Construido con tecnología occidental, tiene la máxima clasificación por su seguridad biológica, pero está en la mira por la investigación del inicio de la pandemia

Texto Eva Dou, Pei Lin Wu, Quentin Aries y Rebecca Tan

 The Washington Post

Una gélida mañana de febrero de 2017, el entonces primer ministro de Francia, Bernard Cazeneuve, recorrió el flamante laboratorio de patógenos de alta seguridad de Wuhan guiado por un científico chino de unos 50 años llamado Yuan Zhiming.

Construido con ingeniería francesa, se trataba del primer laboratorio P4 de China, y uno de los poquísimos del mundo con esa máxima clasificación de seguridad biológica. Yuan era el director del laboratorio y venía trabajando desde hacía más de una década para convertirlo en realidad.

La esperanza del doctor Yuan y sus colegas del Instituto de Virología de Wuhan (WIV, por sus siglas en inglés) era ayudar a prevenir una catástrofe como el brote de SARS de 2003, que había sido un bochorno para el gobierno de Pekín y había forzado la salida del ministro de Salud.

Pero apenas un par de años después de la inauguración del laboratorio de nivel P4, China fue devorada por un brote infinitamente más letal. El equipo de Yuan no lo había impedido, y para peor, algunos sospechaban que podía estar involucrado en su génesis.

Yuan ha negado a voz en cuello cualquier participación del WIV en el origen de la pandemia de coronavirus. “En el laboratorio P4 de Wuhan no se han registrado ni una filtración ni un contagio humano desde que entró en funcionamiento, en 2018”, dijo Yuan en julio, durante una conferencia.

Frente a tanto escrutinio público, el WIV se replegó sobre sí mismo. En conferencia de prensa, Yuan dijo que su equipo tuvo que sacar de internet su base de datos de virus, “debido a la gran cantidad de ciberataques” y a las fuertes presiones que sufren debido a los rumores.

Los organismos de inteligencia de Estados Unidos dijeron el mes pasado en un informe que el virus no es un arma biológica y que no queda claro si es de origen natural o está asociado a un incidente de laboratorio. El informe agregaba que sin la cooperación de China lograr esa confirmación era prácticamente imposible, pero en julio Pekín retiró toda colaboración para el esclarecimiento del hecho.

Para Yuan y su equipo, eso implica que la sombra de la sospecha sigue ahí. Y después de haber arrancado con tan altos ideales, es una verdadera decepción.

“Se terminó para siempre la colaboración científica en temas de virología”, dice un investigador extranjero que trabajó durante años con el WIV y que prefiere mantener su anonimato debido al clima político hostil. “A partir de ahora, China no va a querer recibir a científicos extranjeros porque va a pensar que vienen a hurgar en la basura”.

Este relato de los 65 años de historia del Instituto de Virología de Wuhan, de sus investigaciones sobre los coronavirus y su laboratorio de nivel de seguridad biológica P4 se hizo sobre la base de entrevistas con científicos que lo visitaron, informes de auditorías, imágenes satelitales, registros de archivo y otra documentación. El WIV no respondió al pedido de comentarios para este artículo.

“Lo mejor de lo mejor”

El laboratorio P4 está ubicado junto a una ruta de ocho carriles en los suburbios industriales al sur de Wuhan, donde la presencia de las fábricas va dejando paso a colinas bajas y tierras de cultivo. Las instalaciones del laboratorio tienen una superficie aproximada de dos canchas de fútbol americano, sobre un predio de terreno 12 veces más grande, según una auditoría de seguridad ambiental de junio de 2018.

Siguiendo el modelo del laboratorio francés P4 de Lyon, el edificio tiene cuatro plantas: gestión de residuos en la planta inferior; laboratorios de experimentación y bioterios en la planta principal, y en los dos pisos superiores, equipos de ventilación y filtrado que garantizan un flujo de aire seguro, señala el mismo informe ambiental.

Los visitantes lo calificaron como “de última tecnología”, en contraste con otros edificios más vetustos de WIV, donde en invierno los científicos tenían que dejarse el abrigo puesto debido a la falta de calefacción. El laboratorio tenía “un inmenso complejo con la tecnología más innovadora”, recuerda Boris Klempa, un investigador de la Academia de Ciencias de Eslovaquia que lo visitó en 2017.

Pero no todo estaba destinado a los ojos del público. En 2018, cuando un periodista del diario estatal Guangzhou Daily le preguntó qué tipo de virus almacenaban, el subdirector del laboratorio P4, Song Donglin, respondió que “la difusión de ese tipo de información debe ser restringida”.

Jean-pierre de Cavel, un experto francés que en 2010 dictó capacitaciones en materia de seguridad en el WIV, dice que los investigadores chinos esperaban utilizar el nuevo laboratorio para estudiar enfermedades altamente infecciosas, como el Ébola, la fiebre hemorrágica de Crimea-congo y la viruela.

“La expectativa que ellos tenían era contar con una herramienta poderosa, tener un laboratorio P4, como los grandes países”, dice Cavel. “Querían lo mejor de lo mejor”.

