La cepa, que se habría originado en Perú y ya se encuentra en Chile y la Argentina, podría ser más contagiosa; los científicos reclaman más evidencia para investigar

Jorge Galindo EL PAÍS

Diego ramos/

MADRID.– Lambda ya es “variante de interés” para la Organización Mundial de la Salud. La clasificación equivale a poner a la cepa originada probablemente en Perú bajo una vigilancia cauta pero atenta. Indica además que, según la evidencia de que se dispone, C.37 –tal su código de linaje– ha demostrado potencial para resultar más peligrosa entre humanos en una de las dimensiones, al menos, que preocupan sobre el virus: su capacidad de contagio o de evadir la inmunidad adquirida. Si lo es finalmente, y en qué medida, está por confirmarse. Pero los indicios recogidos en el área andina (Perú, pero también Chile o la Argentina) no son esperanzadores.

Son, eso sí, insuficientes para extraer conclusiones fuertes. Posiblemente, el origen y la localización geográfica de la variante lambda tienen que ver con eso. La historia de lambda es indisociable de su emergencia en un entorno con capacidad de vigilancia genómica relativamente escasa. Sin inversión, capacidad instalada y transparencia en la evidencia acumulada, resulta más lento y difícil calibrar el peligro.

Pablo Tsukayama, coordinador del laboratorio de Genética Microbiana en la Universidad Cayetano Heredia de Lima, forma parte de un equipo de investigadores cuyo trabajo fue crucial para detectar, medir y dimensionar a lambda en un primer momento, cuando todavía se la conocía como C.37. Según la última versión del estudio que la caracteriza (aún pendiente de revisión), la variante lambda supuso el 100% de las muestras de virus recogidas en Perú ya en abril de 2020. Es esa elevada presencia en los especímenes lo que lo lleva a la hipótesis de su origen peruano.

Chile y la Argentina son los otros dos países objeto de atención. “La Argentina ha reportado menos de 100 secuencias, pero posiblemente tienen muchas más”, considera Tsukayama. Aclara que esto tiene que ver con la manera en la cual analiza cada muestra el sistema argentino. Cada país tiene su metodología, en muchos casos constreñida por la necesidad de ahorro o eficiencia, o por prácticas establecidas. En el caso peruano, el propio Tsukayama afirmaba que solo desde abril recibieron los fondos necesarios para producir un análisis como el que terminaron publicando, y que sacó lambda a la luz.

La falta de datos abiertos tampoco ayuda: el pasado 25 de junio el Ministerio de Salud peruano daba a conocer su propia cifra de porcentaje de muestras recogidas de lambda sobre el total, situándose en 71,1% entre enero y junio. Varias voces científicas, entre ellas las de Tsukayama, se quejaron entonces de la falta de acceso a los datos que están detrás: “Les hemos pedido que liberen los datos y no lo han hecho”, reiteró.

Pero, aun así, el trabajo compilatorio de iniciativas como Gisaid o la colaboración entre laboratorios plasmada en outbreak.info facilitan la perimetración relativa de las variantes. En este caso, la hipótesis del origen peruano se ve reforzada por la notoria presencia en los vecinos Chile y la Argentina, ambos países con picos de contagio recientes que no han podido manejar por completo.

La localización tiene más que ver con el contexto que con las características intrínsecas de lambda, aclara Tsukayama, e informa de la importancia de la movilidad para explicar el contagio. “Lo que hemos visto (con las variantes) es que aparecen y se expanden en la región”. Pero esto se debe a que hay más movimientos, “introducciones”, en terminología epidemiológica. “Qué tan exitosa es una variante en un país depende no solo de qué tan transmisible es, sino de cuántas introducciones hay”. Lambda puede haberse movido ágilmente entre fronteras tanto por su ventaja competitiva como por la cantidad de personas que la han trasladado de un país vecino a otro.

¿Más contagiosa?

A la hora de evaluar con precisión la mayor transmisibilidad de lambda, Tsukayama considera que “la única evidencia, preliminar, pero yo creo que sólida, es su rápido crecimiento”, especialmente dentro de Perú. “Algo que no existía a fines de 2020 apenas y que para marzo ya está en un 80% quiere decir que probablemente tiene algún tipo de ventaja. Se siembra (con las introducciones) y rápidamente se expande”. Esto es con toda probabilidad lo que ha llamado la atención de la OMS, y lo que motivó la inclusión de la variante como grupo de interés.

Ahora bien, cuál es el origen de esta ventaja, así como el grado y sostenibilidad de la misma, sigue siendo una pregunta abierta. La propia OMS acepta que la evidencia no es suficiente para concluir preocupación, solo para señalar el mencionado potencial de riesgo.

Una de las razones para la duda es el peso del entorno. Cuando se observan expansiones rápidas de nuevas variantes en contextos específicos, quizá la velocidad tiene que ver con algunas características del mismo.

Tal vez lambda, por ejemplo, pudo crecer con tanta agilidad gracias a las condiciones de densidad y habitabilidad en las ciudades en que se ha hecho fuerte. No existe evidencia directa para respaldar tal hipótesis, pero con las primeras olas de contagio sí se comprobó en Lima, Buenos Aires, San Pablo o Bogotá que el SARS-COV-2 sigue en cierta medida los caminos del hacinamiento y las peores condiciones de vida urbanas.

Además, con otras variantes, como la preocupante variante delta, las estimaciones de porcentaje incrementado de contagio se han ido ajustando a la baja, si bien manteniéndose por encima de sus antecesoras, a medida que se disponía de más datos para eliminar ruido contextual de la señal emitida por cifras como la diferencia entre tasas secundarias de contagio.

Para distinguir entre elementos contextuales y aquellos atribuibles a la genética del virus, los investigadores, como Tsukayama, siguen trabajando: “Nosotros no hemos hecho esos cálculos todavía, en parte porque no hemos recolectado suficientes secuencias aún. Estamos en ese proceso”.