Por Katalin Karico

La puesta en marcha de un plan de vacunación mundial contra el coronavirus es la gran noticia de este 2021. Pero los rostros detrás de esas investigaciones exitosas no forman parte de las caras conocidas de la pandemia.

Katalin Karikó es una investigadora y bioquímica húngara que actualmente reside en Estados Unidos. De 65 años, lleva 40 en investigaciones que permitieron desarrollar grandes logros que sirvieron para desarrollar las actuales vacunas contra el Covid-19. La doctora Karikó vive desde 1985 en EE.UU.

Hace años, a  Karikó, su obsesión en el desarrollo de la llamada tecnología de ARN mensajero, que hizo posible las vacunas de las firmas Pfizer y Moderna contra el coronavirus, le costó un puesto de profesora en la Universidad de Pensilvania y puso en peligro la renovación de su visado de residencia en Estados Unidos.

La Doctora Karikó pasó gran parte de la década de los 90 solicitando fondos para su investigación centrada en el ácido ribonucleico mensajero (ARN).

Ahora, esta doctora desconocida para el gran público y hoy instalada en Pensilvania, se convirtió en una celebridad en el mundo científico. Pero en realidad, la trayectoria de Kariko viene de lejos. Casi 40 años de esfuerzos, marginación y arduo trabajo en la sombra.

Nacida hace 65 años en la urbe de Szolnok, en el centro de Hungría, y en plena época comunista, pasó su adolescencia en Kisújszállás, lugar en el que su padre trabajaba como carnicero. Apasionada de las ciencias, comenzó a dar sus primeros pasos a los 23 años en el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged, en la que además logró su doctorado. 

Karikó hace 25 años que vive en Estados Unidos.

La Doctora Karikó pasó gran parte de la década de los 90 solicitando fondos para su investigación centrada en el ácido ribonucleico mensajero (ARN). Moléculas que dan a las células “instrucciones” que les permitan luego fabricar las proteínas terapéuticas por sí mismas. Una solución que permite evitar la modificación del genoma de las células, con el riesgo de introducir modificaciones genéticas incontrolables.

La bioquímica creía que el ARN mensajero podría desempeñar un papel clave en el tratamiento de ciertas enfermedades, por ejemplo, al tratar el tejido cerebral después de un accidente cerebrovascular.

Pero el sucesivo rechazo de sus solicitudes de becas de investigación en este terreno por parte de la Universidad de Pensilvania, donde estaba en proceso de convertirse en profesora, frenó su trayectoria.

En aquel momento, Katalin Karikó no tenía la famosa green card de residente y necesitaba un trabajo para renovar su visa y permanecer en los Estados Unidos. Sin embargo, decidió persistir en la investigación, a pesar de la la falta de promoción profesional y compensación económica, además del esfuerzo que ello suponía para su familia.

Pero el camino de estudio del ARN mensajero tampoco estuvo exento de problemas: provocaba fuertes reacciones inflamatorias porque el sistema inmunológico lo consideraba un intruso.

La investigadora húngara se especializó en el estudio del ARN.

Con su socio en la investigación, el médico inmunólogo Drew Weissman, Katalin Karikó logró introducir gradualmente mini cambios en la estructura del ARN, haciéndolo más aceptable para el sistema inmunológico. Su descubrimiento, publicado en 2005, hizo que ambos empezasen a salir de anonimato.

Su siguiente paso fue colocar el ARN en “nanopartículas lipídicas”, un recubrimiento que evita que se degraden demasiado rápido y facilita su entrada en las células. Sus resultados se hicieron públicos en 2015.

Cinco años después, cuando la ciencia trata de luchar contra un virus que asola el planeta, sus avances en este campo fueron el pilar sobre el que se desarrollaron las vacunas que devolvieron la esperanza a la humanidad.

El día que se dieron a conocer los resultados de la eficacia de la vacuna contra el coronavirus impulsada por las farmacéuticas Pfizer y BioNTech, todo su esfuerzo cobró sentido.

A pesar de que esta tecnología parece haber tenido éxito contra el coronavirus, Karikó recibía “rechazo tras rechazo” en la búsqueda de financiación para poder desarrollar la idea. “Ahora todo el mundo lo entiende, pero antes se trataba de cambiar el ADN para corregir enfermedades hasta que se dieron cuenta que podían provocarse mutaciones capaces de causar la muerte”, explicó la bioquímica al diario El País.

Karikó, aunque entiende las reticencias de la gente al vacunarse por tratarse de una tecnología nueva, aseguró que “si no fuera ilegal, se habría vacunado en el laboratorio cuando se estaba patentando el antídoto”. De esta manera, demostró su plena confianza ante un fármaco cuya utilidad está siendo cuestionada en la calle. “Estas vacunas nos van a sacar de la pandemia y, probablemente, en el verano (europeo) podamos volver a la vida normal”, agregó

Después de casi 40 años de investigación fuera de los focos y sin recursos extraordinarios, ya se habla de ella como la próxima premio Nobel de Bioquímica.

Clarin.com Internacional