• Manuel Ansede

El Pais. Dos expertos españoles estuvieron a comienzos de noviembre en la Casa Blanca, en Washington, convocados por el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. El neurocientífico Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia, y el ingeniero Darío Gil, director mundial del área de investigación de IBM, alertaron en la residencia del presidente estadounidense sobre la inminente llegada de un mundo en el que los ciudadanos se conectarán a internet directamente con el cerebro, mediante gorras o diademas capaces de leer el pensamiento. En ese hipotético porvenir, un algoritmo podrá autocompletar la imaginación, como ya hacen los programas informáticos de procesamiento de textos con las palabras. Los primeros dispositivos, todavía rudimentarios, podrían estar en diez años a la venta, según los cálculos de estos expertos.

Yuste, madrileño de 58 años, y Gil, nacido en Murcia hace 46, son dos de los protagonistas del último documental de Werner Herzog, un recorrido por las asombrosas fronteras de la neurotecnología y la inteligencia artificial. La película, con el título provisional de El teatro del pensamiento, termina en Chile, el país que hace unos meses se convirtió en el primero en proteger la información cerebral de sus ciudadanos en su Constitución.

“Esto va a cambiar la naturaleza del ser humano. Nos vamos a convertir en híbridos”, señala Yuste. Por su lado, Gil explica qué es ser híbrido: “Ahora dependes de tu teléfono móvil para hacer cada vez más cosas: encontrar una calle, llamar, usar el calendario, la agenda telefónica, la calculadora. En realidad, lo único que hace el teléfono es conectarte a la red. Esta conexión, en vez de estar en el teléfono en el bolsillo, la vamos a tener en la cabeza, por una interfaz cerebro-computadora. Estas interfaces serán posiblemente no invasivas y serán distribuidas de manera masiva a toda la población. Y esto trasladará una parte cada vez mayor de nuestro procesamiento mental al exterior. La memoria, por ejemplo. Una memoria externa nos mandará la información de vuelta. Y eso va a dar un acelerón a las capacidades cognitivas y mentales de los humanos.

–¿Con diademas o cómo?

Rafael Yuste. –Con diademas, con gorras o con cascos. Las primeras aplicaciones importantes pueden ser, por ejemplo, para escribir mentalmente o para traducción simultánea. Imagina que llegas a un país con tu diadema: piensas en tu idioma y tienes un altavoz que habla el otro idioma. Y, por supuesto, como la humanidad es lo que es, lo primero serán juegos y porno. Y luego, diez años más tarde, creo que vendrán las tecnologías para introducir información en el cerebro, que siempre es más difícil. Si tú quieres acabar la frase en la que estás pensando, un algoritmo te la acabará, igual que ahora cuando estás escribiendo te la autocompleta. Imagina que te la autocompleta no solo con lo que quieres escribir, también con qué tienes que comprar en el supermercado, qué pareja quieres buscar, qué decir a la gente con la que estás hablando. Si ahora hablase con una persona y tuviera acceso a todo lo que ha hecho durante su vida, podría contarle otra cosa que le interese. Y, por supuesto, podría conducir o manejar mentalmente cualquier tipo de maquinaria. Yo digo que va a ser un nuevo renacimiento, porque la especie humana de repente salta hacia arriba, se conecta a computadoras cuánticas [ordenadores con una capacidad de cálculo muchísimo mayor]. Estamos hablando de una especie humana muy distinta.

–¿Todavía con gorra o diadema o ya sería un dispositivo implantado en el cerebro?

R. Y. –Depende. La tecnología implantada es muchísimo más potente, pero no la puedes vender en un supermercado, porque necesitas que un neurocirujano te la ponga. Siempre estará en el ámbito médico. El problema ético y social más grande es la tecnología que no está implantada, la que no es invasiva, porque se puede comprar como si fuese electrónica de consumo, no está regulada, y puede llegar a toda la población.

–En la Casa Blanca preocupan los riesgos de este futuro.

Darío Gil. –Hay un deseo de avanzar en la neurotecnología en sí misma, para usos muy positivos: en personas con discapacidad, paralíticos, gente que tiene una necesidad desde el punto de vista médico. Y luego puede haber también aplicaciones que no son tan controvertidas, pero hay que pensar en cómo las vamos a gestionar y regular, sobre todo la parte que es un producto electrónico de consumo. Uno se puede imaginar consecuencias muy negativas: en la libertad de expresión o en la libertad de conciencia, por ejemplo. Podemos imaginar interrogatorios en países sin ninguna protección de derechos, con la posibilidad de extraer conocimiento directamente de ti. Puede ocurrir en los años venideros. Creemos que tiene que haber un diálogo, no solo social, también a nivel de gobiernos, que defina el uso de este tipo de tecnologías, para guiarlas por un camino positivo.

–¿Ustedes creen que se van a leer los pensamientos sí o sí?

D. G. –Sí, es cuestión de tiempo. Desde el punto de vista invasivo, sabemos que es posible.

–¿Cómo sería esa unión cerebroordenador cuántico? ¿Qué podría hacer un humano?

