Para los expertos, al menos hay tres razones en la aparición y detección locales de enfermedades como hepatitis pediátrica de origen desconocido, viruela del mono y otras infecciónes habituales en invierno

28 de mayo de 2022

Martín De Ambrosio

No se terminó la pandemia de covid y ya aparecieron otras enfermedades de las que preocuparse, como la hepatitis pediátrica aún de origen desconocido (dos niños argentinos trasplantados) y la viruela del mono (dos casos locales). A diferencia del Sars-CoV2, no se trata de situaciones estrictamente nuevas sino de viejos conocidos que aparecen en un contexto especialmente sensibilizado. Y que rápidamente llegan a la Argentina. Por si fuera poco, los habituales virus de impacto invernal (influenza, sincicial, adenovirus y siguen las firmas) parecen estar más fuertes que antes y llegaron incluso antes del otoño. ¿Es que vivimos una nueva era, una nueva normalidad, donde los virus están más fuertes que antes?

Según los expertos, hay al menos tres razones involucradas tanto en la aparición como en la detección en el país de estos distintos males: un buen nivel de vigilancia, sistemas inmunológicos “desentrenados” por la predominancia del covid (y sus obligadas distancias sociales) para los virus respiratorios y un nivel de globalización que hace que en pocas horas se crucen océanos y los aviones se transformen en vectores inusuales. Además, hay una última, pero no por eso menos importante razón: la crisis ambiental que propicia el salto de virus que viven en animales (lo que es más bien un contexto general debido a que restan investigaciones para confirmar causalidades).

“Que aparezcan y vuelvan a aparecer virus y patógenos en general tiene que ver con el desequilibrio con el resto de la naturaleza. Con sus acciones, el humano hace que virus no patógenos se conviertan en tales; por ejemplo, al irrumpir en ecosistemas donde había equilibrios y provocar saltos en especies para adaptarse al Homo sapiens”, dice Rosana Toro, docente de Virología Clínica de la Universidad de La Plata y jefa de laboratorio del hospital San Roque de Gonnet. Lo mismo sostiene Alejandra Capozzo, investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) especializada en inmunología aplicada: “Estas cosas siempre pasaron, hubo enfermedades emergentes siempre, pero ahora que estamos inclementes con el planeta, con deforestación y mala interacción con los animales, es peor aún. A esto se le suma la globalización y a que la información excede a la comunidad científica y todos se enteran”. Por tal motivo, Capozzo pide por el concepto de “Una salud”, propiciado por distintas agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde la salud completa incluye el conjunto del bienestar de las personas con los animales y el ambiente. “Si se modifica de manera irresponsable el hábitat de los animales hay más posibilidades de que surjan nuevas enfermedades por virus que mutan”, agregó.

Sin embargo, los expertos buscan ser finos a la hora de analizar en cada situación particular si se trata de eventos radicalmente nuevos o más de lo mismo. Por eso, entre las hipótesis se barajan otras variables como “un sistema de salud mundial alerta que hace que cuando aparecen los primeros casos de algo inesperado la comunidad científica lo reconoce e informa”, sigue Toro. A lo que “tal vez pueda sumarse que estos dos años de pandemia por covid han cambiado drásticamente las actividades humanas: dos años sin colegios, jardines, mucha gente que no salió de sus casas. Ese tiempo, con bebés que habitualmente adquirían inmunidad en las guarderías, no fue como antes. Esa inmunidad ahora no está. ¿Cómo afecta eso? Tal vez los adenovirus u otros virus respiratorios afectan a una inmunidad distinta, pero todo está por verse”, admite.

Del hígado a la piel

De origen desconocido, como parte de un confuso síndrome post-covid o acaso un adenovirus: así se plantea –también aún en el terreno hipotético- a las hepatitis pediátricas de origen desconocido detectadas en cientos de chicos en un par de decenas de países, con una veintena de trasplantes (dos en la Argentina; los chicos se recuperan bien) y seis fallecidos. Los expertos de todo el mundo se debaten entre las mencionadas posibilidades, o incluso que se trate de algo relativamente habitual que ahora es más detectado e informado. Lo cierto es que el adenovirus F41 estuvo presente en la mayoría de los casos, pero no en todos; y muchos de los niños habían tenido covid confirmado, pero no todos (tal vez por el subregistro propio del covid).

