Para Mariano Narodowski, los avances tecnológicos provocarán cambios sustanciales en los sistemas de aprendizaje vigentes en los últimos siglos, con una transformación del papel de los maestros

Adriana Balaguer

Mariano Narodowski

Mariano Narodowski piensa en la educación desde hace por lo menos cuatro décadas. Docente, investigador, exministro de Educación porteño (2007-2009) y padre de cuatro hijos, ama la escuela. Pero desde ese lugar, la cuestiona. Y vaticina su final. Futuros sin escuelas es su último libro, el primer volumen de una serie de publicaciones. Para trabajar en él decidió abstraerse de la realidad nacional. “Tuve que hacer un gran esfuerzo para para salir de las coordenadas de la inmediatez argentina, porque es imposible pensar en términos globales, en términos de futuro, si lo que tenemos a mano es solamente la urgencia, el día a día de un país que no tiene proyecto”, dice.

Pero si la escuela está próxima a ser otra, también están próximos a cambiar los docentes y los alumnos. “Los sistemas educativos están llegando al límite”, precisa. “La escuela no puede dar más de lo que da”.

Nadorowski se detiene en aquellas sociedades a las que, aunque también viven los cambios del sistema educativo, hoy les va bien “porque han incluido, no herramientas digitales, sino más fuerza humana”.

Anticipa además “un proceso de automatización en la enseñanza” más masivo, y destaca que ya existen programas informáticos enfocados en esta tendencia en alza. No hay que ir muy lejos para verlos funcionar, dice, alcanza con cruzar el Río de la Plata. “Lo que van a morir son las relaciones sociales asimétricas propias de la enseñanza”, señala.

“La escuela fue un movimiento de carácter social que aplicó una tecnología, y eso sucedió en el siglo XVII”

Narodowski afirma que el docente va a ser un mero mediador. “Ya se está convirtiendo en una especie de bibliotecario y cuidador”. De los alumnos dice que son los dueños del “saber en boga” y que justamente por eso los docentes “han perdido legitimidad”.

–¿Cómo ve hoy la escuela?

–Si algo aprendí después de tantos años de investigar la escuela, es que es una tecnología que se incrustó en la historia humana hace muy poco tiempo. Fue creada en el siglo XVII y se expandió en el siglo XIX. Todavía sigue en expansión, pero como toda tecnología tiene sus posibilidades y sus límites. Lo que estamos observando en este momento es que muchas de las posibilidades que creíamos infinitas, sobre todo la idea de llegar a todos los seres humanos y educarlos por igual, están mostrando ahora sus limitaciones.

Alumnos secundarios, en CABAArchivo

–¿La pandemia dejó en evidencia que tenemos un sistema educativo obsoleto?

–Hay un informe prepandémico del Banco Mundial (2019) que construye un concepto que para mí es muy interesante, que es el de “déficit de aprendizaje”. Mide qué niños y adolescentes no aprenden, por qué no van a la escuela o por qué los que van a la escuela igual no aprenden. Y esto sucede con el 50% de la humanidad. Este dato, previo a la pandemia, es muy importante para investigar si esto es así porque la escuela todavía no se expandió lo suficiente en cuanto a cantidad o calidad. O si, después de 150 años, los sistemas educativos están llegando a un límite. Creo que está teniendo lugar lo segundo. La escuela no puede dar más de lo que da, que es muchísimo. De hecho, nunca antes en la historia de la humanidad tanta gente pudo “leer” el mundo, la vida, la cultura, y pudo aprender a pensar con el pensamiento abstracto. Pero ya está. La escuela fue ideada hace 350 años por Comenius, un teólogo y educador checo, no como un fin en sí mismo sino como una herramienta. Como una tecnología para alcanzar lo que él llama la pansofía, es decir, “que todos sepan todo” , y eso no está sucediendo.

“Es probable que una tecnología posescolar recupere la presencia física y que los edificios escolares sigan siendo lugares donde sucedan cosas vinculadas a la enseñanza”

–¿Vamos hacia el fin de la escuela como la conocemos hoy?

–Atravesamos un momento en el que esa tecnología se muestra incapaz de llegar a la pansofía. La escuela como herramienta se muestra incapaz de cumplir esa promesa. Es cierto que avanzó mucho como tecnología, pero no al nivel de la promesa que se había planteado hace varios siglos. Hoy empiezan a surgir datos, situaciones, en donde es válido preguntarnos si la enseñanza del futuro va a ser sin escuelas.

–¿Desaparecerán como espacio físico?

–No lo sé. Pero así como cada nueva tecnología incluyó las viejas, es probable que una tecnología posescolar recupere, por ejemplo, la presencia física y que los edificios escolares sigan siendo lugares donde sucedan cosas vinculadas a la enseñanza. Pero ya no con el ritmo, los tiempos, los espacios y la lógica de la tecnología escolar.

–¿Les tocará a las próximas generaciones cerrarlas?

