Las autoridades analizan ahora cómo contener la nueva ola con un porcentaje alto de la población que no ha tenido contacto con el virus; lanzan una campaña más agresiva de vacunación en mayores

Christian Shepherd y Vic Chiang AFP 

PANDEMIA. Taipéi (the washington Post).– La estrategia de “Covid cero” que el gobierno chino adoptó desde el comienzo de la pandemia se estrelló con un nuevo brote que amenaza con volverse el peor sufrido en el país. La ola de casos pone en tela de juicio la insistencia de Pekín en la erradicación total, una medida eficaz en un principio, pero a esta altura discutible. Las autoridades analizan cómo contener a la vasta cantidad de chinos sin vacunar y que no desarrollaron inmunidad natural.

TAIPÉI.– Un brote de coronavirus que está a punto de convertirse en el más grande que haya sufrido China desde el inicio de la pandemia ha dejado expuesta la falencia crítica de la estrategia de “Covid cero” del gobierno de Pekín: hay una vasta población de chinos que no tienen inmunidad natural contra la enfermedad. Tras varios meses de pequeños focos ocasionales en distintos lugares del país, ahora queda claro que la mayoría de sus 1400 millones de habitantes nunca habían tenido contacto con el virus.

Las autoridades chinas, que anteayer informaron un récord diario de 31.656 nuevos contagios, ahora se desvelan para proteger a los grupos poblacionales más vulnerables, y han lanzado una campaña de vacunación mucho más agresiva para aumentar la base inmunitaria, ampliar la capacidad hospitalaria y empezar a restringir los desplazamientos de los grupos de riesgo. Y los destinatarios claves son los adultos mayores, entre quienes la tasa de vacunación es especialmente baja. Esos esfuerzos del gobierno, que de todos modos no incluye la aprobación de vacunas extranjeras, son un intento de impedir que el avance del virus haga colapsar un sistema de salud mal preparado para recibir una oleada de pacientes graves con Covid.

“El agregado de camas de terapia intensiva y la intensificación de la vacunación debió haber empezado hace dos años y medio”, dice Yanzhong Huang, especialista en salud global del Consejo de Relaciones Exteriores, un centro de estudios con sede en Nueva York. “Pero hacer foco exclusivamente en la contención del virus consume los recursos que se podría utilizar para esas otras medidas”, agrega.

Huang cree que ahora ni siquiera las vacunas de refuerzo de fórmula ARNM, que han demostrado ser más eficaces contra las recientes subvariantes de ómicron, lograrían resolver el problema fundamental: que China sigue empecinada en erradicar el virus, en vez de mitigar sus efectos. Según Huang, la idea de aumentar el grado de inmunidad y al mismo tiempo permitir cierto grado de transmisión comunitaria “sigue siendo inaceptable para las autoridades chinas”.

Al principio, la estrategia de apagar los focos de la infección permitió que China preservara su economía y su vida cotidiana y que al mismo tiempo evitara la multiplicación de casos graves y fallecimientos. Pero esa estrategia tiene un precio cada vez más alto, y ni siquiera las medidas más estrictas logran frenar la propagación de las variantes más contagiosas.

A principios de mes, el gobierno anunció algo que, al menos en los papeles, parecía ser la mayor flexibilización de los controles desde que empezó la pandemia, con menos días de cuarentena y menos necesidad de testeos. Pero los funcionarios recalcaron que ese plan de “optimización” de 20 puntos no implica que el gobierno piense cambiar de estrategia y aceptar la aparición de brotes de la enfermedad.

De todos modos, ese plan para romper el círculo vicioso de confinamientos tan disruptivos arrancó a los tumbos. Algunas ciudades relajaron las medidas, mientras que en otros distritos la orden de las autoridades locales es no poner un pie en la calle. El resultado: confusión, miedo e indignación.

De hecho, en algunas localidades se produjeron enfrentamientos, especialmente en la descomunal fábrica de la empresa Foxconn en China Central, donde se produce la mitad de todos los iphones del mundo. Allí esta semana se registraron escenas de violencia, cuando miles de trabajadores manifestaron contra la negativa de la empresa a aislar a las personas que daban positivo y honrar así los términos de sus contratos de trabajo.

Ahora, la prioridad parece ser contener los brotes una vez más. Shijiazhuang, una ciudad de 11 millones de habitantes a unos 250 kilómetros de Pekín, acaba de dejar en suspenso la flexibilización de los testeos obligatorios y anunció cinco días de hisopados masivos en toda la ciudad.

