Los expertos la sitúan en el 90% de la población vacunada, incluidos los chicos, para alcanzar la protección del grupo

Pablo Linde El Pais

Los expertos definen ahora la inmunidad de rebaño con el 90% de la población vacunada, incluidos los chicos.

MADRID.– La inmunidad de rebaño, esa piedra filosofal que iba a convertir la pandemia en un recuerdo, es una meta que hoy por hoy se ve lejana. Quizás inalcanzable. A medida que las nuevas variantes del virus son cada vez más contagiosas, no solo se aleja de aquel 70% de población inmunizada que se calculó en un principio, sino que se hace prácticamente imposible llegar a ella a corto plazo.

Aunque no se conoce exactamente cuál puede ser la nueva cifra, los expertos la sitúan alrededor del 90%, un número que no se puede alcanzar sin vacunar a los menores de 12 años, para los que todavía no hay medicamento aprobado.

El porcentaje de población necesaria para llegar a la inmunidad de rebaño depende de la capacidad de infección del virus. Y en el SARS-COV-2 ha ido creciendo hasta llegar a la variante delta, la más contagiosa hasta ahora. Cada persona puede infectar a otras nueve, entre tres y cuatro veces más de lo que se calculó en un principio.

Y, en paralelo a esta mayor capacidad de transmisión, suben las estimaciones, siempre aproximadas, del porcentaje de población vacunada necesario para alcanzar la inmunidad de rebaño. Si al principio se hablaba de un 70%, todos los expertos consultados dan por superado ese umbral, y los que llegan a concretar lo suben al 90% o más.

Por ejemplo, el epidemiólogo Javier del Águila opina que la idea de inmunidad de rebaño “no parece muy realista en el contexto actual”.

“Bastantes epidemiólogos en todo el mundo llevamos unos meses tratando el tema. Viene de enfermedades más clásicas, como la varicela, el sarampión, la viruela. El Covid es muy diferente, al ser un virus respiratorio con transmisibilidad tan alta se unen varios problemas: harían falta unas tasas de cobertura cercanas al 95%. Esto es algo muy difícil, incluso en países como España, donde la reticencia a la vacunación es muy baja”. Esto se une, añade, a que variantes como la delta disparan la curva cuando encuentran a un grupo de personas susceptibles.

José Jiménez, investigador del Departamento de Enfermedades Infecciosas del King’s College de Londres, va más allá y cree que ya sería mejor no fijarse porcentajes de inmunidad de grupo, un objetivo al que, según dice, no se sabe si se podrá llegar y que, en cualquier caso, ve lejano. “Son estimaciones muy teóricas y pueden variar mucho dependiendo de la efectividad de las vacunas y la aparición de nuevas variantes. El mejor mensaje que podemos dar es vacunar todo lo posible sin fijarnos ningún porcentaje como meta”, afirma.

La vacunación servirá para que la gran mayoría de los casos sean leves o asintomáticos; también, para que las próximas ondas epidémicas sean mucho menos abultadas y para que el coronavirus deje de ser el problema social que ha supuesto hasta ahora. Pero probablemente no, de momento, para frenar por completo la propagación.

Un argumento similar expone Ignacio López Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra: “Quizás, en vez de obsesionarnos por el número, por la inmunidad de grupo, sea más realista poner como objetivo reducir el colapso sanitario. Si no lo hay, todos podríamos volver a lo más parecido a la normalidad. No vamos a erradicar el virus, habrá que convivir con él, probablemente. Para eso, hay que vacunar a los más vulnerables. Pero el virus se moverá donde lo dejemos, ahora sobre todo en los no vacunados”.

Lo más probable, en opinión de Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología de la Universidad de Harvard, es que el coronavirus se convierta en endémico, como sucede con otros. Este tipo de patógenos son los que causan los catarros. “Posiblemente, en su día fueron una pandemia y hoy no se hace una vigilancia epidemiológica de ellos porque no es necesario”, señala.

La tendencia del Covid será esta si no hay mutaciones que hagan escapar al virus de la protección que dan las vacunas frente a las formas más graves, mientras cada vez más gente tenga algún tipo de anticuerpos, por haber recibido el pinchazo o por haberse infectado. Eso es, al menos, lo que considera más plausible este experto, para quien los problemas vendrán para quienes por alguna razón no generen defensas.

Esto se suma a que las vacunas aprobadas, aunque son muy buenas para evitar las variantes más graves de la enfermedad, no impiden por completo el contagio. Por ahora no hay consenso sobre su capacidad contra la variante delta.

Para llegar a porcentajes del 95% como el que describe Del Águila sería imprescindible vacunar a los menores. Pero incluso cuando haya una vacuna para ellos se planteará un debate ético. Cuando baja la edad, el balance riesgo-beneficio de las vacunas decrece, porque también disminuye la gravedad de la enfermedad. Aunque las posibilidades de un efecto secundario grave con la vacuna sean remotas, en menores de 12 probablemente sean mayores que las que tienen al infectarse. © El País, SL