Una opinión de investigadores focalizados en Biología Vegetal

Raquel L. Chan y Néstor J. Carrillo

Miembros de la Academia de Ciencias Médicas de Santa Fe

 

Nuestro país tiene dentro de su patrimonio grupos de investigación consolidados o de reciente formación que trabajan a diario para contribuir al conocimiento universal y también al desarrollo de tecnologías nacionales.

En el campo de las ciencias biológicas estos estudios se focalizan en animales, plantas y microorganismos pertenecientes a todos los reinos. Entre las estrategias de estudio a nivel molecular, la transgénesis aporta una herramienta fundamental que contribuye al descubrimiento de la función de un gen individual entre los miles que tiene cada organismo vivo. Esta misma herramienta es necesaria para los más modernos estudios de edición génica que requieren como paso previo la transformación.

¿En qué consisten? Brevemente, por técnicas de Ingeniería Genética se aísla un gen de su conjunto y se lo introduce en otro organismo de la misma especie o de otra. Es como en forma análoga y con fines terapéuticos se trasplanta un órgano completo de un individuo hacia otro. Aunque la introducción de características genéticas deseables es una técnica muy antigua, tradicionalmente estuvo limitada a organismos que podían reproducirse sexualmente y generar una progenie viable (mejoramiento clásico). La transgénesis, en cambio, permite superar la barrera de las especies y aun la de los reinos, generando por ejemplo plantas que llevan y expresan genes de bacterias, y bacterias con genes humanos como el que codifica por la insulina.

Sin embargo, la percepción pública de estos adelantos tecnológicos es muy diferente. Mientras que el trasplante de órganos es aceptado casi universalmente (con excepción de grupos con creencias religiosas particulares), el trasplante de genes tiene muy mala prensa. Los motivos son variados pero predominan los factores ligados al cuidado del medioambiente y la asociación directa (aunque incorrecta) de la transgénesis vegetal con el uso indebido de herbicidas.

Los OVGM (organismos vegetales genéticamente modificados) llamados de primera generación fueron liberados, luego de largos trámites regulatorios, hace más de 30 años. El desarrollo, desregulación y liberación comercial de los mismos estuvo en manos de grandes empresas trasnacionales. Su uso esencial es hacer que estos cultivos tengan resistencia a herbicidas o a insectos, lo que finalmente redunda en mayores rendimientos. En el primer caso la efectividad del desarrollo está asociada a la producción y venta del herbicida, cuya función es matar a las malezas.

Los OVGM de segunda generación, o más bien aquellos esperados como segunda generación, tendrían tolerancia a factores estresantes de origen no biológico. Estos factores, entre los que se cuentan la sequía, las temperaturas extremas, la salinidad de los suelos, los vientos, son los que producen las mayores pérdidas en los rendimientos de las cosechas a nivel global. Las plantas, siendo organismos inmóviles, solo pueden oponer respuestas de naturaleza bioquímica a tales situaciones hostiles. Son esas respuestas las que son amplificadas y/o alteradas genéticamente para incrementar la tolerancia a condiciones ambientales adversas y mejorar el crecimiento vegetal y la producción.

La investigación científica ha dado enormes pasos para encontrar modificaciones genéticas que mejoren la tolerancia de las plantas a los factores externos adversos. Sin embargo, sigue existiendo una brecha enorme entre la investigación y el mercado. Esta brecha se alimenta no sólo de la mala percepción pública de los OVGM sino también del hecho de que este tipo de desarrollos no representa un negocio universal y requiere de grandes inversiones de riesgo.

Argentina es un país que acepta el cultivo de OVGM que hayan aprobado los tres organismos regulatorios, todos dependientes del Ministerio de Agricultura de la Nación, la CONABIA, el SENASA y la Oficina de Mercados. Cada uno de estos organismos evalúa cuestiones diferentes que incluyen el cuidado del medioambiente, la salud humana y animal y la economía nacional.

A pesar de los múltiples desarrollos que indica la bibliografía científica mundial, a la que contribuyen muchos científicos de nuestro país, Argentina tiene aprobados 61 eventos transgénicos en plantas u OVGM (https://www.argentina.gob.ar/agricultura/alimentos-y-bioeconomia/ogm-comerciales).

De éstos, 56 fueron solicitados por empresas multinacionales, 3 son desarrollos extranjeros cuya aprobación es solicitada por empresas nacionales y sólo 3 son desarrollos nacionales presentados por empresas nacionales.

Hay que considerar además decenas de permisos de prueba a campo o invernadero solicitados por Instituciones nacionales o empresas. Este tipo de permisos son aprobados para realizar pruebas que pueden o no tener resultados positivos. Si no los tienen implican una pérdida de recursos y si los tienen, sólo habilitan a iniciar los ensayos requeridos para la desregulación cuyos costos implican unos cuantos millones de dólares y varios años de estudios y trámites.

La pregunta natural que surge de estos hechos es si existe alguna forma para que todo el esfuerzo económico y humano realizado por organismos públicos y científicos dentro de instituciones llegue al medio socio-productivo en beneficios tangibles. Está de más aclarar que nuestro país tiene un porcentaje muy alto de ingreso de divisas proveniente de la producción agropecuaria y ese ingreso es el que permite la compra de bienes que no producimos a nivel nacional. Estos bienes se pueden ejemplificar rápidamente con las vacunas para la pandemia que estamos viviendo.

Notoriamente, la situación con el desarrollo de medicamentos y vacunas nacionales presenta un escenario similar.

Estos formidables desarrollos tecnológicos (cultivos mejorados y vacunas) surgieron de investigaciones puramente básicas sobre la transmisión y función de los genes. El apoyo a la investigación básica es el cimiento sobre el que se asienta el progreso de los pueblos, motivo por el cual los países desarrollados la han financiado y financian fuertemente. 

Como dijera nuestro primer premio Nobel, Don Bernardo Houssay, “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.