En la Argentina, dos niños afectados por hepatitis aguda grave de origen desconocido tuvieron que recibir trasplantes de hígado y se recuperan bienIstock

En el caso de la otra enfermedad de titulares en los medios y alertas en la comunidad médica, la viruela del mono, lo que sorprende en principio a los especialistas son dos cosas: por un lado, la rápida diseminación desde lo que aparenta ser un par de casos originales en Europa (España o Gran Bretaña) sin más que un contacto con la zona donde el virus es endémico (África central) y la facilidad con la que ahora se contagia entre humanos, dado que antes mayormente se daba en la interrelación humano-animal (primordialmente, roedores, pese al nombre de esta viruela). Las primeras secuenciaciones del virus dadas a conocer en España y Francia el jueves pasado indican que se trata de una familia “menos maligna” entre las conocidas del virus y ese mismo origen. De hecho, no ha habido de momento enfermos graves y el argentino que fue el primer caso confirmado se recupera sin mayores inconvenientes.

De todos modos, la hipótesis de sistemas inmunitarios con “falta de actualización” por los encierros y la ausencia de contacto con otros humanos podría funcionar para los virus respiratorios estacionales, pero no para todos los virus. “No hay ninguna evidencia de que a  nivel poblacional nuestros sistemas inmunes puedan estar debilitados”, dice Eva Acosta, investigadora del Conicet en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Córdoba. Y detalla: “La viruela del mono no es una enfermedad nueva, y se está buscando en la genética del virus si algún cambio puede haber ocasionado el brote en áreas no endémicas. Y con respecto a la hepatitis pasa lo mismo, hay varias hipótesis, con pocas evidencias cada una”. Acosta no suscribe a que en particular estos brotes puedan ser efecto de la pandemia. “No es que el sistema inmune deba ´actualizarse´ todo el tiempo para mantenernos alejados de las infecciones y además el aislamiento estricto no fue tanto para que pueda tener un efecto tan tangible en enfermedades tan específicas”, agrega, aunque sí considera que puede ser así respecto de virus más comunes. “Esa pérdida puede jugar un rol en virus de circulación común, como resfríos, adenovirus o rinovirus, los respiratorios en general. Pero no creo que tenga que ver con este brote de un virus que es muy singular, no tiene incidencia fuera de África y requiere una respuesta específica del sistema inmune”, señaló en referencia a la viruela del mono. 

En este sentido, ella se inclina por la explicación más simple; es decir, que se dio un incremento de casos en las áreas endémicas que pasaron inadvertidas por no estar África tan vigilada (Occidente ignoró un brote que arrancó en Nigeria incluso antes del covid) “y la vuelta a la normalidad en la movilidad internacional incrementó la exposición en países no endémicos donde al ya no estar expuestos a esos tipos de virus desde hace 50 años hay gran susceptibilidad”, siguió. Sí coincide con sus colegas en que hay muchos virus zoonóticos (que viven en otros animales) que, dadas las condiciones, pueden causar brotes porque nunca hemos estado expuestos a ellos.

De esta situación hay cierta conciencia en las dirigencias del mundo que, por ejemplo, ya generaron a través del G-20 un fondo de al menos US$1000 millones que manejará el Banco Mundial con asesoría de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con la idea de “ayudar a los países en desarrollo a prepararse mejor para las pandemias” y que podría estar disponible tan rápido como este año, según informaron agencias de noticias esta última semana. Pero es posible que incluso así se queden cortos: según otro trabajo publicado por la revista Nature, el dinero que hace falta es del orden de los US$20.000 millones anuales para prevenir pandemias por efectos climáticos o ambientales. En el medio, permanecen los temores latentes de la población que ante cada nueva enfermedad se pregunta si se repetirá la disrupción que generó el covid en la vida cotidiana de la civilización humana. Y que por cierto continúa.