–No es un tema político. No es lo que hay que hacer. No es que un día un ministerio va a cerrar las escuelas. Eso no creo que vaya a suceder. Más probable es que aparezcan nuevas tecnologías, básicamente digitales y de inteligencia artificial, que van a ir sustituyendo la tecnología de la enseñanza. Porque la escuela tampoco surgió como un movimiento político. La escuela fue un movimiento de carácter social que aplicó una tecnología, y eso sucedió en el siglo XVII. Doscientos años después el Estado la absorbió cuando ya existía y la impuso políticamente. Pero primero fue la tecnología. Creo que ahora el proceso va a ser el mismo. Hoy la tecnología digital es superadora de la tecnología escolar en muchos aspectos, pero todavía no surgieron los instrumentos que podrían ir sustituyéndola. Esto se vio muy bien en pandemia, en donde el software educativo, incluso para la gente que estaba muy conectada, se mostró muy precario. El Learning Managment System (LMS) como Google Classroom y el Zoom como herramienta de enseñanza fueron mejores que nada, es cierto, pero todavía distan mucho de resolver los problemas de enseñanza que la escuela sí resolvió.

–Cuesta imaginar que estemos en la puerta de un nuevo tiempo para el aprendizaje, cuando todavía tenemos problemas de conectividad, de acceso a la tecnología, y también cuando todavía estamos debatiendo si los chicos tienen que repetir o no el año escolar.

–El deterioro de lo escolar a nivel global se muestra justamente en que todos esos problemas la escuela no los puede resolver. Solo los puede resolver en sociedades, ni siquiera te digo en países, altamente desarrolladas, donde sí la escuela funciona razonablemente bien. Estoy hablando de algunos países nórdicos, Suiza, los centros urbanos de Corea del Sur, algunos otros centros urbanos de las costas de Estados Unidos, Canadá.

–¿Y ellos lo lograron porque tienen recursos y con eso basta?

–Tienen un alto nivel de desarrollo económico que les permite incluir en la tecnología escolar muchísimos elementos que originalmente no estaban. Y no hablo de lo digital sino de fuerza humana. Más profesores de apoyo, más profesores que traducen a la gente que no sabe hablar la lengua vernácula, más apoyo psicológico. Todo eso no era originalmente de la escuela, que se limitaba a un maestro que ocupaba el lugar del saber y se lo transmitía a sus alumnos. Ellos van sumando estas cosas a una población que no tiene carencias socioeconómicas. Entonces ahí se alinean los planetas y la escuela anda bien. Pero para la mayor parte de la población mundial no funciona. Y no funciona porque no hay suficientes docentes preparados.

–¿En el mientras tanto hay que mirar a Finlandia? ¿No es riesgoso estandarizar y comparar países sin tener en cuenta las diferencias socioculturales?

–En general se ve a Finlandia como un ejemplo a seguir, sobre todo lo ven así los organismos internacionales, la OCDE, el Banco Mundial, en nuestro caso el BID. Creo que es una mirada equivocada, porque no veo ningún escenario cercano en que los países no desarrollados, que somos el 80% de la población mundial, incluyendo a China y la India, podamos tener el nivel de vida y de ingreso que tienen esos países. Que además son naciones que en general tienen poca población, lo que es una ventaja. La Argentina, Chile, Uruguay, Brasil no van a llegar al nivel de los nórdicos. Para mí es un error “enamorarse de tu auto”, como dice el tema de Queen [”I’m in love with my car”]. No hay que enamorarse de los artefactos. Es una forma de fetichismo totalmente improductiva y que retrasa otros avances posibles que todavía no podemos avizorar. Hay que recordar que la escuela es un medio, pero no un fin en sí mismo.

–¿El docente como lo conocemos hoy también desaparece?

–Hoy el docente, soy docente y lamentablemente me pongo melancólico, se está poniendo en un lugar de intermediario y está dejando de ser un “otro” asimétrico. Eso lo predijo Jean-François Lyotard en La condición posmoderna en 1975. Hay un capítulo que se llama “La muerte del profesor” y ahí plantea que esa “muerte” va a venir no porque a los docentes los vayan a reemplazar los robots, sino por las relaciones sociales asimétricas propias de la enseñanza. El docente va a ser un mero mediador. Ya se está convirtiendo en una especie de bibliotecario y cuidador. George Caffentzis, un autor marxista que retoma a Karl Marx y a Alan Turing, decía que todas las actividades intelectuales pueden ser automatizables. Y eso a los intelectuales no nos gusta, porque creemos que aplica solamente para la gente que hace trabajo manual. Pero Turing demostró que conceptualmente eso es posible. Lo que pasa es que falta la tecnología para llevarlo adelante. Sería un poco egocéntrico para los educadores pensar que eso no nos va a tocar, que no va a haber un proceso de automatización en la enseñanza. Cómo va a ser, no lo sé. Nadie se imaginaba en el siglo XVII cómo iba a ser una escuela, y cuando se organizaron las escuelas en sistemas educativos, los docentes protestaban porque estaban acostumbrados a enseñar uno a uno. Lo que venga tampoco sabemos cómo será, y seguramente protestaremos.

