Bacterias y hongos aprovecharon el caos de la pandemia para proliferar en entornos hospitalarios y sanitarios de todo el mundo LA NACION

Durante el año pasado, mientras se instalaba la pandemia de Covid-19, la escasez de barbijos, guantes y camisolines obligó a hospitales y asilos de ancianos a reutilizar los elementos de protección. Esa frugalidad desesperada ayudó a prevenir el contagio del coronavirus por aire.

Pero también parece haber contribuido a la propagación de otro grupo de patógenos —bacterias y hongos farmacorresistentes— que aprovecharon el caos de la pandemia para proliferar en entornos hospitalarios y sanitarios de todo el mundo.

Al igual que el Covid-19, estos oportunistas hacen presa de los ancianos, los enfermos vulnerables y los inmunodeprimidos, y como se adhieren tozudamente a la ropa y el equipamiento médico, la desinfección de habitaciones y el recambio de vestimenta ya era una creciente preocupación de los hogares de ancianos y los hospitales desde antes de la pandemia.

“Es muy peligroso ver el mundo a través de los ojos de un solo patógeno”, dice la doctora Susan S. Huang, especialista en infectocontagiosas de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Irvine, y señala que ese enfoque con anteojeras no permite ver que la pandemia también parece haber conducido a una proliferación de las infecciones farmacorresistentes. “Tenemos todos los motivos para creer que el problema se ha agravado”, dice Huang.

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Algunos datos confirman sus temores, como los brotes aislados de diversos gérmenes resistentes a las drogas en los estados de Florida, Nueva Jersey y California, así como en la India, Francia, Italia y Perú. Las cifras totales son difíciles de recopilar, ya que muchos hospitales y geriátricos simplemente dejaron de rastrear otros gérmenes y volcaron todos sus recursos al Covid-19.

Pero ya en junio, a principios del verano boreal, cuando los hospitales y hogares de ancianos retomaron algunos controles de rutina, los resultados mostraron la proliferación y afianzamiento de determinados organismos farmacorresistentes. Especialmente preocupante es el auge de casos de un hongo llamado Candida Auris, que antes de la pandemia las autoridades sanitarias venían tratando de combatir con testeos, aislamiento de pacientes infectados y mayor higiene.

Esos intensos esfuerzos habían logrado acotar la propagación de Candida auris a un puñado de casos en el condado de Los Ángeles. Pero ahora hay alrededor de 250, dice el doctor Zachary Rubin, a cargo del control de las instalaciones de atención médica del condado de Los Ángeles.

“Observamos una explosión del Candida auris”, dice Rubin, que atribuye ese auge a varios de factores, sobre todo, a los problemas para rastrear ese germen cuando el grueso de los recursos está destinado al Covid-19.

También están apareciendo bacterias farmacorresistentes muy nocivas, como la Acinetobacter baumannii, resistente a los carbapenémicos, considerada “una urgente amenaza para la salud” por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). En diciembre, los CDC informaron de un foco de Acinetobacter baumannii durante una oleada de enfermos con Covid-19 en un hospital de unas 500 camas en Nueva Jersey. Y en los hospitales de Italia y Perú se observó la propagación de la bacteria Klebsiella pneumoniae.

No todas las infecciones por patógenos farmacorresistentes han aumentado. Algunas investigaciones, por ejemplo, no muestran variaciones significativas en el riesgo de infectarse con la bacteria Clostridioides difficile, un dato que sugiere que el efecto general a largo de la pandemia sobre esas otras infecciones sigue siendo incierto.

El Covid, la prioridad

Huang y otros expertos aclaran que no están diciendo que la prioridad no deba ser la lucha contra el Covid. Pero creen que debe redoblarse la atención sobre los gérmenes farmacorresistentes en general. Hay incipientes investigaciones que muestran que hasta un 65% de los residentes en geriátricos sufren alguna infección farmacorresistente.

Hace años que existen denuncias sobre la laxitud con que los hospitales, y sobre todo los geriátricos, enfrentan estas infecciones, porque es costoso desinfectar los equipos, capacitar al personal, aislar a los pacientes infectados y detectar los gérmenes.

En respuesta a estas y otras preocupaciones, antes de la pandemia se estaban haciendo mayores esfuerzos para monitorear a los pacientes en busca de estas infecciones, sobre todo en ese ciclo de admisión y salida entre los hogares de ancianos y las unidades de terapia intensiva. Se sabe que esa especie de puerta giratoria propaga los gérmenes que transportan los pacientes infectados.

Pero desde que comenzó la pandemia hubo mucho menos monitoreo y verificación de la presencia de gérmenes, y los expertos dicen que por momentos incluso se produjo una ruptura total de la comunicación sobre el traslado de tales pacientes. Además, enfermos más graves de Covid-19 son conectados a respiradores, equipo al que pueden adherirse los gérmenes farmacorresistentes y así infectar a otros pacientes.

Otro factor puede haber sido el uso frecuente y regular de esteroides para tratar el Covid-19, medicamentes que ayudan a aliviar los síntomas más peligrosos del virus, pero que pueden comprometer el sistema inmunológico y permitir que otros gérmenes se cuelen más fácilmente en el cuerpo.

La combinación de estos factores “es perfecta” para que un hongo “se instale y afiance”, dice el doctor Tom Chiller, jefe de la división de micología de los CDC.

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A principios de este mes, el Departamento de Salud de Florida publicó un informe de cuatro casos de infección con Candida auris en un hospital de ese estado. En un esfuerzo por comprender cómo se propaga ese hongo, en agosto el departamento de salud de Florida visitó la unidad Covid de ese hospital. La investigación descubrió que 35 de 67 pacientes ingresados en la unidad entre el 4 y el 18 de agosto estaban colonizados con Candida auris, lo que significa que ya tenían el hongo sobre la piel, pero aún no estaban infectados. Posteriormente, seis de los pacientes se infectaron.

Pero lo más importante que reveló el estudio es que la propagación del hongo de un paciente a otro bien puede producirse a través de los guantes y camisolines que usa el personal de atención médica, como también por contacto con computadoras y equipamiento que no ha sido correctamente desinfectado. Según los CDC y expertos independientes, en el lugar se había quebrado el así llamado proceso de control de infecciones, un procedimiento que ya había quedado bajo la lupa en 2019, cuando el Candida auris se afincó en la costa este y comenzó a extenderse.

El número de infecciones con Candida auris a nivel nacional había aumentado, de 952 a fines de octubre de 2019 a alrededor de 1625 en noviembre de 2020. El doctor Chiller dice que el actual número de casos probablemente es mucho mayor, porque al comienzo de la pandemia los controles de ese germen prácticamente se detuvieron. Cuando las verificaciones se reanudaron, en agosto, las cifras aumentaron a 83 infecciones y 195 pacientes colonizados, pero incluso entonces los controles seguían siendo menos intensivos que antes de la pandemia.

O sea que esa cifra de casos confirmados, dice Chiller, “probablemente sea apenas la punta del iceberg”.

(Traducción de Jaime Arrambide)

Matt Richtel