Sin embargo, el nuevo laboratorio P4 no estaba siendo utilizado para investigar coronavirus, que no tienen requisitos de seguridad tan elevados.

Fundado en 1956 bajo la órbita de la Academia China de Ciencias (CAS, por sus siglas en inglés), el trabajo inicial del WIV se centraba originalmente en las plagas agrícolas, una seria preocupación durante la hambruna que comenzó en 1959. Durante la Revolución Cultural, de 1966 a 1976, las investigaciones del instituto se interrumpieron y 229 científicos de la CAS murieron durante las llamadas “purgas políticas”.

En 1978, cuando el líder chino Deng Xiaoping reabrió las investigaciones científicas en todo el país, Pekín ordenó que el WIV elaborara el primer archivo de virus del país, y, según el relato oficial, durante la década siguiente recolectaron unos 400 patógenos. En 1985, el WIV colaboró con la creación de la primera fábrica mecanizada de plaguicidas de China. En 2003, con el brote de SARS, el WIV se puso objetivos más ambiciosos. Según personas familiarizadas con el proyecto, fue entonces cuando Chen Zu, director de ciencias biológicas de la CAS y poco después ministro de Salud de China, le encargó al WIV la construcción de un laboratorio P4.

Yuan acompañó a Chen a Francia para convencer a los expertos franceses de que tomaran a su cargo la construcción. En enero de 2004, el entonces presidente chino hu Jintao viajó a París para la firma del acuerdo. “Yuan Zhiming realmente quería un laboratorio P4”, dice gabriel gras, experto en bioseguridad que colaboró con la supervisión de las obras. “Ese laboratorio es el proyecto de su vida”.

Si bien el WIV tenía apoyo de Pekín para la construcción del P4, igual tenía que luchar con la burocracia china. Cuando se desató el brote de SARS, el WIV tuvo que dar tantas vueltas para conseguir una muestra del nuevo virus que finalmente su director, hu Zhihong, terminó “robando una muestra de la morgue”, según un artículo publicado en 2006 en el diario estatal China Youth Daily.

Alrededor de esa época aparece otra figura crucial en la historia del WIV. Una colega de Yuan, Shi Xhengli, había empezado a explorar las cuevas de murciélagos en busca del origen del SARS. Shi es un año menor que Yuan y también había estudiado en Francia, donde se especializó en virus acuáticos. Ahora se había volcado al estudio de los murciélagos, en colaboración con un eminente virólogo de Singapur, Linfa Wang. En 2004, el equipo de Shi recolectó muestras de 408 murciélagos de todo el territorio chino.

El trabajo no era fácil. Shi y sus colegas se tenían que arrastrar cuerpo a tierra por cuevas estrechas, según comentó ella en un discurso de junio de 2018. Atrapaban a los murciélagos con redes, a la mayoría los soltaban después de tomar las muestras, y ocasionalmente llevaban algunos ejemplares al laboratorio.

Siete años después de iniciada su búsqueda, en 2011, Shi descubrió un pariente cercano del virus del SARS en una cueva en la provincia subtropical de Yunnan. El informe publicado por su equipo en 2013 la hizo famosa a nivel nacional y le ganó el apodo de “batichica”.

En 2014, a los 50 años, Shi recibió una subvención de 58 millones de dólares para seguir estudiando los coronavirus en el sur de China. Tres años más tarde, su equipo anunció que habían encontrado todas las piezas genéticas del virus del SARS en murciélagos de una cueva de Yunnan, lo que básicamente deja demostrado el origen de la enfermedad.

Mientras, la lucha de más de 13 años del doctor Yuan finalmente estaba dando frutos, y en 2017 el laboratorio P4 recibió luz verde para comenzar a funcionar. El laboratorio, de 42 millones de dólares, no era para experimentos rutinarios. De hecho, solo un puñado de los 300 científicos del WIV fueron capacitados para usarlo, incluida Shi, nombrada subdirectora del flamante P4.

Retirados del mundo

Shi quedó bajo el foco de la atención internacional el 23 de enero de 2020, el mismo día en que las autoridades chinas sellaron Wuhan para contener esa nueva y desconocida enfermedad que luego conoceríamos como Covid-19. Ese día, en el borrador de un informe, su equipo anunció que habían encontrado un virus idéntico en un 96,2% al nuevo coronavirus. originalmente, Shi temió que el virus proviniera de su laboratorio, como se lo manifestó a la revista Scientific American. Pero desde entonces ha insistido inflexiblemente en que el WIV nunca se cruzó con el virus, que ella misma verificó los registros del laboratorio y que todos los empleados dieron negativo para los anticuerpos del SARS-COV-2.

Los defensores de Shi dicen que de haber encubrimiento es sumamente improbable que la noticia no se filtrara de parte del personal del laboratorio, sobre todo con la presión que había de parte de las agencias de inteligencia estadounidenses. El informe de inteligencia de Estados Unidos entregado al presidente Biden el mes pasado dice que el coronavirus no es un arma biológica y que las autoridades chinas no conocían previamente la existencia del virus.

En medio de la controversia, tanto Yuan como Shi se han retirado del mundo y hace meses que no hacen declaraciones públicas.