistas consultados por LA NACION, el porcentaje de confirmados es un dato que permite conocer la eficacia de la estrategia de testeos, mientras que otros lo relativizan; todos coinciden en que debe complementarse con rastreos  

14 de marzo de 202103:02

Gabriela Navarra

Existen algunas frases que se repiten desde que empezó la pandemia. Una es que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el porcentaje de positividad debe ser menor o igual a 10. Esta proporción es el porcentaje de positivos para el SARS-CoV-2 en pruebas de PCR. Cuanto más baja, mejor detección de casos. Sin embargo, esta indicación del organismo nunca fue una recomendación técnica. Es más: en un documento sobre medidas de salud pública y sociales en contexto de la pandemia, advirtió, en noviembre pasado. “No existe una única recomendación que defina que un determinado porcentaje o nivel de positividad de testeos sea lo deseable para caracterizar un escenario de transmisión del SARS-CoV- 2. Dependerá de la intensidad de la transmisión, el número de casos, las capacidades de laboratorio”.

El indicador, que estuvo en debate en los comienzos de la pandemia, aún sigue generando opiniones divididas entre los especialistas consultados por LA NACION. Para algunos es un índice clave que determina cuán eficaz es un Estado a la hora de detectar casos de modo temprano. Para otros, en cambio, es solo un dato que debe entenderse con el resto de los indicadores. Sin embargo, todos concuerdan en que testear es solo un comienzo, y que esa medida es insuficiente si no se complementa con una estrategia de rastreo de contactos estrechos y su correspondiente seguimiento y aislamiento.

Adolfo Rubinstein, exministro de Salud de la Nación, desacuerda con la OMS. “Hace falta un indicador. Los indicadores deben ser interpretados en un contexto epidemiológico. Pero no puede no haber uno, es navegar a oscuras. El porcentaje de positividad marca cuán proactiva es la detección temprana de casos y el rastreo de contactos. Los países a los que mejor les ha ido tienen un porcentaje menor o igual al 5 por ciento”.

“La positividad es un dato, ni bueno ni malo. La clave está en lo que se hace después –dice Rodrigo Quiroga, doctor en química y especialista en Bioinformática de la Universidad Nacional de Córdoba-. Cuanto más estricta es la definición de caso sospechoso, menor es la detección. Cuanto más laxa, hay más negativos, porque se detectan los leves o asintomáticos. Si se testean más los sospechosos sin síntomas la probabilidad de encontrar un positivo es mucho menor que testeando gente sin olfato o con fiebre. Y la positividad baja.”

Jorge Aliaga, físico, secretario de Planeamiento de la Universidad Nacional de Hurlingham e investigador del Conicet, recuerda que “desde el principio muchos repiten ‘hay que testear más’. Pero ¿testear dónde? El testeo debe estar atado a una estrategia”.

Analía Rearte, directora de Epidemiología e Información Estratégica del Ministerio de Salud de la Nación, afirma que “hubo países de Europa con positividad cercana al 10% que explotaron con muchos casos y mortalidad. Estados Unidos, uno de los que más testea, tenía 13% en el pico. Tomar la positividad como indicador único es un error. No es que no sirve, solo es insuficiente. Una pandemia es algo mucho más complejo.”

Además del Ministerio de Salud de la Nación, fueron convocados para esta nota los ministerios de Salud de la Ciudad y de la provincia de Buenos Aires. El primero no respondió. El segundo indicó que no haría declaraciones.

“La positividad en menos del 10% es un indicador deseable, pero no alcanza –dice Eduardo López, médico infectólogo, jefe del departamento de Medicina del hospital de niños Ricardo Gutiérrez-. La media móvil (que permite crear series de promedios) es muy importante. No mide cómo se mueven los casos día por día, sino durante, por ejemplo, una semana. Donde más aumentó en los últimos días es en la ciudad. Hay más casos de 25 a 30 años. Tengo la sensación de que la gente se ha relajado mucho.”

