Por Eugenia Langone

Sandra Fernández fue elegida  como la nueva directora del Centro Científico y Tecnológico de Rosario 

Sandra Fernández hace dos afirmaciones sin dejar lugar a dudas. Que la ciencia “no es voluntarismo y hacen falta recursos” y que los cambios que se vienen produciendo en las estructuras del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) -“con un marcado incremento de la participación de mujeres tanto en la dirección como en la vicedirección” de los 13 institutos de investigación que conforman el Centro Científico y Tecnológico de Rosario (CCT)– posibilitaron su elección como la nueva directora, la primera mujer, en estar al frente de ese organismo.

Es más, la investigadora, historiadora y docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) reconoce el camino trazado por sus pares y cita los casos de Marta Rovira, astrofísica y primera presidenta del Conicet a nivel nacional, y la actual, Ana Franchi, doctora en química. Sin embargo, su designación marca a nivel local un segundo punto de inflexión, ya que se trata de la primera vez que el CCT es dirigido por una investigadora proveniente del campo de las ciencias sociales.

Desde su creación en 2007, la designación de quienes conducen los Centros Científicos y Tecnológicos de Conicet en todo el país está en manos de los directores y vicedirectores de los institutos de investigación que los integran, en el caso de Rosario son trece organismos que tienen una doble dependencia entre Conicet y la UNR, incluido el Instituto de Investigaciones Socio-históricas Regionales, que Fernández presidía desde 2020. Ese proceso incluye además por parte de los postulantes la presentación de un plan de gestión que, justamente, debe ser aprobado por sus pares.

Ese fue el recorrido que Fernández hizo en estos últimos meses para ser finalmente designada como la primera directora mujer del CCT Rosario y la primera proveniente del campo de las Ciencias Sociales.

“Mis pares consideraron que era oportuno un cambio de aire y, por mi parte, también creí que era importante no solo por el espacio mismo de las ciencias sociales, sino por ser un reconocimiento a la trayectoria de nuestras instituciones, nuestros investigadores e investigadores”, señala la historiadora a La Capital.

Desde el inicio, Fernández resalta “la transformación de las estructuras, el gran porcentaje de mujeres que actualmente están a cargo de institutos e incluso CCT de otras regiones del país” que, a su criterio, habla “de un proceso de apertura que se viene dando, pero también de las propias luchas de las mujeres y de las luchas del colectivo femenino que hacen posible que hoy se puedan ocupar cargos”.

Pero además de destacar la “conquista de los espacios”, la historiadora apunta la decisión “de ocupar esos cargos con certeza: no solo se abre la posibilidad y las mujeres estamos en condiciones de ocuparlos, sino que además lo hacemos con convicción y con la fortaleza de un colectivo que se mira hacia adentro, pero que también mira hacia el conjunto de la sociedad”.

Su procedencia de las ciencias sociales -y más aún el hecho de que, dentro de las ciencias sociales, provenga de historia, esa disciplina que señala como “la que permite cabalmente comprender los contextos”- es una forma de mirar y una fortaleza, de cara a la gestión de escenario científico local y la articulación con el resto de los actores sociales, tanto del sector privado y empresario como del sector público, los tres niveles del Estado y la universidad.

“Nuestro objeto de estudio es la sociedad y eso ya es sumamente importante porque justamente ese pensamiento crítico alrededor de los problemas que tenemos y las preguntas que nos hacemos para interpretarlos nos brindan perspectivas particulares respecto de las instituciones de las que somos parte y hace que tengamos una visión más completa justamente de lo que son los panoramas contextuales propios de mi disciplina”, afirma, convencida de que la formación teórica y metodológica de las ciencias sociales permite “mirar desde una perspectiva diferente lo general y también lo particular”.

De hecho, para Fernández, la pandemia puso a trabajar al sistema científico argentino no solo en la búsqueda, por ejemplo, de vacunas contra el Covid-19, “sino también en poder comprender procesos sociales muchos más complejos e incluso subjetivos, como fueron el encierro, el trabajo, la violencia de género y un sinnúmero de problemáticas que existían, pero que eclosionaron y quedaron expuestas con mayor crudeza y a las que hubo que buscar lecturas”.

Sin dar lugar a ningún voluntarismo, de cara a su gestión la historiadora deja en claro que “el financiamiento no alcanza y siempre tiene que ser mayor”. Más aún en un contexto de inestabilidad económica que hace que entre los armados de los proyectos de investigación y presupuestos, su aprobación y la asignación efectiva de los recursos pase tiempo. “Los procesos son largos y eso en contextos inflacionarios es muy difícil de resolver, remarca”.

Si bien reconoce que desde su aprobación en el Congreso de la Nación en 2021 la Argentina tiene por primera vez una ley de financiamiento del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación, analiza que “hay un plan y hay que afinarlo”. Considera como una de las grandes tareas por delante “enhebrar los programas existentes que vienen de Conicet, de las agencias, de las líneas de financiamiento internacionales y a los que se suman en Rosario los que provienen de la provincia que existen y están vigentes para algunas áreas”.

En ese marco, apunta como “central” la necesidad de continuar “con los procesos de transferencia del sistema científico, trabajando en la innovación con las empresas en las áreas que dan lugar a ese modelo de vinculación y en las otras áreas, como son a veces las ciencias sociales, reforzando la vinculación con los diferentes niveles del Estado, con asociaciones e instituciones privadas vinculadas a los procesos de transformación social a los que hay que prestar atención”.

Del mismo modo, considera medular “comunicar cada vez más rápido y mejor la labor de los investigadores y esa transferencia a través de los canales más afectivos” porque si bien reconoce los avances en los últimos 20 años en ese sentido y el acercamiento de la ciencia y sus quehaceres a la sociedad, está convencida de que “hace falta hacerlo aún más y mejor”.