D. G. –Vamos a conectar el cerebro a sistemas de computación externos. No es solo qué va a pasar con la inteligencia artificial o con la computación cuántica o con el mundo de cálculos precisos, sino qué va a pasar con la combinación de todo eso. Si tienes una hiperaceleración de la capacidad de computación y la conectas de manera simbiótica con el ser humano, es una explosión cámbrica. La computación te va a ayudar a expandir tu conocimiento, tu memoria, tu capacidad de cálculo, de hablar diferentes idiomas, de entender procesos físicos.

R. Y. –Los humanos siempre tenemos miedo a lo que no conocemos. Cuando entras en una habitación oscura, siempre estás un poco preocupado por si hay un monstruo. En este caso, yo tranquilizaría a la gente. Lo que viene es una revolución positiva. La ciencia y la tecnología son las mejores herramientas que tiene la humanidad para solucionar cualquier problema. Yo pienso que esta será otra herramienta que han hecho los humanos, igual que el fuego, la rueda, el carro, la imprenta y la energía nuclear: herramientas que nos han dado un empujón hacia el futuro y hemos acabado en una situación mucho mejor que antes.

–¿Facebook y Google están en ese negocio de conectar el cerebro a ordenadores?

R. Y. –Están todas las grandes compañías tecnológicas y muchas otras nuevas. En el rodaje del documental de Herzog, cuando estuvimos en Seattle, cenamos con el vicepresidente y jefe de inteligencia artificial de Google. Nos enseñó una demostración de su nuevo asistente personal, que según él pasa el test de Turing: no puedes saber que no es una persona. Estuvimos conversando con este programa y fue asombroso. Fue como una conversación con una persona inteligente y, además, cultísima, porque tiene acceso a toda la información del mundo. Yo me quedé de piedra, porque me dio la impresión de que vamos a tener un asistente de estos en la mesa, a la hora de cenar con la familia. Y, por un lado, será buenísimo, porque será como una ventana al mundo. Es un estallido con repercusiones fortísimas y muy profundas: científicas, médicas, sociales, económicas y también de seguridad nacional. Por eso nos llamaron desde la Casa Blanca. Es inevitable que ocurra. Es el progreso y será para bien, en general, pero tendrá unas consecuencias profundísimas.

–Cuando hablan de implicaciones para la seguridad nacional, ¿qué están imaginando?

R. Y. -Nosotros nunca pensamos en esto, pero los del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos nos llamaron por primera vez hace un año, porque se habían enterado de que China estaba intentando fusionar la inteligencia artificial con la neurotecnología y querían una reunión para informarles sobre todo lo que sabemos sobre neurotecnología en China. Yo no soy un experto en seguridad nacional, pero he oído que les preocupa que los analistas tengan interfaz cerebro-computadora para conectarse directamente a bancos de datos. Otras implicaciones, por supuesto, son las armas robóticas, los conductores de dron conectados entre sí.

D. G. –La convergencia de tecnologías multiplica el progreso y las consecuencias. Las sociedades democráticas tenemos que decidir qué queremos. La tecnología tiene unas tendencias y va avanzando, lo cual no quiere decir que sea imposible de guiar. Ya ha habido ejemplos en tecnologías anteriores, como la nuclear o la biotecnología, con las que se han desarrollado todo tipo de normativas y sistemas de autogestión para decir: “Por este camino, menos, y si vas tienes que pasar un comité ético”. Que no sea todo el Salvaje Oeste.

–La dictadura china y la norcoreana fabrican bombas atómicas y no pasa nada, aunque haya comités.

R. Y. –Yo creo que no es verdad que no pase nada. Hay consecuencias muy graves. Algunos Estados están aislados. Y no todo el mundo que quiera puede hacer las bombas en el garage. Se han establecido muchísimas limitaciones y hay consecuencias muy serias, lo cual no quiere decir que sea un sistema perfecto. Tenemos que inventar otra manera de colaborar con los diferentes actores que son responsables de la creación de esta tecnología. ¿Cuál es el G7 de la tecnología? No deberían ser solo ministros y presidentes. Necesariamente, va a involucrar al sector de ciencia y tecnología que no es parte del Gobierno.

–Un día de 2018 la humanidad se desayunó que se habían creado niñas modificadas genéticamente con la técnica Crispr en China y se creó un comité internacional sobre manipulación genética para decidir qué estaba bien y qué estaba mal. Ustedes sugieren hacerlo con la neurotecnología antes de que ocurra una salvajada.

D. G. –La tecnología está avanzando a tal velocidad y sus consecuencias son tan amplias que debería ser una parte fundamental de cómo se gestionan los gobiernos, de cómo se hacen alianzas entre países. Hay alianzas comerciales o militares entre países. A mí no me cabe ninguna duda de que la siguiente generación de alianzas va a ser científico-tecnológica. Eso va a tener una serie de consecuencias muy importantes: qué haces tú, con quién colaboras, con quién no, quién tiene acceso y quién no. ¿Qué consecuencias hay si violas un acuerdo de tecnología y te pasas de la raya siete pueblos? Todo esto va más allá de aprobar esta ley o esta otra. Hay que incorporarlo como un elemento central en las preocupaciones de cada una de nuestras instituciones. Ya está pasando en las empresas. Hoy las empresas son las que impulsan la tecnología. Puedes estar en el sector del automóvil, pero es que en el futuro los coches van a ser ordenadores con ruedas. Esto que ya está transformando a las industrias también va a transformar a los gobiernos.