Soledad Retamar, ingeniera en sistemas, especialista en Ciencias de la Computación de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, agrega que el porcentaje de positividad, como indicador, fue desestimándose. “No es fidedigno, puede llevar a conclusiones erróneas. Our World in Data, un sitio académico sobre la pandemia, retiró a la Argentina un tiempo [de sus charts], porque los datos no eran fiables. Es que solo se cargaban los casos positivos. Y si hago 10 pruebas, pero cargo solo los cinco positivos, la positividad será del 100%. Si cargo también los negativos, del 50 por ciento”.

Rearte confirma que fue la dirección a su cargo la que informó a Our World in Data que en el pico de la pandemia no daban abasto para cargar los resultados negativos.

La clave

La funcionaria afirma que, en el país, se hacen suficientes testeos. “Abordamos la segunda ola con más PCR, una técnica cara y compleja. Se incorporaron otros tests. Las jurisdicciones adaptan el rastreo de contactos con tres estrategias: contactos telefónicos, apps y presencial casa por casa, como en los Detectar. ¿Si se comprueba que las personas realmente se aíslen? No siempre. Falta informar mejor qué implica ser contacto estrecho”.

Para Rubinstein, en cambio, “siempre se testeó poco, estuvimos por detrás aun cuando había pocos casos. E insistimos con que había que testear mucho más. Pero el hecho de que el Gobierno se retrasara en la compra de reactivos lo hizo imposible. Un 20% de promedio actual de positividad para el país sigue siendo alto, aunque es mejor que un 40% como hubo en otro momento. Es muy probable que un 30% de los 7000 u 8000 casos diarios de hoy tengan que ver con mayores testeos y rastreo de contactos. En la ciudad, el porcentaje de positividad oscila entre un 8% y un 10%. Hay más disponibilidad de reactivos, la gente se testea mucho más”.

Aliaga ofrece un ejemplo de hasta dónde podría (o debería) llegar el rastreo: si da positivo una cajera de supermercado, habría que averiguar qué hizo en los últimos tres o cuatro días, rastrear a sus compañeros de trabajo, su familia y a las personas que pagaron con tarjeta. “Pero eso, acá nunca se hizo –afirma-. Como máximo, se rastrea entre los convivientes. En Corea, se hace con el GPS y al contacto estrecho de un sintomático le dicen que se aísle y se aísla. No podemos pretender los resultados de Corea cuando esos mecanismos, acá, nos parecen inaceptables. En la medida en que se considera que cualquier forma de seguir el rastreo es violar la privacidad, no se puede.”

“De los de alrededor de 50.000 tests diarios en el país, dan positivo unos 7000 –dice Quiroga-. Pero lo importante es el paso siguiente: que se aíslen los casos positivos y los contactos estrechos, positivos o no. Eso, a la larga, baja los contagios”.

Para López, el principal problema actual es que estamos en una meseta alta, de 7000 u 8000 casos por día, que no disminuye. “El Plan Detectar es muy bueno, pero no se cumple como uno quisiera: hacen falta más rastreo de contactos, que no se hace intensamente en todas las jurisdicciones”, puntualiza.

Retamar afirma que desde que comenzó la pandemia la positividad acumulada en la Argentina ronda el 30%. El 8 pasado, según el Ministerio de Salud, era del 20,4%. ¿Por qué nunca fue del 10? “Porque, a excepción del inicio, nunca se frenó la circulación viral –explica-. Habría que aumentar el rastreo de contactos. Pero por cada positivo mínimo hay 15. Si no se logró cuando había pocos casos, ahora mucho menos”

Aliaga y Quiroga coinciden sobre lo delicado de la situación actual: falta poco para que termine el verano, cada día cerramos antes las ventanas, las actividades que estaban restringidas ya no lo están, circulan nuevas variantes del virus en países vecinos, que en muchos casos tienen cuarentenas estrictas y máxima ocupación de terapia intensiva. “Acá, en algún momento, pasará lo mismo –dice Quiroga-. Hay que acelerar todo lo posible la vacunación de los mayores de 70”. Y Aliaga, que afirma que habría que cubrir también a los mayores de 60 antes del otoño, asegura que la vacuna, en caso de un estallido de casos, evitaría una alta mortalidad.

Gabriela Navarra

La Nación.