Federico Lorenz PARA LA NACION

Hechos como la matanza de visones contagiados de Covid en Dinamarca obligan a revisar todo un sistema de vida y productividad

Dos granjeros transportan visones recientemente sacrificados en la localidad de Naestved, Dinamarca Fuente: AP – Crédito: M.C. Rasmussen/R. Scanpix

9 de enero de 2021  • La Nacion  Ideas

No hubiera podido leer A lo lejos, novela del escritor Hernán Díaz, si no fuera por la pandemia. Es un libro donde el tiempo es tan importante para el protagonista como para el lector. No la hubiera podido leer sin el tiempo que el encierro me dio, y me pregunto si es necesario privarnos de tantas cosas para recordar que el tiempo es un instrumento para organizarnos y no para dominarnos, para limitarnos y a la vez sobreexplotarnos. El protagonista es Håkan Söderström, un joven inmigrante sueco que llega a California en plena Fiebre del Oro. Pero debe regresar a Nueva York, atravesando el país de Oeste a Este, para encontrar a su hermano Linus, a quien perdió cuando embarcaron en Europa. Algo le sucede en el medio del viaje que transformará al emigrado, a su pesar, en una leyenda. La novela, entonces, es una historia del peso de las historias, de la importancia que tiene cómo nos contamos las cosas.

Håkan mide el tiempo por las estaciones o por acontecimientos extraordinarios en una vida rutinaria: un rayo, un oso que duerme con él, la zorra que pare en la puerta de su madriguera. Descubre una enorme verdad mientras cabalga en busca de su hermano: “Siempre había pensado que esos vastos territorios estaban vacíos, que solo permanecían habitados durante el breve intervalo de tiempo en que los viajeros transitaban por ellos, y que, como el océano tras la estela de un barco, la soledad volvía a cernirse sobre el terreno después del paso de los jinetes. También comprendió que todos aquellos viajeros, él incluido, eran, en realidad, intrusos”. Clangston, el pueblucho minero al que llegó de niño, es una ciudad enorme, desconocida para él cuando regresa décadas después. Menos de una vida basta para volver irreconocible un paisaje.

Las reglas del juego

El sueco conocerá personajes extraordinarios. Lorimer, que le enseñará medicina y los rudimentos de la medicina. Sus conversaciones bajo las estrellas tienen resonancias del pensamiento de Alexander von Humboldt, el primero en concebir a la naturaleza como una red vital y al planeta Tierra como un organismo vivo. Así razona Håkan: “El carpintero que solo ve mesas mientras pasea por el bosque, el poeta que solo recuerda sus propias tristezas mientras ve caer la nieve, el naturalista que solo tiene una etiqueta para cada hoja y un alfiler para cada insecto; todos ellos corrompen la naturaleza al convertirla en un almacén, en un símbolo, o en un hecho”. Clasificamos y nombramos, pero a la vez que rompemos un tejido más complejo nos privamos de nuestra humanidad.

O el capitán Altenbaum, que reconoce la calidad como artesano del sueco porque ha sido cazador y traficante de pieles. Admira el manto que se ha cosido Håkan a lo largo del tiempo con el pellejo de los animales que cazó. Un abrigo que es el mapa de su vida, admirado por su calidad artesanal, por su oficio. Por el tiempo que le ha llevado hacerlo: una vida.

Leí la novela en paralelo al aislamiento y en paralelo a la difusión de una noticia impactante. En junio de 2020, los criaderos de visones daneses comenzaron a reportar casos de Covid-19 entre sus animales. El virus había pasado de humanos a animales y viceversa, había mutado. Los visones son particularmente vulnerables a las enfermedades respiratorias, y de hecho, como a los hurones, se los utiliza para estudiar enfermedades humanas. Esa compatibilidad, en un contexto de pandemia, se volvió peligrosa.

Los criaderos, donde los visones viven hacinados en contextos antinaturales pero funcionales para su explotación, son el mejor escenario para el contagio. A comienzos de diciembre, el gobierno danés tomó una medida extraordinaria. Ordenó sacrificar más de quince millones de animales, que fueron enterrados en fosas comunes: Pero era tal la cantidad, o fueron tan superficiales las tumbas cavadas, que el suelo se revolvió, emergieron gases de los cadáveres en descomposición y los cuerpos de los animales sacrificados brotaron de la tierra como evidencia del desastre y del abuso que hacemos de nuestro planeta.

