Sebastián Campanario  

dom, 2 de mayo de 2021 La Nación

En una de las primeras novelas de Ernest Hemingway se describe un personaje que “primero se desmorona gradualmente y luego en forma abrupta”. En el campo económico, Rudiger Dornbusch enunció un concepto similar: “En economía las cosas siempre suceden más lento de lo que uno supone, pero cuando suceden, lo hacen más rápido de lo que se pensaba”.

En ambos casos, se trata de una dinámica propia de los sistemas complejos (la vida y la economía lo son, al fin y al cabo), llenos de exponencialidades, cascadas, puntos de quiebre y escenarios imposibles de pronosticar. Esto sucede para mal (el lado que más nos llama la atención), pero también para bien. En el terreno de la pandemia, los casos se dispararon en la segunda ola siguiendo patrones de los sistemas complejos, pero también la producción de vacunas da sorpresas positivas: según el sitio Airfinity, las primeras 1000 millones de dosis de vacunas se produjeron hasta el 12 de abril; las segundas 1000 millones van a estar listas poco menos de dos meses después, el 27 de mayo. Como el personaje de Hemingway: “Primero gradual, luego repentino”.

“En biotecnología hoy podemos hacer cosas que hace un par de décadas parecían imposibles; y otras que vemos en series de ciencia ficción que en realidad ya son posibles desde hace mucho tiempo y no se concretan por temas regulatorios. La línea entre ficción y realidad es difusa”, cuenta el genetista y emprendedor Esteban Lombardía, experto en biología molecular y fisiología bacteriana. Junto a su socio Adrián Rovetto, otro exConicet, dirigen Terragene, desde donde importan un 95% de su producción de indicadores para procesos de esterilización. “Pero, ciertamente, hoy estamos viendo un boom sin precedentes anclado en herramientas como la secuenciación, Crispr y síntesis de ARN, entre otras”, agrega.

Por la cantidad y calidad de recursos humanos en ciencias de la vida que hay en la Argentina, Lombardía cree que esta es la ola de cambio donde el país puede estar más cerca de la “cresta”. En otras tecnologías, como inteligencia artificial (IA) o computación cuántica, ya estamos muy lejos porque son capital-intensivas (se estima que una ronda de entrenamiento de GPT4, la próxima generación de lenguaje natural en IA, costará en el orden de los cientos de millones de dólares, por caso). Hoy, el genoma humano se puede secuenciar en tres horas y las herramientas de Crispr (una técnica de edición genética) están al alcance de decenas de startups y proyectos en la Argentina.

La pandemia puso en un lugar de nuevo protagonismo a las ciencias de la vida (que exceden al negocio de la salud y hoy apuntan a disrumpir los de energía, alimentación, almacenamiento de información y también otros). El ejemplo más conocido es el de la revolución de la terapéutica con ARN mensajero (detrás de las vacunas de Pfizer y Moderna). Ya en 2018 la revista Nature había calificado como “brillantes” a las perspectivas de esta metodología, pero recién en 2020 se pudo desplegar todo su potencial, que se podrá aplicar a otras enfermedades además del Covid.

Los sistemas complejos (una forma de analizar el mundo, los mercados, los seres humanos desde la perspectiva de infinitos nodos y sus interconexiones) conforman un seteo mental mucho más extendido en la biología que en otras disciplinas. Y la complejidad es la mejor manera de entender este mundo en el que, como decía Pancho Ibáñez, “todo tiene que ver con todo”.

Un ejemplo que acerca Lombardía: las limitaciones regulatorias y la imagen que acumularon en los últimos años los procedimientos con alteraciones genéticas hicieron que los laboratorios apostaran más fichas al ARN mensajero (que no modifica el ADN) y por lo tanto estuvieran en la “pole position” en el primer trimestre de 2020, cuando explotó la pandemia, para producir en un tiempo mucho más corto la nueva generación de vacunas. Otro tanto sucede con la inteligencia artificial y el uso de aprendizaje profundo para predecir dónde vale la pena invertir horas de trabajo humano en biología, una vía que sirvió para encontrar nuevos tratamientos contra el Covid y que va a acortar dramáticamente los tiempos en el campo biotech, que siempre fueron muy extensos y con costos elevadísimos.

La serie alemana Biohackers muestra lo que en innovación se llama un “próximo adyacente”, un futuro cercano donde estudiantes de primer año de la Universidad de Friburgo realizan todo tipo de proezas en el terreno de la biotecnología. La serie fue muy criticada por biólogos en redes sociales, por sus inconsistencias.

Lombardía, que estudió genética en Misiones, precisa que varios de los detalles que se cuentan allí como ciencia ficción (un ratón fluorescente, por caso) son ya posibles desde hace varios años y la velocidad de cambio está más dada por regulaciones que por disponibilidad tecnológica. En Corea se clonaron gatos fluorescentes por primera vez en 2007.

“La ciencia ficción es un formato útil para pensar cosas de a una, pero tal vez la parte más extraña del mundo no sea ninguna innovación o evento específico, sino la forma en que los cambios se acumulan e interactúan constantemente, una especie de música de fondo de ‘weirdness’ (rareza) que subestimamos porque casi que nos acostumbramos a ella”, explica a la nacion el científico de datos y tecnólogo Marcelo Rinesi. “El cliché es preguntar por los autos voladores, las inteligencias artificiales con auto-conciencia, o los viajes a Marte, pero vivimos en un mundo donde todos los días hacemos masivamente secuenciamiento genético de potenciales variantes de un virus pandémico, usamos redes neuronales para diseñar redes neuronales, nos vamos quedando sin juegos donde los humanos no somos obsoletos y los lanzamientos de cohetes son rutinarios”, agrega.

Para Rinesi, “el impacto más fuerte, más invisible y más extraño no está en cada tecnología individual, sino en lo que sucede cuando se hunden en los cimientos del mundo. Lo único más difícil de ver que lo radicalmente nuevo una vez que se ha vuelto constitutivo del mundo, es lo radicalmente nuevo una vez que se ha vuelto constitutivo de nosotros mismos”.

“Tanto o más que en un mundo de ciencia ficción espectacular, vivimos en un mundo de ‘nueva rareza’, uno donde subestimamos lo radicalmente extraño porque la mayor extrañeza no está en eventos o tecnologías puntuales, sino en la infraestructura de nuestra realidad”, continúa el tecnólogo, “Hay más de raro –a veces de horroroso, a veces sublime, a veces las dos cosas– en lo que sucede todo el tiempo, en los avances de la ciencia y la tecnología que nunca llegan a ser mencionados en la televisión porque son simultáneamente fundacionales y esotéricos, que en los productos o eventos que miramos y pensamos “esto es ciencia ficción.”