Joel Achenbach THE WASHINGTON POST

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WASHINGTON.– El 4 de junio, Stanley Perlman, que viene estudiando los coronavirus desde hace 39 años, recibió un mail desagradable: “El doctor Frankenstein simplemente quiere más fondos públicos para investigar cosas con las que no debería meterse. MUCHAS GRACIAS POR EL CORONAVIRUS, DESGRACIADO”.

Perlman, un virólogo de modales tranquilos y aspecto venerable de la Universidad de Stanford, no conocía al autor del revulsivo mensaje ni tuvo nada que ver con la aparición del coronavirus. Pero sí había sido uno de los firmantes de una carta a la revista

The Lancet, en 2020, que decía que el virus SARS-COV-2 no es un virus de bioingeniería humana, y que condenaba “Las teorías conspirativas que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural”.

Y ese sigue siendo el consenso entre muchos científicos, pero la teoría de la “fuga de laboratorio” nunca desapareció del todo y está haciendo más ruido que nunca. En realidad, no es tanto una teoría como una amplia variedad de escenarios posibles –desde accidentales hasta siniestros– que imaginan la forma en que el virus podría haber escapado de un laboratorio de China.

Esasteoríasdominanactualmente la cobertura periodística y el debate público sobre el origen de la pandemia, empujando hacia los márgenes la hipótesis de la zoonosis natural, que asegura que lo más probable es que el virus haya saltado a la población humana desde un huésped animal todavía no identificado.

Pero lamentablemente los científicos siguen sin encontrar a ese animal. Algunos virólogos, incluido Perlman,handichoquenodescartan por completo algún tipo de accidente involuntario de laboratorio.

Es posible, por ejemplo, que los científicos que estudiaban coronavirus en Wuhan ni siquiera supieran que el Covid-19 estaba en su laboratorio. La renovada apertura a la posibilidad de alguno de esos escenarios llegó a su punto culminante el mes pasado, cuando la revista Science publicó una carta de 18 científicos eminentes en la que reclamaban una investigación más sólida sobre los orígenes del virus y criticaban el informe de la Organización de Mundial de la Salud (OMS) que calificó de “extremadamente improbable” una fuga de laboratorio.

Este es un momento de suma tensión para los científicos en general y para los virólogos en particular. Todos ellos cargan desde hace generaciones con el mote de Dr. Frankenstein y ahora enfrentan la sospecha de ser de alguna manera responsables de la plaga que ha matado a millones de personas.

La situación terminó de exacerbar las históricas tensiones dentro de la extensa y a menudo irritable comunidad científica. La posibilidad de un origen de laboratorio ha reavivado el debate sobre las investigaciones de “ganancia de función”, que involucra experimentos que modifican la potencia de los virus en entornos de laboratorio seguros, como un intento de estudiar anticipadamente el efecto de futuras pandemias. Durante la última década, los científicos han chocado repetidamente sobre los riesgos y las ventajas de ese tipo de investigaciones.

“Hay fuego cruzado en todas direcciones”, dice Marcia Mcnutt, presidenta de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Su mensaje para todos: que se tranquilicen.

Mcnutt no cree que un científico que esté abierto a la posibilidad de un accidente de laboratorio deba ser etiquetado de conspiranoico. Y agrega que muchos de los que vociferan certezas sobre el origen del virus tienen conocimientos y experiencia muy limitados. “Antes de pronunciarse con firmeza a favor de una hipótesis u otra, el método científico dice que uno debería contar con evidencia que lo respalde. Lo preocupante es que haya personas dispuestas a dar respuestas contundentes sin evidencia o experiencia que las respalde”, dice Mcnutt.

El martes, Mcnutt y los presidentes de las academias nacionales de medicina e ingeniería de Estados Unidos publicaron una carta en la que defienden una posición neutral, en medio de tanto encono. La carta aboga por una investigación “guiada por principios científicos”, que considere múltiples escenarios posibles para el origen de la pandemia, y reclama que China comparta información sobre sus propias investigaciones en el lugar. El texto también sale en defensa de los científicos.

No hay evidencia directa de una fuga de laboratorio. Los científicos chinos niegan haber tenido almacenado el Covid-19 o alguno de sus ancestros o parientes cercanos. Las conjeturas sobre la “filtración” giran en torno a incógnitas, información faltante, inconsistencias en las declaraciones de los científicos y la falta de transparencia de los funcionarios chinos. Y los agujeros de ese relato se van llenando con especulaciones y sospechas. Pero los científicos que sostienen el origen natural también tienen grandes lagunas en su historia. Para empezar, no han identificado al animal intermediario portador del SARS-COV-2.

¿De dónde vino, entonces, esta cosa horrible? Ese es un misterio científico legítimo. Lo que está en juego es enorme y faltan las piezas centrales del rompecabezas. Como resultado, la búsqueda del origen de la pandemia quedó atrapada en la batalla política y la vorágine ideológica, una especie de cacería de culpables antes de que el delito haya quedado registrado. “La discusión se puso tan áspera que ya resulta imposible”, dice Perlman.