–¿Hay herramientas de inteligencia artificial en uso?

–Los procesos de automatización de la enseñanza ya existen. Hay experiencias muy difundidas que se llaman “plataformas adaptativas”, que son software de inteligencia artificial sobre todo para matemática, en dónde el software va proponiendo ejercicios en función de los errores y los logros de los alumnos. No sé si falta mucho o poco, pero Uruguay tiene una plataforma adaptativa estatal muy buena. Ahí hay una forma de automatización de la docencia, claramente, pero todavía sigue siendo muy básica porque solo es posible para matemática. Es mucho más difícil cuando se trata de procedimientos lingüísticos que prescinden de los símbolos, como hay en el resto de las disciplinas científicas que no son las matemáticas.

–¿Por qué no podemos los argentinos estar jugando como Uruguay?

–Por el mismo motivo por el que la inflación de julio en Uruguay dio bajísima y en la Argentina dio arriba del 7%.

–¿La Argentina corre de atrás?

– Los sapiens somos los únicos animales que podemos enseñar, aunque parece que los delfines y algunas aves también. Pero enseñar, la aplicación voluntaria de un proceso de aprendizaje respecto de los demás, para resolver situaciones, es algo propio del hombre. Se incrustó en la evolución para que podamos sobrevivir como sapiens. Y esa enseñanza tuvo distintas fases: en un momento fue solo oral, después la escritura, después la imprenta, después la escuela, después los sistemas escolares, después las pantallas eléctricas y electrónicas, después la tecnología digital, después la inteligencia artificial… Todo lo nuevo subsume también lo viejo. Lo incluye y lo supera. Muchos de los problemas que tenemos en lo escolar, tanto en la Argentina como en Mongolia como en África o Estados Unidos, no son meramente de “malas políticas”, sino que tienen que ver con el problema de la propia tecnología. Lo que pasa es que a los educadores no nos gusta pensar en eso, porque deja en evidencia que nos quedamos sin nuestra propia tecnología. Es mirar al precipicio. Pero esto continúa y va a continuar por mucho tiempo.

–¿De cuánto estamos hablando?

– Tanto Neuralink como Google tienen previsto el implante de chips o nanobots en el nivel de la corteza cerebral para mediados de la década que viene. Ray Kurzweil, el director de Ingeniería de Google, que tiene un presupuesto para llegar a los nanobots de más de 1000 millones de dólares, que es un presupuesto que ningún proyecto educativo tuvo en su vida, trabaja en un nanobot que va a permitir conectarse a la red, a la nube, a Google, sin necesidad de una interface física. Uno piensa que eso es ciencia ficción, pero lo dice la gente de Google y yo me lo tomaría en serio. No debe faltar mucho. Están golpeando la puerta, no sé cuándo va a suceder pero tengo la obligación de creerle a Kurzweil. Eso va a generar procesos de aprendizaje infinitos. Él plantea que con ese nanobots el sapiens va a progresar 10.000 años de evolución; en un solo momento se ahorra 10.000 años de evolución.

–¿Y el alumno? ¿Qué hacemos con los chicos que hoy quieren todo para ayer?

–Un gran problema que tenemos en la actualidad con la tecnología escolar es que por su formato funciona en base a combustible adulto. Generaciones viejas que le enseñan a generaciones jóvenes. Funcionaba bien hasta los 60, pero a partir de entonces se produce una brutal aceleración de las tecnologías del conocimiento, especialmente de las pantallas y del descubrimiento científico en general, entonces muchas veces el saber de los adultos es un saber obsoleto y el saber de los jóvenes es el saber en boga. En la actualidad, todo el mundo está a un paso de chequear cualquier cosa que se dice en Google. Todos los juicios de los docentes pierden así legitimidad de origen. Tienen que salir a ganarse la legitimidad. Eso es un problema importante. Por eso me llama la atención que quienes se enamoran de la escuela, se enamoran de una escuela que ya no existe. Que difícilmente vuelva.

Ricardo Pristupluk – La Nacion

UN EDUCADOR APASIONADO Y EXMINISTRO

PERFIL: Mariano Narodowski

■ Mariano Narodowski nació en Buenos Aires en 1961. Especialista en pedagogía, realizó estudios de posgrado en Flacso y se doctoró en la Universidad de Campinas,

en Brasil.

■ Actualmente es profesor full time en la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella. Fue investigador visitante en Harvard y profesor invitado en diversas casas de estudio del mundo.

■ Fue diputado de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y luego Ministro de Educación porteño, entre 2007 y 2009.

■ Entre sus libros se destacan El desorden de la educación, ordenado alfabéticamente (2004), Un mundo sin adultos (2016) y El colapso de la educación (2018). Su último libro, que acaba de publicar, es Futuros sin escuelas, que tendrá más de un volumen.

■ Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas, y también columnas en diarios.

Adriana Balaguer