La Capital. Rosario, 23 de septiembre de 2021

Febrero del 2020. Sofocante calor de verano. Pero disfrutaba de los preparativos para viajar a Bruselas en marzo, para asistir al Congreso de Medicina Intensiva del que durante años había participado. Sin embargo, de Europa llegaban algunas noticias preocupantes. Un virus desconocido, proveniente de China, empezaba a afectar a diversos países y eso limitaría la realización de múltiples eventos. Algunos días después, las noticias ya no solo fueron preocupantes; colapsaban los servicios de salud, se cerraban fronteras, se limitaban las reuniones públicas…

Que pasaría si el virus llegaba a nuestro país, a nuestra ciudad? Era evidente que si habían colapsado sistemas sanitarios de países del primer mundo, en nuestro caso la situación podía ser catastrófica. En el seguimiento día a día de los acontecimientos, y asumiendo que inevitablemente seriamos afectados por la enfermedad, en el Sanatorio Parque se dispuso un comité de crisis que adoptó medidas inéditas que el tiempo se encargaría de demostrar que fueron premonitorias. Se dispuso la incorporación de una cantidad significativa de equipos de asistencia médica: respiradores, bombas de infusión, mantas de control de temperatura, monitores, equipamiento de aislamiento para el personal. Se reconoció que la estructura edilicia podía ser superada, por lo que se decidió, en un tiempo record, construir un ala de asistencia para 24 enfermos, con servicios de apoyo individuales, adyacente al sanatorio pero independiente del mismo. Si las circunstancias lo exigían, se reconvertirían las alas críticas para disponer de un volumen de asistencia satisfactorio. Se instruyó a todo el personal sobre las medidas adecuadas para la asistencia en catástrofe.

Y llegó el día. El 28 de marzo, ingresó a Terapia Intensiva el primer paciente portador de la enfermedad. A pesar de la lectura de lo que había ocurrido en otros lugares, nos sorprendió la malignidad del virus. Atacaba no solamente al pulmón, sino que todo el organismo era sometido a un estrés no conocido en otras enfermedades. En los días siguientes, se asistieron escasos pacientes, pero a partir de fines de julio, un número creciente comenzó a llegar, y pronto se instaló lo que, adecuadamente, se llamó la primera ola. Era en realidad una cantidad creciente de pacientes que rápidamente requirió el reordenamiento institucional que se había programado. En el momento álgido de la misma, llegaron a estar internados en la institución más de 100 pacientes con enfermedad COVID, de los cuales hasta 45 lo estuvieron en terapia intensiva conectados a un respirador. En tal circunstancia, se evidenció el temor por el agotamiento de los recursos materiales y humanos. Los respiradores estaban utilizados en su totalidad, los insumos farmacológicos eran limitados, y estaba latente la claudicación y el eventual contagio del personal.

Una mañana cualquiera, mientras redactaba historias clínicas, solicité a mi enfermera decana una campera. Me miró con temor, conocedora de mi resistencia al frío. Inmediatamente me sometí al testeo que obviamente resultó positivo. Era COVID positivo. Me aislé en una habitación de la institución, pero pese a ello a los días mi esposa también fue positiva. Era casi imposible evitar el contagio. La enfermedad no fue grave, lo cual me permitió, gracias a la tecnología de internet, continuar, con la colaboración de mi equipo, con el seguimiento de muchos pacientes. Durante esos días, ante la gravedad de un paciente joven, se implementó por primera vez en Rosario la técnica de asistencia respiratoria extracorpórea con sistema ECMO. Vestido de astronauta, pude participar del procedimiento. A partir de ello, varios enfermos se beneficiaron con esta innovación. 

La situación, sin embargo, era dramática. Continuaba el ingreso constante de enfermos, muchos de ellos de gravedad, y no se disponía de recursos terapéuticos efectivos, excepto las medidas de apoyo de funciones vitales. Hasta que en un momento, la incidencia de la enfermedad comenzó a disminuir. Pero la esperanza duró poco. Una segunda ola rápidamente incrementó nuevamente el número de casos, afectando ahora a una población más joven y sin patologías previas. Con la misma o mayor gravedad. Hoy día, sin embargo, también esta segunda ola parece estar agotándose.

Que aprendimos de la pandemia? Analizaremos a continuación algunos aspectos relacionados con el título de este trabajo. Todos los días se presentan los números de casos, los números de curados, los números de fallecidos, los números de nuevos casos. Pero NO son solo números. Si bien los mismos deben conocerse. Con fines solamente ilustrativos, en nuestra Unidad de Terapia Intensiva la mortalidad de los últimos años alcanzó al 13%. En la pandemia, habiendo asistido a más de 600 pacientes, la mortalidad de la enfermedad fue similar a la de los grandes centros del mundo: 50%. Pero por que decimos que no son solo números. Porque cada paciente afectado ha visto comprometida su vida, su estado de salud actual y futuro, y en ocasiones la pérdida de seres queridos, sin contar que muchos de ellos deberán ser asistidos en centros de rehabilitación durante semanas o meses. En este sentido, todos somos el otro, por lo que NO debemos olvidar a los Enrique, los Alfredo, los Fernando, colegas que perdimos y que permanecerán en nuestra memoria. Otro NO ha sido la negativa de distintos individuos y estamentos de reconocer la gravedad de la pandemia, lo cual sin dudas contribuyó a hacer más grave la situación. Siguiendo con los NO, y este favorable, no hubo en el personal de salud en su totalidad, ningún gesto de egoísmo o de reticencia a la entrega total al prójimo. Todos desde su lugar de trabajo, entregaron lo mejor para el semejante sufriente. Se debe saber que esta enfermedad NO tiene ningún tratamiento demostradamente efectivo, y solo la vacunación masiva podrá limitar su expansión. Negar la utilidad de la vacuna o retacear su disponibilidad es una verdadera necedad de acción. Por último, y quizá lo más importante, esta epidemia nos enfrentó a un hecho transcendente. Cuando de pie, nos acercamos al semejante en el lecho, luchando para poder respirar, y le comunicamos la necesidad de intubarlo y someterlo a asistencia respiratoria, en su mirada y en su apretón de manos, que constituyen una esperanza, pero en ocasiones también una despedida, NO somos médico y paciente, somos dos semejantes que representamos la esencia de lo humano, la entrega sin límites a un igual. 

Es claro que todos aquellos que hemos estado en la primera línea de batalla en esta pandemia, a partir de aquí NO seremos los mismos; no solo hemos aprendido el enorme valor de la vida, sino también el rol definido de la vocación de servicio.

 

Dr. Carlos Lovesio

Director de la Unidad de Terapia Intensiva

Sanatorio Parque – Rosario