Caballos y cebras

El principal argumento a favor de la zoonosis natural –o sea fuera de las paredes de un laboratorio– es que ya ha sucedido con innumerables virus. El coronavirus que causó el brote mortal de SARS en 2002 y 2003, que fue sofocado antes de convertirse en una pandemia, pasó primero a través de un animal intermedio vendido en los mercados: la civeta común de las palmeras del Himalaya. Los científicos creen que el Covid-19 probablemente también pasó por un huésped intermedio.

Para muchos científicos, la hipótesis de la fuga de laboratorio sigue siendo el ejemplo clásico de una afirmación extraordinaria que exige evidencias extraordinarias.

Susan R. Weiss, viróloga de la Universidad de Pensilvania y especialista en coronavirus desde hace 40 años, recuerda un viejo adagio inglés: si uno escucha el ruido de cascos, lo más probable es que sea un caballo. Nadie espera ver a aparecer una cebra. “¿Se acuerdan de los caballos y las cebras?”, dice Weiss. “Bueno, la zoonosis es el caballo y la fuga de laboratorio es la cebra”.

Hay muchas variantes de la teoría de la fuga de laboratorio, algunas de las cuales obligan a incluir un subterfugio científico: en otras palabras, una conspiración para ocultar lo que se estaba haciendo en el laboratorio. Tales hipótesis, que se basan en sospechas de engaño por la información faltante, son difíciles de refutar. Los científicos que adhieren a la hipótesis del origen natural difícilmente adopten una hipótesis contraria que requiere, como supuesto fundamental, una impenetrable muralla de engaño. Sin embargo, esos mismos científicos podrían mostrarse más abiertos a la posibilidad de un accidente, sin intenciones nefastas, causado por un virus no detectado que se coló en instalaciones donde se realizan investigaciones legítimas.

Pero el Instituto de Virología de Wuhan sigue siendo una especie de caja negra. Las voces críticas dicen que los investigadores de la OMS que entregaron el informe sobre el origen del virus hicieron una visita superficial al instituto. También señalan que ese grupo incluyó en el equipo a Peter Daszak, presidente de Ecohealth Alliance, una organización que dirigió una subvención del instituto de Fauci al laboratorio de Wuhan. Daszak también firmó la carta de 2020 en The Lancet que denuncia las teorías conspirativas.

Incluso el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, tomó distancia del informe del organismo que preside y pidió una investigación más exhaustiva.

David A. Relman, microbiólogo de la Universidad de Stanford y uno de los organizadores de la carta en

Science, dice que el año pasado el clima político hizo que muchos científicos dudaran en manifestarse abiertos a la posibilidad de una fuga de laboratorio. No querían alinearse con una teoría asociada con Trump y sus aliados, que se referían al coronavirus como “el virus de China”.

Relman, sin embargo, se pasó de bando, y en noviembre publicó un ensayo donde analiza los posibles orígenes del Covid-19, incluida la manipulación de laboratorio: “Aunque no obtengamos una respuesta definitiva, y aunque un análisis objetivo nos obligue a abordar posibilidades incómodas, es crucial que nos sigamos haciendo esta pregunta”.

Relman dice que dos de los científicos a los que se les pidió que firmaran la carta en Science estaban preocupados por los posibles efectos sobre la discriminación contra los asiáticos. Relman recalca que la carta concluía con una muestra de apoyo a los científicos chinos que luchan contra la pandemia. Relman dijo que va y viene sobre si es más probable un origen natural o de laboratorio del SARSCOV-2. Está abierto a la posibilidad de que los funcionarios chinos no hayan sido comunicativos sobre sus experimentos de laboratorio.

“Lo más probable sería que el virus se haya desarrollado sin que nadie lo supiera y haya producido una infección asintomática, o que un trabajador de laboratorio se haya infectado sin saberlo durante la recolección de muestras de un reservorio viral natural, como una cueva de murciélagos”, dice Relman. “También es teóricamente posible que ahí estuvieran realizando algún tipo de ingeniería con virus ancestros inmediatos, de los que no se había informado ni publicado nada”, señala.

Algunos científicos están consternados por lo que leen y escuchan: están convencidos de que la zoonosis natural sigue siendo, por lejos, la hipótesis más sólida. Muchos de los primeros contagios pudieron ser vinculados con un inmenso “mercado húmedo” de Wuhan, donde se encontraron rastros del virus en los desagües y superficies cercanas a los puestos de animales vivos.

Un informe publicado este mes en Nature dice que en los dos años y medio previos a la pandemia, en los mercados de Wuhan se vendieron más de 47.000 animales de 38 especies diferentes, incluidos perros mapaches, comadrejas, tejones, erizos, marmotas, visones, ratas del bambú y ardillas voladoras.

Aunque la búsqueda del huésped intermedio ha llevado a analizar a decenas de miles de animales en China, los investigadores no han encontrado la cepa precursora del Covid-19. Los orígenes animales de muchas enfermedades zoonóticas, incluido el Ébola, nunca han sido establecidos de manera fehaciente.

Aunque los científicos pueden dudar de los resultados de la investigación de un colega, generalmente asumen que sus colegas de la comunidad científica internacional son honestos. Pero hay escenarios de fugas de laboratorio que no implican que haya engaño: los accidentes ocurren, a veces, sin que nadie lo sepa.