Hay otro riesgo. En Estados Unidos ya fueron detectados los primeros casos de animales salvajes contagiados: visones que rondaban criaderos cerrados. Un criadero permite el control, ¿pero qué se hace con los animales salvajes? Existe el peligro de una panzootia. Como en Jumanji, los animales pueden irrumpir y destruir el pueblo por una mala manipulación de las reglas del juego.

Hace unos cuatrocientos años comenzó el Antropoceno. El hombre comenzó a consumir combustibles fósiles a gran escala. De a poco, la especie humana se convirtió en agente modificador de la Tierra (el mayor ejemplo es el cambio climático que produjo el calentamiento global). ¿Qué concepción del mundo y de la naturaleza tenemos? ¿Qué vínculos imaginamos con los seres con los que cohabitamos, más allá de considerarlos una mercancía? ¿Cómo dejar de verlos de esa manera, si así nos vemos entre nosotros?

Si hay algo que la pandemia ha demostrado, entre otras cosas, es la necesidad de volver a pensar nuestros vínculos sociales, nuestros vínculos con el planeta, y, dado que nuestro tiempo fue “suspendido” por cuestiones sanitarias, revisar la lógica del consumo y la satisfacción inmediata, asociada a la idea de obsolescencia precoz y programada. La matanza de visones y la historia de Håkan potenciaron mi la perplejidad ante un panorama en el que conviven con los mayores logros del pensamiento y la tecnología conductas tanto destructivas como autodestructivas; tan egoístas como irreflexivas. Celebramos la cantidad de esfuerzos científicos puestos al servicio de la vacuna (y menos mal que existe la ciencia); mucho menos nos cuestionamos cómo es que hemos llegado hasta aquí. Podremos encontrar la vacuna contra el Covid, pero no contra la estupidez humana, que sigue construyendo una casa mientras la prende fuego, que se ha insensibilizado frente al sufrimiento ajeno aunque hacerlo implique la autodestrucción.

No hay especuladores financieros en A lo lejos, sino personas que trabajan duramente para sobrevivir. Como sostiene el historiador Mike Davis en su libro Llega el monstruo, esta pandemia ha visto enormemente facilitado su trabajo por la globalización económica: “El capital multinacional ha sido el motor de la evolución de la enfermedad mediante la quema o la tala de bosques tropicales, la proliferación de la ganadería intensiva, el crecimiento explosivo de los barrios marginales a los que hay que añadir el empleo informal y el fracaso de la industria farmacéutica para encontrar beneficios en la producción masiva de antivirales esenciales, antibióticos de nueva generación, vacunas universales”.

También por estos días leí un cuento de Vasili Grossman, “La Madonna Sixtina”. Allí también los cadáveres cobran vida para recordarnos aquello que preferimos no ver, aquello de lo que somos responsables: “En los pueblos hechos cenizas aún permanecen en pie álamos y cerezos calcinados, y la maleza cubre, melancólica, los despojos de los abuelos, madres, chicos y chicas que fueron quemados vivos por colaborar con la guerrilla. Aún se mueve y se hunde la tierra que tapa las fosas en las que yacen los cuerpos de niños y madres judíos asesinados”. Se me dirá: ¿no es exagerado comparar fosas comunes de visones con víctimas del racismo nazi? ¿Con una novela sobre un emigrado que se vuelve “salvaje”?

Yo creo que no. ¿Qué fue el exterminio sino la aplicación de tecnologías industriales a la matanza? En el camino del “progreso” y la expansión económica nos hemos embrutecido. Hemos dejado algunas de las cosas que nos hacen humanos: la curiosidad, la crítica y la solidaridad, por ejemplo. Que están preservadas allí donde el daño aún no llega: en nuestra capacidad de contar historias e imaginar futuros, en la necesidad de someter los instrumentos que creamos a construir un futuro donde el horizonte sea el bien común. Donde la solidaridad sea el eje de cualquier sociedad.

¿Exagero? No lo creo. Nunca imaginé que pudiéramos contagiar a los animales algunas de nuestras costumbres. Pero está en las noticias: en algunas granjas polacas, abandonadas por los dueños que no las pueden mantener, los visones comenzaron a comerse entre sí. Las primeras víctimas son los más débiles, pero al final todos seremos alcanzados.

Por: Federico Lorenz