Las primeras muertes reportadas desde mayo, aunque solo fueron una o dos por día, profundizaron la preocupación por la situación de los hospitales, mal preparados para manejar una explosión de casos graves. Según la agencia Bloomberg Intelligence, si China relaja por completo los controles, hasta 5,8 millones de personas podrían necesitar cuidados intensivos, en un sistema de salud que solo cuenta con cuatro camas cada 100.000 habitantes.

El miércoles, en conferencia de prensa, los funcionarios de salud dijeron que los más de 100 casos críticos actuales revelan “la gran necesidad” de sumar camas e instalaciones hospitalarias, dados los riesgos para la salud de los ancianos y las personas con comorbilidades. Los funcionarios agregaron que la propagación de la infección se estaba acelerando en muchos lugares, y que algunas provincias están enfrentando el peor brote de toda la pandemia.

Las principales ciudades, como Pekín, guangzhou y Chongqing, han ordenado que los vecinos de ciertos barrios no salgan de su casa. Los centros comerciales, museos y escuelas están nuevamente cerrados, y los principales centros de conferencias se están convirtiendo otra vez en centros temporales de cuarentena, reflejo del mismo enfoque adoptado en wuhan al comienzo de la pandemia. Algunas de las restricciones más duras son para los hogares de ancianos, y las 571 instalaciones geriátricas de Pekín están aplicando el nivel de control más estricto, prohíben las visitas y evitan todas las salidas y entradas, salvo las esenciales.

El gran temor de las autoridades es que abrirse a un mundo que básicamente ha aprendido a convivir con el virus cause una oleada de muertes. Inicialmente, China limitó la vacunación a los adultos de 19 a 60 años, una política que sigue repercutiendo en las tasas de vacunación en la actualidad. Solo el 40% de los chinos mayores de 80 años han recibido una vacuna de refuerzo, a pesar de meses de campaña y de reparto de regalos para fomentar la aceptación de la vacuna entra la población. Dos tercios de las personas mayores de 60 años han recibido al menos una dosis de refuerzo.

Desde el comienzo de la pandemia, China recurrió exclusivamente a las vacunas de origen nacional. Aprobó nueve fórmulas desarrolladas localmente, más que cualquier otro país, y las vacunas más antiguas y más utilizadas son de la empresa estatal Sinopharm, y de Sinovac, de propiedad privada. Ambas fueron aprobadas por la organización Mundial de la Salud a principios del año pasado, cuando se confirmó que reducían significativamente las muertes y las internaciones.

Sinopharm y Sinovac distribuyeron ampliamente sus vacunas en todo el mundo, como parte de un esfuerzo chino para convertirse en proveedor líder de bienes públicos globales y mejorar la imagen del país en el exterior. Sin embargo, a fines de 2021, la demanda internacional de dosis chinas empezó a disminuir, a medida que aumentaba la producción y distribución de las vacunas de Pfizer y Moderna.

China aún no ha aprobado ninguna vacuna extranjera ni ha explicado su decisión de evitar lo que podría ser una forma efectiva de cerrar su brecha inmunitaria con el resto del mundo. La visita del canciller alemán, olaf Scholz, a Pekín a principios de noviembre concluyó con un acuerdo para que la vacuna de Pfizer-biontech esté disponible para los extranjeros que viven en China a través del socio chino de la empresa, la farmacéutica Shanghai Fosun.

El acuerdo de desarrollo y distribución de Pfizer-biontech con Shanghai Fosun le concede a la empresa china los derechos exclusivos de comercialización en al país. Pero los reguladores sanitarios chinos han demorado sistemáticamente la aprobación de la vacuna, a pesar de que ya está disponible en Hong Kong, Macao y Taiwán.

La semana pasada, cuando le preguntaron si el gobierno de Pekín finalmente aprobaría la vacuna de Pfizer para uso público, el director de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de China se limitó a decir que las autoridades están trabajando en un nuevo plan de vacunación de inminente lanzamiento.

Para muchos expertos en salud, la reticencia de Pekín es injustificable. “China tendría que aprobar las vacunas Moderna y Biontech para la población china en general lo antes posible”, dice Jin Dong-yan, virólogo de la Universidad de Hong Kong. “Es ridículo que solo permitan que las reciban los extranjeros que viven en China. Es como si pensaran que los chinos son inferiores”